El aroma a manzanas con canela desentraña un recuerdo de mi infancia, de esos que solo surgen en la víspera de la navidad, el vaho que sale de mi boca empaña el cristal mientras que el sol se oculta a través de la ventana.
Hoy 21 de diciembre inicia el solsticio de invierno. Solsticio, del latín solstitium, de las palabras sol “sol” y sistere“quieto”. Será la noche más larga, fría y misteriosa del año en el hemisferio norte y por su parte, la más corta en el hemisferio sur. A partir de ahora, los días se irán alargando hasta llegar al solsticio de verano en junio, entonces llegará el renacimiento solar. Conforme transcurran los días, el sol irá venciendo a la oscuridad.
El resurgimiento del sol ha sido una señal de esperanza desde tiempos remotos, el inicio de un nuevo ciclo natural de vida, el punto de partida de un nuevo comienzo. Así lo festejaban en algunos rincones de Finlandia, Suecia, Noruega, Japón y Escocia, dándole un significado profundo, místico y hasta mágico. Los romanos celebraban al Sol Invictus (sol invencible) el 25 de diciembre a través de las Saturnalias con música, regalos, banquetes y desenfreno.
Ahora, el sol se mantendrá quieto, aguardando; así como nosotros en las incontables y continuas esperas, día tras día. Esperamos a que amanezca, a que pase el autobús, al café en la mañana, a que cambie el semáforo a verde, a nuestro turno en la fila del super, también esperamos la graduación de nuestros hijos, los cumpleaños, los aniversarios. Aguardamos con expectativa esa llamada, la salida, la llegada, la partida. La vida es lo que nos sucede en medio de las interminables esperas. Algunas las elegimos con cuidado, otras, nos llegan sin buscarlas. Algunas las vivimos con ilusión; queremos que aterrice el avión que traerá de vuelta a un ser querido, que inicien las vacaciones, que nazca nuestro hijo, que nos jubilemos. Otras, las percibimos con curiosidad, incluso con interés. Otras transcurren con paciencia, casi con resignación. Así fluye la vida, entre esperanzas y deseos, el eterno presente se diluye porque el tiempo no deja de avanzar.
Y mientras tanto, la teoría de la relatividad del tiempo sugerida por Albert Einstein en 1915 nos confirma que el tiempo avanza o se detiene según nuestros deseos; mientras aguardamos el diagnóstico médico en la sala de un hospital, el tiempo discurre lento; la agonía se alarga minuto a minuto. En el mismo sitio, las enfermeras apresuradas van de un lado a otro, sumergidas en sus quehaceres. No tienen el tiempo para reparar en él, que se desliza como agua. También lo detenemos, en un último abrazo o en el primer beso.
Somos dueños del tiempo que disponemos para vivir, se desdobla según nuestros deseos. Nos pertenece. No tendríamos vida sin ese tiempo para vivirla. Sin fijarnos un propósito, viviríamos en un eterno presente, en un constante estado de auto contemplación. Nuestros propósitos definen la amplitud de nuestra existencia. En realidad, creamos nuestro futuro al lanzar por delante un proyecto, el tiempo que tardaremos en alcanzarlo es lo que hace que exista ese futuro que vislumbramos. Si no fuera así, el presente se estancaría y no habría nada que esperar.
La vida no termina cuando morimos, no.
Morimos cuando dejamos de esperar.
Esta amaneciendo.
Pareciera que ha pasado un minuto, pero no.
Ha sido una noche: la más larga del año.
Ésta, le ha cedido su lugar al sol.
La luz ha vencido a la oscuridad.
“¡Dies natalis!… ¡Feliz navidad!
Por : Sandra Fernández