Dijo: “Claro que quiero responderle. ¿Cómo estaría usted si durante los terribles días que viviera usted en la prisión, su pareja, amorosamente, la hubiera visitado diario? ¡Sin faltar un solo día de tantos años que permanecí preso!”
La guapa señora que lo acompañaba y que nunca, mientras él hablaba, dejó de verlo con una mirada cargada de admiración e inmenso cariño, expresó que ella también quería responder a mi pregunta: “¿Cómo habría actuado usted si cada viernes de todos los años de la relación de pareja, él le hubiera llevado serenata con un romántico trío?”
Antes de que terminara la reunión, Miguel Ángel me preguntó si podía acompañarlo a la cena navideña que sería en casa de uno de los participantes del grupo y que se celebraría al día siguiente. Mi respuesta fue un amable no. Pocos días después de esa cena, me enteré por la persona que la había organizado, que Miguel Ángel se había sentido muy mal y había tenido que estar recostado por varias horas.
Las clases de oratoria llegaron a su fin, pero la amistad entre Miguel Ángel y yo se estrechaba más cada día. Rápidamente se convirtió en rutina que lo acompañara a las comidas semanales en la Zona Rosa. Ese mismo grupo, otro día de la semana, sesionaba en el Club de Industriales, a donde tuve ocasión de conocer a Frank Devlyn, así como a varias personas que hasta el día de hoy son buenos amigos, incluyendo al político que había estado preso y a su distinguida pareja. Por cierto, ella fue la modelo para el artista que creó la emblemática escultura que al día de hoy permanece en una glorieta de la conocida y bella avenida Reforma.
Meses después de habernos conocido, lo invité a comer a mi casa, ya que celebraría el cumpleaños de una querida amiga. Llegó puntual a la comida. Me entregó una caja de conocida joyería, diciéndome: “En el fondo del regalo viene doblada la nota de venta, te pido que sólo la veas si no te gusta mi elección y lo quieres cambiar”.
¡Por supuesto que nunca quise cambiar ese regalo tan fino y de buen gusto!
Unos días antes de la comida, Miguel Ángel, muy apenado, me pidió que, aunque sabía que yo iba a ofrecer unos deliciosos chiles en nogada, de favor a él le diera una pechuga de pollo asada y un poco de arroz blanco.
Durante las horas que duró la convivencia, tuvieron oportunidad de platicar él y mi hija. A partir de ese día, mi hija, que era bastante celosa conmigo, lo aceptó y comenzó a decirle “Papi Miguel Ángel”.
Los detalles, el lindo trato y la educación de Miguel Ángel hicieron que, a pesar de que desde que me divorcié había jurado no volver a tener una relación de pareja, me enamorara profundamente de él.
Pocos días antes de su cumpleaños, sin saber qué regalarle, ya que como buen empresario exitoso tenía una excelente posición económica, se me ocurrió llevarlo a un increíblemente bello y paradisíaco hotel que se encuentra en Villa Victoria, cuyo dueño es amigo mío. Mi propósito era invitarlo a comer y a que le dieran un delicioso masaje en el mejor spa que yo haya conocido.
Le pedí al gerente del spa que me sugiriera el tipo de masaje relajante que creía conveniente para Miguel Ángel después de que había sufrido, semanas antes, una operación de corazón; le pidió que le explicara qué tipo de intervención le habían realizado. Después de escucharlo le expresó que, con mucha pena, no le debía ofrecer ningún masaje, ya que la intervención estaba muy reciente y se corría un serio peligro.
Por cierto, olvidaba relatar un hecho que hizo que creciera mi amor y admiración hacia Miguel Ángel.
Cuando en el hospital de Guadalajara ya lo conducían en camilla hacia la sala de operaciones, pidió que le permitieran un celular antes de anestesiarlo. Cuando lo tuvo, marcó mi número y me dijo:
“Chiquita querida, te prometo que voy a salir bien de esta cirugía y recuerda siempre, pero siempre, que esté donde esté, te voy a amar, proteger y cuidar como te mereces”.
Mi hija y yo seguimos asistiendo a juntas de trabajo con Miguel Ángel y su socio, pero entre más conocía el famoso producto que elaboraban y cuando supe que esa hormona podía, en algunos casos, producir cáncer a niños, me negué a promocionarla.
Una tarde en que estaba yo en casa atendiendo a varios invitados, recibí una llamada de Miguel Ángel pidiéndome que me dirigiera al café donde se encontraba, porque le urgía hablar conmigo. Al llegar al restaurante, me extrañó no verlo, ya que era el hombre más puntual que haya conocido. Media hora después lo vi dirigirse, arrastrando los pies y caminando muy lentamente, hacia la mesa donde yo me encontraba. ¡Su aspecto me alarmó y preocupó!
Él sólo quiso tomar un agua mineral y me pidió que lo acompañara a su oficina, que se situaba a escasas cuadras. Al llegar a su empresa, me entregó un paquete que contenía 100 tarjetas de presentación con mi nombre y el cargo de directora de relaciones públicas de su compañía. En ese momento, no tuve el valor de recordarle que yo había rechazado el atractivo ofrecimiento.
Al salir de su oficina, ya casi a las 10 pm, nos quedamos como media hora recargados en mi carro, platicando y haciendo planes para los próximos días.
A la mañana siguiente tomé la carretera hacia Querétaro, ya que tenía que cubrir un evento para una importante empresa transnacional. Desde que salí de casa, empecé a recibir mensajes en mi celular. Alcancé a leer sólo la primera parte que decía: “Un Ángel se nos ha ido”. No le di mayor importancia, ya que éstos venían de una compañera de oratoria que cotidianamente enviaba decenas de recados. A mi regreso hacia la Ciudad de México, seguían entrando más mensajes con el mismo texto, que nunca leí completo.
Llegada la noche y ya que había sido un estresante día, dormí sin despertar una sola vez. A las 6 am me llamó mi hija desde Houston, donde estaba vacacionando, para desearme buen día. En ese momento, sentí tentación de leer completo el mensaje que mi compañera había estado enviando el día anterior. Este decía: “Un Ángel se nos ha ido, Miguel Ángel murió anoche mientras dormía”.
De inmediato le informé a mi hija que su “papi” había muerto. Ella, con voz desencajada, me pedía que no le hiciera ese tipo de bromas. Cuando le confirmé que era una realidad, me comentó que tomaría el primer avión que saliera hacia México.
La relación entre Miguel Ángel y yo fue corta, pero gracias a esa vivencia aprendí que el amor no está relacionado con el tiempo, sino con la actitud y la sinceridad.
PD. Aún no veo la nota con el precio que contiene la caja con el precioso regalo que me obsequió Miguel Ángel la primera vez que fue a mi casa.
g.virginiasm@yahoo.com