viernes, marzo 29, 2024

Maneja viendo por el parabrisas, no por el retrovisor – g.Virginia SÁNCHEZ MORFÍN

A través de este artículo, intento que tú, estimado lector, asumas el papel de Gerardo y des respuesta a las preguntas, que podrían ser las mismas que tú te has formulado. 

Después de leer este relato, surge una duda: ¿cómo son o serán los últimos días de vida de Gerardo?

Hace un año, durante la fiesta con la que se celebró el onomástico de mi amigo Gerardo, me dediqué a observar su comportamiento hacia sus hijos. Varias veces, me pregunté si las conductas aprendidas durante la niñez y la adolescencia, a pesar de haber causado daños, se repiten, y si se repiten… ¿es por venganza inconsciente o porque, pasados los años, se piensa que ese comportamiento fue y es lo correcto?

Como amiga de Gerardo, a través de nuestra frecuente convivencia, he observado, en muchos momentos de su vida, cuán necesitado ha estado del cariño que nunca tuvo de su padre, ni de su madre. 

Su papá, educado a la antigua, pensaba que si era cariñoso con sus hijos, podía perder el debido respeto o la autoridad sobre ellos.

Si Gerardo le preguntaba el porqué de alguna orden recibida, infinidad de veces escuché a su padre responder: “Simplemente porque yo lo digo”. Otra de sus contestaciones favoritas era: “Entre tú y yo hay una barrera y no tengo que explicarte nada”.

¿Acaso así se acostumbraba en las generaciones de nuestros abuelos y hasta de nuestros padres?

En ese tiempo era frecuente escuchar órdenes dirigidas a los hijos como: “Aguántese, no sea marica”. “No demuestres tus sentimientos”.  “No chille, los hombres no lloran”. 

Un misterio que ni mi amigo, ni yo podemos entender, es la razón por la cual el padre de Gerardo, con sus sobrinos, era el más cariñoso, juguetón, bromista y platicador, pero no con sus propios hijos. 

¿Acaso tenía dos personalidades?

Gerardo, al tener hijos, ¿se preguntaría si para educarlos, debía seguir el mismo patrón o ser diametralmente opuesto a lo que su padre le impuso?

A lo largo de la reciente convivencia con Gerardo y su familia, observé con mucha tristeza, que repite lo vivido.  Es drástico, castigador y poco cariñoso con sus hijos.  Esto obviamente genera distanciamiento. 

¿Por cuantas generaciones más se seguirá repitiendo este patrón?

Hace bastantes años que comencé a darme cuenta de la mala relación entre Gerardo y Marcela, su esposa. Esta condición se acentuó con el nacimiento de cada uno de sus cuatro hijos, ya que él estaba celoso de que ella les dedicara tiempo; demandaba ser el único centro de atención.  

En ese tiempo, ya no reclamaba a sus padres… lo hacía a su esposa.

Ansiamos y demandamos a nuestra pareja lo que necesitábamos y no tuvimos durante nuestra niñez. Ser escuchados, reconocidos, acariciados, cuidados, apoyados y sobre todo… queridos. 

Surge otra pregunta al respecto: ¿Gerardo no recibe cariño porque, a pesar de necesitarlo,  no cree merecerlo?

Tenemos que estar conscientes de que esas son las demandas de nuestro niño interior, pero que ahora la realidad es otra muy diferente y que como el adulto de hoy,  ya no podemos reclamarlas a nuestros padres ni vivir en el pasado.  

Aprovechando el poco tiempo que durante esa reunión tuve para platicar con Gerardo, le externé mi sentir.  

—Amigo querido, estoy muy preocupada por ti.  Sé que desde hace dos años, te separaste de Marcela, que ella sigue viviendo en Michoacán y tú pusiste tierra de por medio, ahora vives totalmente solo en Zacatecas. Tu hija, que habita a escasas cuadras de tu domicilio, no te frecuenta debido a tu permanente irritabilidad. 

Me he enterado de que con mucha frecuencia te trasladas a Michoacán a convivir con Marcela y sus otros hijos, pero por discusiones y peleas, regresas a tu casa antes de lo previsto. 

Gerardo querido, te pido que consultes a un terapeuta o sicólogo. Necesitas ayuda. 

Eres inteligente, noble, tienes una empresa exitosa, reúnes todo para ser feliz el resto de tu vida. Puedes viajar, comprarte ropa de la mejor calidad, asistir a espectáculos internacionales y no lo haces. 

Es triste que, a tu edad, no encuentres un lugar dónde vivir contento y acompañado.  Estas solo… te urge ir a ver a tu familia, y cuando estás con la familia… te urge regresar a tu casa a estar solo. 

Si tu niñez y juventud fue triste… el presente y el futuro depende de ti.

¡Por favor deja de manejar viendo por el retrovisor y ya empieza a ver por el parabrisas!

No puedo creer lo que me comentas;  que en tu casa tienes los muebles necesarios, pero en lo relativo a alimentos, sólo tienes un juego de cubiertos, tres platos, una taza y un vaso. Menos mal que cuentas con un horno de microondas. 

¡No una olla, un comal, un sartén o un tostador!

¿Has pensado qué vas a hacer y cómo vas a vivir cuando te empiece a faltar la salud y tal vez tengas que depender de alguien?  

Después de aquella plática con Gerardo, no he podido volver a tener contacto con él. No contesta su celular, ni el teléfono de su casa. Mensajes o correos, tampoco.  ¿Estará bien, se habrá cambiado de casa, estará enfermo o… ya no estará?

Tú, querido lector, ¿cómo habrías actuado en el lugar de Gerardo? 

g.virginiasm@yahoo.com

@g.virginiaSM

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