Al cruzar el portón, la oscuridad me envuelve, me engulle, después de unos minutos distingo los delgados hilos de luz que se cruzan enfrente de mis ojos, se mezclan de una manera extraña y perfecta. Una vez que mis ojos se han acostumbrado a la penumbra, distingo una puerta que termina en un arco, es tan alta que inclino la cabeza hacia atrás para apreciarla. Quedo impresionada por la atmósfera de misterio que se respira en esta casa.
Entro con sigilo, cuidando de no hacer ruido, como si temiera interrumpir o importunar a sus moradores. Idea absurda que desecho de inmediato, ya que no hay nadie. La casa está sola, nadie la habita desde hace medio siglo.
Me adentro a “La Casona de los Cinco Patios”, una belleza del siglo XVI que se ubica en el corazón de la ciudad de Querétaro, sorprende por los arcos, escaleras, laberintos, y muros que la envuelven.
Su historia, no es distinta a otras más de la época. Con estilos neoclásicos, de influencia europea construidas por hombres ricos y poderosos que las erigieron para ser recordados pero paradójicamente con el tiempo nadie los recuerde a menos de sumergirse en las páginas de la historia.
Al tocar sus muros, me recorre un ligero escalofrío que me eriza la piel, me pregunto cuántas historias han quedado atrapadas aquí, historias calladas, retorcidas. Cuantos , suspiros, traiciones, amores, decepciones. Esas historias que no se escriben pero se susurran y se guardan como secretos jamás develados como sucede con todo aquello que no podemos ver ni tocar, que nunca se materializa pero que no podemos negar su existencia.
Uno de sus primeros moradores fue Don Pedro Romero de Terrenos, producto de una herencia, que con el tiempo logro incrementar su fortuna con las minas de Real del Monte de Pachuca y que además fundó el actual Monte de Piedad. Cuando lo nombraron con el título de Conde de Santa Ma. de Regla. La casa tomo el nombre de “La Casa del Conde de Regla”, haciendo alusión a que era de su propiedad como si se tratara de una esposa. No cabe duda de que conservamos ese gusto de dejar claro lo que sabemos nuestro.
Tiempo después, la vendió a Don Cayetano Rubio entonces fundador de la famosa fábrica textil “Hércules”. Éste al adquirirla la nombro “Casa Rubio”, le hicieron algunos arreglitos aquí y allá para no decepcionar a ilustres personajes de alta alcurnia que se hospedarían en ella . Como fueron los emperadores Maximiliano y Carlota y el presidente Don Porfirio Díaz, quien dicen que, en esta vieja casona, en uno de sus balcones de hierro forjado, ataviado con sus mejores trajes, pronunció su tan famosa frase, “El pueblo tiene el gobierno que se merece”.
Esta preciosidad, después, se convirtió en un lugar de enseñanza de las Damas de sociedad católicas. Al saber esto, no puedo dejar de imaginar a las señoritas de la época ocupando los múltiples salones con lámparas de cristal y grabados, bajo el severo escrutinio de las monjas.
Después, la casona fue ocupada por Don Antonio Espinoza quien vivió en la parte alta, porque en la parte baja era un almacén y centro de distribución de la cerveza “Corona”, fue hasta en los años setenta que se convirtió en la primera tienda de autoservicio en Querétaro.
Así es como ha transcurrido la historia de esta emblemática construcción, de la cual es imposible saber que esconde dentro de estos muros. Solo queda disfrutarla, admirarla, fundirse con ella. La luz de los vitrales se permea sobre los escalones, como delgadas hebras luminosas, en la parte alta, el hierro fundido del pasamanos se mantiene intacto, fuerte, elegante con figuras de mujeres hermosas, entrelazadas con ramas y hojas. Una obra de arte.
Mi visita ha terminado, volteó hacia atrás, echándole una última mirada, me pregunto cuando regresaré, pasaron casi catorce años desde que la conocí por primera vez.
Cierro el portón, se quedan detrás de mi tres siglos de historia. Sus secretos, solo los conocen los personajes que la habitaron y que le dieron vida. Estoy segura de que los guardan bien.
Al fin, ellos y sus secretos.
Por: Sandra Fernández