viernes, abril 19, 2024

Nobleza jamás imaginada – g.virginia SÁNCHEZ MORFÍN

Hace ya siete años, Adriana había decidido comprar un perro, pero aún no tenía definido por qué raza se inclinaría… ¿Uno pequeño con apariencia de indefenso y necesitado de cariño? ¿o uno grande, de imponente estampa, con el que ella se sintiera protegida?

Hubo personas que opinaron que, antes de adquirirlo, debería informarse de las características de cada raza, pero no lo hizo… prefería dejarse guiar por su percepción. 

Ya estando en la tienda de animales, le llamaron la atención ocho diferentes perritos.  Preguntaba el precio de cada uno y, acto seguido, pedía que le permitieran cargar y acariciar a cada uno. 

Después de dos horas, Adriana seguía indecisa entre una pequeña y cariñosa Schnauzer que la miraba con ojitos de ternura o una Border Collie de elegante estampa y tierna nariz rosa, la cuál se sentó muy erguida frente a ella, viéndola fijamente a los ojos, lo que interpretó su posible futura dueña como: “Estoy aquí para cuidarte”. 

En ese momento ni Adriana, ni el animal, imaginaron el futuro que les tocaría compartir. 

Adriana pagó el costo de la preciosa perra, también de un inmenso y abullonado colchón, de una correa y varios juguetes para perro, incluyendo tres ruidosas pelotas y dos frisbees. 

Adriana salió muy contenta del centro comercial junto con su nueva acompañante: la preciosa perra Border Collie. Ambas subieron a la camioneta y ahí comenzaron una serie de inesperadas aventuras. 

Hasta el día de hoy me sigo preguntando: si esa perra hubiera tenido la oportunidad de elegir a su dueña, ¿habría elegido a Adriana?  Pienso que sí. 

Cuando al fin ambas llegaron al fraccionamiento en el que vivía Adriana en la Ciudad de México, ya comenzaba a caer la noche y brillaba una inmensa luna llena. En ese momento se decidió el nombre de la perra… “Luna”.

Adriana, que se caracteriza por tener un carácter firme en el que impera el orden, comenzó a educar a Luna y a obligarla a que se adaptara a la forma de vida de ella y su hijo, llamado Daniel. 

Salían a pasear dos veces al día. Luna se convirtió en amiga de todos los niños de la privada y muy querida por sus papás. 

Más que una mascota y su dueña, son las mejores amigas y cómplices.  Afortunadamente Luna no habla, pues sabe todos los secretos y vivencias de Adriana. 

Pasados cuatro años, Adriana recibió una inesperada oferta de trabajo en Canadá, por parte de una de las importantes empresas a las que ella y su madre les organizaban sus eventos corporativos.  

Adriana no lo pensó dos veces. En menos de un mes, ella Daniel y Luna, que estrenaba su jaula para viajar, ya estaban en la fila del vuelo que en tres horas saldría con destino a Toronto y que sería sólo el principio de inesperadas vivencias. 

Al llegar al aeropuerto en Canadá, el personal de migración preguntó a Adriana si no traía frutas, vegetales o animales, a lo que respondió que no. En ese momento, le entregaron una hoja que debía presentar al oficial que se encontraba en la puerta por la que se debe pasar después de recoger el equipaje. 

¡Problema en el que se metió!

Cuando el oficial de esa salida observó el documento en el que se informaba que no llevaba animales y que Adriana tenía en el carrito del equipaje maletas y una gran caja en la que se escuchaba ruido adentro, se dio cuenta de que había un animal.  Esto ocasionó que la pasaran a un cuarto y a Luna a otro,  en los que permanecieron por más de dos horas, además de que le impusieran una multa y le llamaran fuertemente la atención. 

Durante ese tiempo de larga espera, Adriana rezaba y lloraba. Temía que le quitaran a Luna.  Afortunadamente, ambas pudieron pasar.

Ese fue el principio de decenas de cambios de vida a los que los tres se tuvieron que adaptar.  Algunos de estos: clima, tipo de comida, reglamento de tránsito, costumbres y educación canadiense, horarios, vecinos y métodos de transporte.

Ya instalados en una linda casa canadiense, con el clásico techo de dos aguas y chimenea, rápidamente se adaptaron a los largos meses de frío extremo y nevadas. 

Cuando, por diferentes motivos, Adriana lloraba o llora, su amiga incondicional, se sienta frente a ella, la observa con mirada tierna y lame las lágrimas hasta secarlas.  

En la camioneta, Luna es el copiloto desde el asiento de atrás. Conoce cada ruta y unos segundos antes de dar vuelta, cambia de ventanilla según el lado al que ya sabe que van a dirigirse. 

Luna conoce en qué mueble está colgado su collar con el que sale a la calle. A diario, faltando cinco minutos para las siete de la mañana, se sienta junto a ese mueble a esperar que le coloquen la correa para salir a caminar a la orilla del precioso lago con aguas heladas.

Como resultado de esta caminata, varias personas conocen a Adriana, David y a la inteligente perra. Todos se saludan, pero la consentida y de la que todos conocen el nombre es Luna. 

En este lago juegan por varios minutos.  Adriana  avienta un frisbee lo más lejos posible y Luna nada feliz en las heladas aguas a rescatarlo. Ya de vuelta, exige que se le vuelva a aventar su juguete  al lago.  Es incansable. 

Hace unos días, durante el paseo matutino, se acercó a Adriana un hombre  a pedirle que jugara con Luna muy cerca del  lugar en donde se encontraba su anciana madre en una silla de ruedas,  colocada sobre un pequeño montón de arena en el lago.   Explicó que era el cumpleaños de su mamá, la que adoraba a los perros y durante varios días había observado a la alegre Luna. 

Adriana gustosa aceptó a ir a jugar con Luna enfrente  de la señora.  Cuando Adriana se disponía a aventar el frisbee hacia el lago, Luna extrañamente no veía a su juguete, se dirigió a la silla de ruedas y con ternura indescriptible, recostó su cabeza sobre las piernas de la señora. Así permaneció, por muchos minutos, lamiendo la mano de la señora y recibiendo los cariños de ella. 

¡La señora no dejó de llorar, ni los que observaban la escena tampoco!. 

Siempre me he preguntado si los perros piensan, razonan, siguen costumbres, o son como cualquier hombre o mujer y la única diferencia es que no hablan. 

¡Esa es su máxima virtud!

g.virginiasm@yahoo.com  

@gvirginiaSM

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