Hace más o menos diez años, un matrimonio amigo, me invitó al curso de oratoria que se impartiría en el Club Libanés de la Ciudad de México. Me rehusé pensando que si algo no necesitaba, era aprender a hablar en público, ya que por mi trabajo, tenía experiencia en exponer varios proyectos a grupos de ejecutivos.
Mis amigos insistieron y un día me informaron que ya me habían inscrito, por lo que la primera semana de junio me presenté a la clase inicial. Cuando llegué, media hora más temprano del horario fijado, al auditorio donde se impartiría el curso, sólo estaban el maestro y hasta el otro lado del auditorio, un hombre que vestía un elegante y grueso abrigo largo negro, complementado con suéter obscuro de cuello de tortuga. Primer error de mi parte; pensé que era un tipo ridículo y con afán de llamar la atención. ¿Cómo vestirse así a media mañana de un día en temporada de calor?
¡Me pareció francamente antipático!
El maestro pronunció mi nombre y me pidió ir a su escritorio a firmar la solicitud. Yo no llevaba pluma y el profesor tampoco tenía una. De inmediato se acercó el tipo de negro y me ofreció su Montblanc la cual le agradecí no muy efusivamente, y se la devolví en treinta segundos.
Cada semana llegaba a clase media hora antes de que comenzara, esto lo hacía para encontrar lugar al lado opuesto de donde yo sabía que Miguel Ángel, el tipo excéntrico, se sentaba.
Cuando me tocaba pasar al frente para leer mi escrito y cumpliendo con una de las reglas, pasear la mirada por toda la audiencia, al chocar mi vista con su persona, él levantaba la mano con su dedo pulgar alzado, como diciéndome: tu puedes o muy bien.
Llegó el día que, con tal de no encontrármelo, yo no salía a la cafetería durante la media hora de descanso. En verdad no soportaba que me hablara y menos, que se me acercara.
Uno de los días que llegué temprano a clase, sólo estaba él. Cuando me acerqué al escritorio del maestro a firmar mi asistencia, de inmediato se paró junto a mi diciéndome: ¿Me puedes ayudar con mi escrito tomando el tiempo que tardo en leerlo y que no rebase los dos minutos permitidos? Me entregó su precioso reloj Rolex de oro y brillantes. Confirmé que era una persona ostentosa que aprovechaba cada ocasión para lucirse.
Después de escuchar su excelente escrito, de inmediato intenté dirigirme a mi lugar, pero me tomó del brazo a la vez que me preguntaba cuál era la razón por la que lo rehuía y me caía tan mal. No quise contestar, pero sí percibí el delicioso aroma de su fina loción. No entendía el motivo por el que yo, la sociable, no soportaba su presencia y mucho menos su cercanía.
Ni remotamente imaginé que, gracias a la insistencia de mis amigos para que asistiera a ese magnífico curso, mi vida y las de mis dos hijos darían una vuelta de ciento ochenta grados. Pensaba que eso solo sucedía en las películas o en las novelas
Pasadas algunas semanas, cuando ya estaba a punto de subir a mi carro, se acercó Miguel Angel y me dijo: “Estoy organizando, para todo el grupo, una comida en mi casa, espero contar con tu presencia, tus amigos ya aceptaron asistir”.
Acepté y al salir de la clase, me dirigí a su casa, acompañada del matrimonio amigo.
Obviamente lo primero que hizo Miguel Ángel, vestido con su grueso abrigo , fue darnos un recorrido por una de sus exitosas empresas que se localizaba en el mismo predio que su hermosa casa a donde nos condujo después.
Al estar ya presentes todos los que formábamos el grupo, nos llevó a una espaciosa oficina con vitrinas en las que se mostraba su colección compuesta de doscientos treinta lujosos relojes. Ahí aumentóla antipatía que sentía por él. Era un ser presumido, vacío, farsante … ¡Que equivocada estaba!
En su comedor había una inmensa caba con vinos procedentes de diferentes países. A cada uno nos daba a escoger cuál queríamos beber y de inmediato abría la botella y la colocaba frente al lindo plato en el que servirían los alimentos. Obviamente los platillos que degustamos, fueron deliciosos.
Uno de esos día, mi hija fue por mí al Club Libanés para después irnos juntas a comer y como Miguel Ángel había ofrecido acompañarme hasta el carro… los presenté. Contrariamente a lo que pensaba, a mi hija le gustó la personalidad y amabilidad de él.
Una semana, antes de que terminara el curso, durante un receso, me preguntó si le aceptaría una invitación a cenar al restaurante que yo eligiera, además quería presentarme un proyecto, para el que dijo, yo era la persona indicada para sacar adelante.
Soné muy ridícula con mi respuesta, nada apropiada para esos tiempos.
g.virginiasm@yahoo.com