Siempre me ha dado miedo, por no dominarlo, el tema de la magia, la brujería, la lectura de cartas, el tarot y las predicciones en general.
Hace ya muchos años, cuando aún me interesaba salvar mi matrimonio, mi amiga Maritza me hizo cita con Francisco, famoso por su acertada lectura de cartas, limpias y otros “trabajos”. Ella también pidió que la recibiera.
Cuando llegamos a la cita en avenida Coyoacán, estuve a punto de desistir, pero mi amiga no me lo permitió.
En un pasillo frío y casi sin luz, subimos por una larga escalera de caracol. Al llegar al último piso, lo primero que vi en la esquina del pasillo, fueron varias tablas en forma de medio círculo colocadas por tamaños, la chica arriba y la más grande abajo. No entendí lo que estaba colocado en cada una de ellas, pero a la vista era muy desagradable.
Cuando apareció Francisco, se presentó conmigo. Maritza y él ya se habían visto en otras ocasiones en que ella había ido a consultarlo.
El notó que yo no podía quitar la vista de las tablas y lo que contenían. Solo me dijo: “Más tarde te explico qué es”.
Yo iba específicamente a que me leyera el futuro. Pedí que me atendiera a mí primero, para que mi amiga no le informara nada de mi situación y así comprobar si efectivamente él veía el presente y el porvenir.
Me pasó a un pequeño cuarto, en el que solo había una mesita y dos sillas. Al darme cuenta de que había una taza y una jarrita con café humeante, de inmediato le dije que yo no iba a tomar nada que él me diera. Me explicó que solo era para que yo vaciara ese café muy espeso de la jarra a la taza y él iba a leer o interpretar los sedimentos que quedarán en el fondo.
Así lo hice. Francisco empezó con los ojos cerrados, a invocar a no sé quién. Mi temor aumentó, lo interrumpí y le pregunté si estaba invocando a algún ser maléfico. Molesto, me contestó que estaba invocando a santa Elegua, que era parte importante del ritual de la santería cubana.
Transcurridos unos minutos más, analizando fijamente los asientos del café, me dijo: “Ya veo parte de tu vida, pero te voy a decir toda tu situación actual y futura, después de que te lea las cartas y dos cosas más”.
Después de las cartas, me invitó a prender una vela y con atención observó, durante varios minutos, las figuras que se formaban al derretirse.
Acto seguido, tomó mis manos y analizó las líneas de cada una. No hablaba, sólo movía la cabeza con la que hacía señales de aprobación o extrañeza.
Yo seguía impresionada con los múltiples platos que observé al entrar y con su contenido. Francisco se dio cuenta y me informó que, antes que me fuera, iba a explicarme qué eran y para qué se utilizaban.
Acomodándose en su asiento, tomó mis manos y mirándome fijamente dijo: “No tienes una vida fácil y se va a complicar más, pero aquí estoy yo para ayudarte”.
Lo primero que comentó fue que mi marido me era infiel (para mí no era novedad) y que la mujer con la que actualmente salía, me iba a tratar de dañar hasta quitarme de en medio.
Que un familiar mío, que vivía en Guatemala, en pocos meses moriría.
Pensé que estaba inventando historias, ya que yo no tenía familia en ese país.
Me dijo que veía que yo tenía un pretendiente que siempre usaba un bastón o una sombrilla elegantemente colgado del brazo izquierdo. Le dije que estaba muy equivocado en dos últimos comentarios. Me pidió que cerrara los ojos y me concentrara en los hombres que estaban cerca de mí, que él estaba seguro que uno vestía elegantemente y usaba en el brazo lo que él me describió.
Al hacerlo, recordé a Adolfo, un amigo de mi hermano mayor y efectivamente coincidía en todo lo que Francisco describió. Era uno de los pocos muchachos a los que mis padres les permitían frecuentar la casa.
Pidió que lo siguiera hacia donde estaban las tablas con platos que contenían dos cosas carnosas entre moradas y negras que causaban repugnancia. Me ordenó que los observara fijamente.
Me explicó que debajo de cada plato había un papel con el nombre de dos personas escrito y que lo que me causaba asco eran dos corazones de paloma; me ofreció que, si yo quería, podía poner un plato con los corazones y abajo un papel con mi nombre y el de mi marido escrito. Con este amarre, mi esposo jamás se podría separar de mí.
Sin titubear, le contesté que yo no quería a José junto a mí, en contra de su voluntad. Me condujo a un patiecito y pidió que me parara al centro. Lo hice y comenzó a regar gasolina o algún líquido flamable, formando un círculo a mi alrededor. Cuando pregunté qué pensaba hacer, contestó que me iba a hacer una limpia, que necesitaba yo con urgencia.
Prendió un cerillo y lo arrojó al líquido, esto provocó unas altísimas y abundantes llamas. Mientras tanto, él entonaba no sé qué cantos o rezos y agitaba un ramo de olorosas hierbas.
No sé si pasaron pocos o muchos minutos, cuando le grité que terminara con todo eso y me dejara ir. No lo hizo. Dijo que las flamas se tenían que extinguir por sí solas.
Después me ofreció un vaso con líquido verdoso, que obviamente no me tomé.
Insistió en hacer el trabajo del plato con corazones. Ya molesta, pregunté cuánto le debía. Salí de inmediato, sin esperar a Maritza.
Al llegar a mi casa, de inmediato llamé a Gonzalo, el sacerdote de la orden del Espíritu Santo que años atrás nos casó y era mi amigo. Le comenté lo vivido y me dijo: “Te viste inteligente al no aceptar que el santero hiciera ningún trabajo para retener junto a ti a tu marido y en no tomar nada de lo que te ofreció”.
Le comenté que yo no creía en la brujería, a lo que me contestó que me había salvado porque eso parecía magia negra. Insistí que eso no existía. De inmediato me hizo la pregunta: “Si no existe, ¿por qué hay sacerdotes exorcistas como yo? Además está comprobado que lo que haces en contra de la voluntad de una persona, tarde o temprano se te regresa para mal”.
Lo sorprendente aún estaba por venir.
A los dos meses, me enteré de que había muerto en Guatemala una tía que estaba de viaje.
Adolfo, el amigo de mi hermano, me confesó que estaba enamorado de mí.
Y para que se cumpliera la tercera profecía de Francisco, faltaba que la “Amiga” de mi marido intentara hacerme un gran daño, pero un domingo sucedió que…
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