domingo, marzo 26, 2023

Recuerdos del mar – Teresita Balderas y Rico

Los océanos están pletóricos de historias. Del mar se han escrito diversas narrativas: cuentos, novelas, poemas, cantos ante la batalla inminente, o de agradecimiento a sus dioses.

Ver el mar provoca sentimientos diversos. Algunas personas miran en lontananza con cierta nostalgia; otras, sueñan en tener aventuras al navegar.

Tengo amigas que sienten necesidad de frecuentar el mar. Cuando caminan entre la arena de la playa, se detienen para admirar su inmensidad. Los recuerdos emergen, alguna lágrima silenciosa lentamente resbala en testimonio de lo vivido.

Adela, una joven adolescente, había obtenido el permiso de su abuela para realizar un viaje con Violeta y Marisol, amigas de la preparatoria. Violeta tiene una tía en Cancún, México, con ella estarían. Las vacaciones serían maravillosas. 

Era la primera vez que Adela se atrevía a salir, después de dos años de aquella tragedia: sus padres habían perdido la vida en un accidente automovilístico. Abordó el avión sonriendo, tenía mucho tiempo de no hacerlo. 

Viajaron de madrugada. Llegaron al amanecer a Cancún, la tía de Violeta fue por ellas al aeropuerto. Un suculento desayuno las esperaba en casa.

La señora Cristina, tía de Violeta, estaba feliz de recibir la visita de las jóvenes, tenía cinco años de haber enviudado; la compañía de la sobrina y sus amigas alegrarían la casa, tendría el pretexto de estrenar la vajilla personalizada que había comprado su esposo. Y hacer lo que más le agrada: cocinar.

Las chicas estuvieron parloteando durante el desayuno, Cristina estaba feliz de escucharlas. 

Violeta llevó a sus amigas a conocer el centro de la ciudad, disfrutaban con alegría medirse la ropa en algunas tiendas. Cansadas de caminar, decidieron descansar un rato tomando un helado. En ese lugar, Violeta encontró a sus amigos de la secundaria: Roberto, Estefanía y Raúl, quien las invitó a pasear en su bote.

Al día siguiente, desde temprano las chicas estaban listas para salir a pasear. Irían a Playa del Carmen.

La tía de Violeta les advirtió que no fueran mar adentro, era probable que hubiera tormenta. Las chicas prometieron que solo navegarían un rato por la mañana.

Vieron el amanecer en el mar, tomando un café muy caliente. Tan felices estaban que sentían tocar un pedacito de cielo. El tiempo transcurría, los chicos cantaban, mientras el bote se alejaba de la playa.

El brillante sol que había iluminado el rostro de la tripulación, ahora se ocultaba ante densas nubes, un ligero viento empezó a mover al bote. En ese momento se enteraron de que había desaparecido de su vista, todo indicio de tierra y vegetación, estaban en alta mar.

El bote estaba bien equipado. Pedirían auxilio. 

La lluvia llegó ligera, después se convirtió en gran tormenta. Raúl no pudo controlar su embarcación para regresar a la playa, el bote se movía como barquito de papel. Las olas crecían, la tripulación estaba realmente asustada.

El estado de ánimo se transforma de un momento a otro. La alegría se había convertido en terror.

El fuerte oleaje hizo zozobrar a la nave, los jóvenes fueron lanzados en diferentes direcciones. Adela trataba de sortear la ola, sabía nadar muy bien, su madre le enseñó. 

Ya no veía a sus compañeros, pensó que se habían ahogado, y, que ella tendría el mismo fin. Recordó a sus padres. “Pronto nos veremos, papá, mamá, ya voy a reunirme con ustedes”. El pensamiento de Adela fue interrumpido por un golpe en su rodilla. Palpó el objeto, era un tablón, tal vez fragmento de alguna embarcación; con desesperación se asió a él, manteniéndose a flote.

La tormenta había amainado. Sin embargo, estaba en la inmensidad del mar, sin esperanza alguna. Pensaba en sus amigas, y compañeros del bote. Jamás imaginó que las vacaciones terminarían en tragedia. La imagen de sus padres volvió a ella.

Adela continuaba sostenida del madero, sus energías se agotaban, el viento laceraba su frágil cuerpo. Una somnolencia llegó, amortiguando el dolor de la inmensa soledad. Intentaba dar algunas brazadas, sería inútil, a cualquier punto que miraba solo estaba el mar. 

Su resistencia terminó, solo recargó su cabeza cerrando los ojos. Seminconsciente, escuchó una voz. Con el oleaje que subía y bajaba, se escuchaba a veces cerca o poco perceptible.

“Esa voz se parece a la de mi madre, viene por mí”, se dijo Adela.

“Despierta, hija, aún no es tu hora de partir, tendrás una larga vida”. La chica alzó la cabeza tratando de ver en lontananza. La cresta de la ola subió el trozo de madera, entonces pudo ver a una mujer que nadaba con potente brazada, señalando que la siguiera.

Era una oportunidad para salvar su vida. Con el vaivén de las olas, de pronto la perdía de vista, luego volvía a localizarla. En un tramo estuvo muy cerca de la persona que la guiaba. Creyó reconocer la figura de Ruth, su mamá. “Estoy delirando, pero sus brazadas son muy parecidas a la de mi madre”. 

Su guía se detuvo, señalando que continuara al frente. Adela pudo ver la playa, soltó el madero, con energía inusitada braceó para alcanzar a quien la había salvado. Pero también la guía braceó con mayor rapidez, se paró unos segundos en la arena, mandó un beso a la joven y moviendo los brazos, se despidió.

Adela pudo ver a quien la había salvado. No tenía la menor duda: era su madre.

Llegaron salvavidas, paramédicos; ella solo quería ver a su mamá. Ruth se detuvo algunos segundos entre unas palmeras, estaba rodeada por libélulas. La joven sonrío, recordando que a Ruth le gustaba ir a lugares donde hubiera libélulas y éstas la seguían.

Pregunto por sus amigos, habían logrado permanecer a flote, fueron rescatados varias horas antes. El padre de Raúl había solicitado a la guardia costera su búsqueda. También a ella trataron de localizarla, sin tener éxito. 

Adela sonrío feliz, pensando: “Las madres siempre protegen a sus hijos, sin importar dónde estén”. 

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