Como padres de familia tenemos doble responsabilidad con nuestros hijos, no se trata nada más de educarlos corrigiendo una mala actitud o acción; también debemos dar un buen ejemplo en el que sea congruente lo que digo con lo que hago. Como padres también aprendemos al enseñar a nuestros hijos, y a la vez echamos mano de las enseñanzas que nuestros padres nos dieron con tanto cariño. Algo que debemos enseñar a nuestros pequeños y adolescentes, es a darle valor a lo que decimos. Nuestra palabra vale, y vale mucho. Debemos aprender a cumplir lo que prometemos, pero además debemos ser cuidadosos en que NUESTRA PALABRA sea inteligente, respetuosa, responsable, prudente, empática, y al mismo tiempo positiva, valiente, sincera, humilde, y sencilla, entre otras. Si decimos algo a nuestros hijos hay que cumplirlo, y en nuestra relación con los demás sean familiares, amigos, vecinos, gente que trabaja con nosotros y conocidos, también hay que procurar no caer en mentiras, en promesas sin cumplir, en usar la boca para herir o insultar, para presumir, para fanfarronear, para ser altanero, para opinar en algo que no nos corresponde, para humillar, para gritar, criticar, etc.
Por el contrario usemos nuestras palabras para decir y defender la verdad, para cumplir, para sanar, para alabar, para felicitar, para orar, aconsejar, reconocer, consolar, ayudar, dar libertad…para amar. Me preguntaba mi hijo de 6 años hace unos días: «Mamá, ¿para qué hablamos?» A lo que le respondí en ese momento, que hablamos para decir lo que sentimos, lo que llevamos dentro, para expresar lo que deseamos. Esto me hizo meditar y profundizar en éste valioso tema y quise compartirlo.
Hablemos con inteligencia y dejemos expresar nuestra alma que a veces grita y no se escucha; pensemos dos veces antes de hablar y reflexionemos, porque siempre será nuestro corazón el que ponga nuestras palabras en la boca.