Un día en donde las noticias de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas no inundaran las redes sociales. Rostros, señas particulares, lugares en donde fueron vistas por última vez.
Podría ser un día en que esas mujeres caminen libres, pisando esta tierra de un México que se dice libre y soberano. Pero no es así: ellas han dejado de respirar esta libertad que es una garantía individual que pertenece a todos.
Sin embargo, hoy es un día igual que ayer, que anteayer; igual al mes anterior y al año pasado. En el que los casos sin resolver se suman día tras día. Quedando impunes, uno tras otro.
Cuánto tiempo tendrá que pasar, cuántos años, cuántas generaciones tendrán que venir para que dejemos de buscar en las calles la esperanza que gradualmente se diluye al transcurrir de las horas, dejándonos en un estado de extenuación. Cuántas marchas tendremos que emprender para exigir lo que nos corresponde: libertad y seguridad.
Cuantos gobiernos corruptos, incompetentes, insensibles e insensatos tendrán que desfilar enfrente de nuestros ojos.
¿Cuándo entenderemos que la responsabilidad de nosotros los padres sobre la seguridad de nuestros hijos es un tema que nos pertenece, porque en casa en donde comienzan la protección y los cuidados? ¿Cuándo aprenderemos a respetarnos a nosotros mismos y a los demás y dejar de tomar ventaja por los más débiles y vulnerables?
¿Cuántas Debanhies, cuántas Ma. Fernanda, cuántas Jennifer, cuántas Yolanda? Cuántas más.
Dicen que la esperanza nunca muere. Que mientras haya vida habrá esperanza. Pero… cuando una vida se ha arrebatado, ¿en dónde queda la esperanza? ¿Qué es lo que sigue? Lo cierto es que nunca comprenderemos el dolor del otro, por mucho que lo empaticemos.
Quisiera que mañana fuera un día distinto. Que las niñas y mujeres de este país pudiéramos andar libres y seguras por las calles, que nunca más hubiera chicas desaparecidas ni violentadas.
Quizá algún día sea por fin un día distinto.
Por: Sandra Fernández