JO, JO, JO… Merry Christmas; vamos pastores, vamos; arre borriquito, arre burro arre; Santa Claus llegó a la
ciudad; noche de paz, noche de amor… estas son las canciones que escuchamos durante esta época, decenas
de veces, en todos los sitios, en los centros comerciales las repiten incansablemente, en los festivales
escolares, en las reuniones entre amigos o familiares, a veces las tarareamos inconscientemente, a veces las
cantamos a alta voz con gran alegría.
Y en el cielo, hace poco más de 2000 años, un coro de ángeles cantaba “Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. El Salvador del mundo nacía en esta tierra, venía con
humildad, a hacer su aparición en un pesebre, entre animales de granja, suciedad, incomodidad, condiciones
totalmente insalubres -comparadas con las que hoy se prevén para lleva a cabo un alumbramiento-
. Pero bajó
del cielo en absoluta voluntad, con infinito y profundo amor, convencido de cumplir el plan divino para el que
vino a esta tierra.
La Navidad es una temporada que nos contagia de armonía, buenos deseos para las personas, entusiasmo
por convivir con aquellos que hace tiempo no hemos tenido contacto; dedicamos tiempo y recursos a complacer
a nuestros seres amados, compartimos pensamientos, frases, imágenes que evocan la paz y el amor entre la
gente, aún la desconocida o no tan allegada; pareciera un tiempo en el que nos transformamos en aquellas
personas que, dicho sea de paso, deberíamos ser en lo cotidiano y todo el resto del año, gente de bien y de
buen corazón… “hombres de buena voluntad”
.
¿Por qué nos convertimos en esa persona tan notablemente amable en esta temporada y ante esta festividad?
Porque la razón es justamente esa, el plan de Jesús de convertirse en un bebé humano, para crecer entre los
hombres y convivir con ellos, entender -en carne y hueso- sus sentimientos, dejar en claro ante la humanidad
la empatía que pudo sentir al compartir momentos de alegría, de tristeza, de pérdidas, de logros, de angustia,
de esperanza, junto con sus cercanos y aún con las personas que iba conociendo en el camino de su vida.
Estoy segura de que alguna vez acudió a un velorio, sabemos que asistió a una boda y la disfrutó, supo lo que
es la amistad sincera y leal, y en su corazón sufrió la traición de quien caminaba con Él; se sintió acusado sin
razón, perseguido, señalado, y también disfrutó de buenas pláticas con sus amigos, se arropó en el abrazo de
su mamá y tuvo diferencias con sus hermanos.
Estos son sentimientos y emociones muy comunes en nuestra vida, todos los días pasamos por uno o varios
estados de ánimo de los que acabo de mencionar. Sin embargo, el nacimiento de ese bebé, del niño Dios, de
Jesús, y las condiciones y vivencias que pasó durante sus poco más de 30 años en esta tierra, nos invitan a
sentir su presencia enseñándonos cómo vivir en armonía, unión y comprensión en estas fechas; se hace más
evidente y real al entender que la Navidad no es una fecha comercial o de descanso, o de viajar, o de preámbulo
para el fin de año; la Navidad es el nacimiento de la persona más importante del universo, de un Rey que
gustoso aceptó venir a esta tierra a pagar la cuenta que nosotros teníamos pendiente, desde su nacimiento en
el pesebre esa noche tranquila e iluminada por numerosas estrellas, incluida la estrella de Belén, hasta su
último aliento, su vida nos habla y nos invita a ser esos personajes armoniosos y pacíficos de estas fechas,
durante todo el resto del año y por siempre y siempre.
Así que celebremos en gozo, unidad, amor esta Navidad y considera vivir en ese sentir todos los días de tu
vida, la razón de la Navidad es Jesús y su propósito es de uso diario, por siempre.
Feliz Navidad, feliz vida cotidiana.
Conny Godínez.
El Sello, Iglesia Cristiana.
Diciembre 2024.