En la banqueta, territorio comercial del tianguis, la empresa de Rutilo desplegaba su inventario, consistente en la más variada herbolaria curativa y en remedios para cualquier dolencia, incluso la del corazón. Su calzón de manta acusaba señales del lodo salpicado por sus toscos huaraches. El olor a pino de la sierra y a leña quemada, advertía su presencia a varios metros. Su curtida piel morena, su grueso gabán de lana que algún día fue de color café y su viejo sombrero de palma lo resguardaban de los caprichos del clima.
De pie frente al establecimiento, Tony, perfectamente rasurado y peinado, enfundado en elegante conjunto de última moda, combinado con saco a grandes cuadros, nívea camisa de seda inmaculada, pantalones estrechos, zapatos italianos que no aceptaron calcetines y rematando su perfecta estampa, un gazné de vivos colores. En el piso superior de su delgada figura, la boina que su novio le compró en Londres daba sombra a una inconfesable calvicie.
Rutilo incorporaba a sus argumentos de venta frases en español y en otomí. Tony respondía en español, pensaba en inglés y pagaba en efectivo.
Observaba yo la escena, desde la incomodidad de mi banca del parque, los dos personajes eran populares en el pueblo, por la frívola razón de que eran diferentes a los demás, de que eran los extraños, los pintorescos, los extravagantes, los grotescos, los otros.
Reparé en el hecho de lo muy diferente que Rutilo era de Tony, y en lo muy diferente que resultaba también yo para ellos. Para mí, ellos son los otros, y para ellos, yo soy el otro.
Mi postura es de respeto hacia todas las razas, las religiones y las preferencias. Al final, todos respiramos el mismo aire, compartimos la misma atmósfera, una misma fuerza de atracción nos rige. Desde esta perspectiva es poco importante que seamos diferentes, desconocidos, únicos, o que seamos, el otro.
Aquí vivo, mi pasaporte dice que soy mexicano, pero no dice de qué modelo, de entre los mil diferentes prototipos que somos. Para muchos compatriotas y vecinos, yo soy el raro que está en contra de las peregrinaciones religiosas, para mí, ellos son los necios que desperdician su tiempo y sus zapatos cada año. Para ellos, yo soy el iracundo neurótico que se molesta por la absurda contaminación auditiva de sus petardos a las 6 de la mañana. Para ellos, son los custodios pirotécnicos que cumplen religiosamente con una tradición que es legado de sus padres y de sus abuelos. Para ellos, yo soy el extravagante al que no le gusta ver ni un partido de futbol, ni ningún otro deporte en la televisión. Para mí, ellos son los extraños que dedican horas de su vida y gastan sus emociones en esa extraña lid. Para muchos, soy el otro, y como dice la canción, “con mis piedras hacen ellos su pared”.
Los mexicanos, somos muy diferentes los unos a, los otros. A unos cuantos kilómetros de aquí, se están matando a balazos, a unos cuantos kilómetros de aquí, la Orquesta Sinfónica Nacional interpreta el huapango de Moncayo, a unos cuantos kilómetros de aquí, una banda de música ensordece con sus “narcocorridos”, a su alcoholizada audiencia. A unos cuantos kilómetros de aquí, el doctorado honoris causa es otorgado a excelentes académicos e intelectuales.
Entre una enorme variedad de razas, religiones y costumbres, convivimos en un país que no es uno, que no es homogéneo, que tiene dominios esterilizados, que tiene colonias repelentes a la educación y a la cultura, que tiene su propia realeza viviendo en burbujas asépticas, y que tiene territorios que cohabitan a diario con la violencia.
Somos los unos y somos los otros, los ricos y los pobres, los jarochos y los culichis, los mayas y chilangos, los americanistas y los chivas. Somos los unos, cuando hacemos honrados intercambios comerciales y de servicios, cuando compartimos la ayuda, la comida, las fiestas, los amuletos, los santos, las vírgenes y la música. Somos los otros cuando nos agredimos, cuando no nos respetamos, cuando nos ignoramos. Somos el chile de todos los moles. Somos los unos y somos los otros.
Vivo confundido en una caja de galletas de surtido rico.
Por: Rodolfo Lira Montalban
Correo: rodolfolira@prodigy.net.mx
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