A su invitación a cenar le respondí que podía aceptar si iba otra persona más, ya que al ser una cita de trabajo, podría ir un socio o director de algún área de su empresa. Elegí el restaurante, aceptó y se fijó la cena para las 7 de la noche del siguiente sábado.
Asistí puntual a la cita y lo que me suponía … sucedió. Cuando llegué a la mesa reservada, solamente se encontraba Miguel Ángel. Me explicó que su socio, por una emergencia, llegaría media hora después. ¡Obviamente que no le creí! Se levantó de su silla para muy amablemente indicarme el lugar en el que me debía sentar. No era frente a él, sino junto. Al tomar asiento observé la copa de espumante champaña que estaba a la derecha de mi plato base. Me di cuenta que en el lugar de él, no había otra bebida como la mía.
Para entonces yo ya no sentía hacía el la misma antipatía de antes de aquella comida en su casa. Durante esa reunión escuché a varios invitados preguntarle por su salud. A partir de entonces comencé a tratarlo de forma un poco mas amable.
Levantando su vaso con agua mineral me pidió brindar por nuestra primera reunión de muchas más que vendrían. Cuando le pregunté por qué había pedido la botella de champaña si él no iba a tomar y yo no acostumbraba beber más de dos copas, de inmediato me respondió: “Te quiero consentir como te mereces, no tienes que tomar más de lo que se te antoje, no importa que se quede más de la mitad en la botella.
Cuando llegó el momento de ordenar los platillos principales le pregunté si uno de ellos lo podíamos compartir, ya que era muy abundante y su respuesta fue que lo pidiera y comiera sólo lo que se me antojara. Creí que él iba degustar alguno de los deliciosos guisos orientales que caracterizan a ese restaurante. MI sorpresa fue mayúscula cuando ordenó media pechuga de pollo asada.
El momento en que Miguel Ángel captó mi cara de extrañeza, fue decisivo para el resto de mi vida, ¡Toda una enseñanza! Me comentó que estaba muy enfermo del corazón desde hacía veinte años, que había sufrido ya tres operaciones y su alimentación tenía que ser muy apegada a lo que su doctor le había prescrito: No harinas, no grasas, no pastas, no irritantes y muchos otros nos,
pero que él se sentía feliz de verme comer y tomar a mi gusto. También comentó que tomaba medicamentos que le adelgazaban la sangre y era la razón por la que siempre tenía frío y usaba un abrigo y suéter.
Al escucharlo, le ofrecí una disculpa por haberlo juzgado como ridículo y excéntrico, al mismo tiempo le expliqué que su vestimenta era algo por lo que a mi tontamente se me hacía antipático.
¡Qué fácil era para mi, hasta ese día, juzgar sin saber las causas o razones en cada circunstancia!
Una hora después llegué su socio, quien comentó que ya me conocía a través de todo lo que le hablaba Miguel Ángel de mi. Después de varios minutos comenzó a exponer la propuesta de trabajo que ya habían preparado. Esta consistía en que, después de recibir una amplia capacitacion, sería nombrada directora de Relaciones Públicas y viajaría por toda la República. Quedé sorprendida. Les propuse tener una junta en sus oficinas durante la siguiente semana y así conocer las características del producto que iba a promocionar y saber a qué sector iba dirigido.
Durante los próximos meses, por parte de mi empresa, tenía confirmada la organización de varias convenciones dentro y fuera de la Ciudad de México.
Al salir del restaurante y dirigirme al carro, Miguel Ángel ofreció acompañarme a mi casa que estaba bastante alejada de el lugar en que habíamos cenado. No acepté.
A la siguiente semana me invitó a comer a un restaurante en la Zona Rosa en el que una vez por semana se reunían, desde hacía muchos años, un selecto grupo de empresarios, diplomáticos y políticos. Acepté y ahí continuó el gran cambio en mi vida.
Fui muy bien recibida. Al terminar la comida y mientras se servían los digestivos, el organizador preguntó si alguien quería exponer un comentario o duda. Yo había estado observando a una pareja de la que no podía quitar la mirada, ya que el trató amoroso y atento que había entre ambos era poco usual.
No sabía que él era un importante político que acababa de salir de la cárcel y ella su pareja desde hacía varios años. Con respeto me dirigí a él y le dije: “Señor yo le puedo hacer una pregunta y usted puede no contestarme, pero me gustaría sabe qué se hace para después de muchos años de ser pareja, conservar ese inmenso amor y mostrar tantas atenciones y cariño”. El importante personaje me dio una respuesta muy, pero muy poco común y sabía.
Dijo: “Claro que quiero responderle, ¿Cómo estaría usted si durante los terribles días en la prisión su pareja …………
(continuará)
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