Era una agradable y soleada mañana, los cadetes estaban en perfecta formación, el escenario se encontraba listo en espera de los invitados de honor. Los asistentes se apresuraban a localizar el lugar asignado. El coronel Ernesto Guerra de la Fuente, a paso lento, apoyado en su ya inseparable bastón, auxiliado por su nieto buscaba el lugar asignado.
Estaba en la fila “T”. Muy retirado de las personalidades. Le parecía que año con año, lo enviaban más lejos. La actitud del alto mando militar le parecía una humillación a su persona, se prometía ya no asistir, pero el deseo de revivir glorias pasadas resultaba más poderoso.
Disfrutaba el desfile cívico militar, las acrobacias, y, deleitarse con los acordes de las bandas y orquestas de los jóvenes cadetes; a quienes considera unos verdaderos concertistas.
Esto pensaba el coronel mientras caminaba rumbo a su lugar. Con gallardía portaba su uniforme de gala, ya gastado por el paso de los años, lo adornaban las relucientes medallas ganadas por sus acciones heroicas. Por fin llegó a la fila “T”. Su butaca estaba en medio; con dificultad llegó a ella.
Ese día, el dolor en su pierna derecha era muy intenso, hubo momentos en que sintió desmayarse, pero como buen militar, no daría un espectáculo bochornoso. Se mantuvo erguido tanto como sus viejos huesos lo permitieron. Su nieto se retiró, le prometió regresar por él.
El Secretario de la Defensa Nacional, el de Gobernación, y otras personalidades hicieron acto de presencia. El maestro de ceremonias anunció la apertura del evento. Los acordes de la banda de guerra y la marcial entonación del Himno Nacional, motivaron el cambio de su estado de ánimo.
La felicidad abrazó al coronel, se sintió tan eufórico, que su corazón latió con fuerza, de sus cansados ojos y sin darse cuenta, dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, él se preguntó ─¿Cómo es que había pasado tanto tiempo? su amada Penélope cumplió cinco años de haberse ido de este mundo, la soledad sin ella, era aterradora.
Hoy, como otras veces se preguntaba: ─¿Si hubiera tenido los doscientos mil pesos que necesitaba para su atención médica?, tal vez habría vivido otros años más. ─¿Cómo reunir esa cantidad estratosférica, con la raquítica pensión que recibía?
Un rictus de dolor se dibujó en su rostro, era la herida en la pierna derecha ocasionada por una bala, cuando defendió a una humilde familia de ser masacrada por sicarios de unos de los cárteles de la droga más sanguinarios del país.
sucedió cuando fue asignado en la Sierra Madre Occidental. El dolor continuaba, buscó en el bolsillo derecho del pantalón, el frasco con los analgésicos; solo le quedaban dos, no podría comprar otros hasta el próximo mes.
Escuchó la marcha que tanto le gustaba semejaba la entrada triunfal de las tropas, después de haber defendido a la patria del enemigo invasor. La gallardía de los jóvenes le recordaron su propia juventud. En aquellos días en que soñaba tener una casa con un gran jardín, donde Penélope cultivara sus amadas rosas. La vida le puso otros retos. Primero está el deber ante la patria, argumentaba el coronel.
A veces se cuestionaba ─¿Cómo es que sus compañeros sin mayores esfuerzos, tenían una pensión de alto rango, y suntuosas propiedades? La respuesta la sabía. ¿Cómo olvidar las incontables ocasiones que fue invitado a participar en turbios negocios?
El coronel jamás lo haría. Él, empeñó su palabra de honor, cuando juró actuar con rectitud y defender a la patria.
Por haberse negado sufrió varios atentados de muerte, y en cuanto resultó herido lo dieron de baja, argumentando que ya no era apto para seguir en las fuerzas armadas.
La segunda parte del festival dio inicio, correspondía a la orquesta sinfónica. Escuchaba la melodía con los ojos cerrados, sentía una paz espiritual. El dolor había disminuido, podía disfrutar plenamente de la armonía musical, reclinado en la butaca dejó volar su imaginación. Recodaba aquellas vacaciones en una pequeña isla del Atlántico con su adorada Penélope; al cumplir un año de casados.
Las montañas azul plata, la exuberante vegetación, las aves de bello plumaje y los cánticos de los monjes, hacían del lugar el paraíso terrenal. ─ Éramos tan jóvenes, dormíamos con las ventanas abiertas, nos quedábamos dormidos viendo las estrellas. Penélope amaba a la naturaleza.
Entre los acordes de la orquesta y los recuerdos, el tiempo transcurría.
Feliz estaba el viejo coronel, escuchando a los virtuosos solistas. La bella melodía cubría el ambiente. Pianista y violinista atraparon la atención de los presentes, no se escuchaba otro sonido que no fuera la solemne melodía. Los instrumentos parecían cobrar vida ante la magistral interpretación.
Se apoyó en su bastón, cerró los ojos y las excelsas notas invadieron al ser. El dolor desapareció, su entidad corpórea aligeró su peso; pudo surcar el espacio. Encontró a Penélope que feliz le extendió los brazos, tomados de la mano y sentados en un brazo del hermoso tilo, escucharon el diálogo entre el piano y el violín.
─¿Peter, listo para el concierto?, ─dijo el violín, ─valla que lo estoy Valentine, ─respondió el piano, ─empecemos entonces, de nosotros depende que la academia no cierre sus puertas y estos jóvenes, no trunquen sus estudios, sería una tragedia. ─Expresó el violín.
Se inició un subliminal lenguaje musical. De cada instrumento surgieron las notas que se esparcieron en el viento de la vida.
El coronel estaba extasiado con la armonía musical y la presencia de Penélope. Se preguntaba ─¿Cómo es posible que exista tanta felicidad?
De pronto, algo sucedió, el árbol se sacudió violentamente. Con infinita ternura abrazó a su esposa. Empezó a escuchar una lejana voz que le gritaba, ¡abuelo, abuelo despierta! Abrió los ojos y vio a su nieto que lo sacudía ─abuelo perdona el retraso, como de costumbre, hay varias manifestaciones, no pude llegar a tiempo. Vámonos, hace una hora que el festival terminó.
Abuelo y nieto caminaron entres las desordenadas butacas. Un manto de felicidad, cubría al coronel Ernesto Guerra de la Fuente.