viernes, marzo 29, 2024

Los regalos de la vida  – Teresita Balderas y Rico

Ángela colocó en la mesita de noche el libro que estaba leyendo: El impostor, de Pedro Ángel Palou. Es un tema fuerte, poco tratado. Su lectura genera profundas preguntas y confusas repuestas. 

La temática versa sobre la vida de Saulo de Tarso, espía infiltrado en los grupos de nazarenos seguidores de Jesús. Saulo fue enviado por el emperador romano, Julio Tiberio César Augusto, llamado Calígula. Años después, se convertiría en San Pablo, santo de la Iglesia católica. 

Esta novela había despertado el interés en Ángela. Dejó la confortable frazada para prepararse un café. Era ya media noche, pero el sueño estaba lejos de ella. Con frecuencia un café muy caliente le da cierto confort y minutos después logra dormir. En esta ocasión, la estrategia no dio el resultado esperado, solo consiguió un estado de bienestar. Sus recuerdos viajaban de una época a otra, trayendo al presente sucesos que creía olvidados.    

“Soy feliz” se dijo, “después de todo, la vida ha sido benigna conmigo. Algunas batallas he perdido, otras, ganado. El balance está a mi favor, tengo mucho por agradecer”.  

Esa noche sería como otras en que el sueño llega cerca del alba, una o dos horas antes de iniciar la diaria jornada de actividades. Tomó uno de los viejos álbumes. Tenía mucho tiempo no ver esas fotografías, testimonio de una historia de vida. 

De su niñez, recordaba aquellos ingenuos juegos, con el constante llamado de su madre, atenta a que los hijos no se pasaran de la “raya”. Le gustaba subirse a los altos y frondosos mezquites, atravesar la calle para llegar a los árboles frutales que estaban a la vera del camino, cortar una chirimoya, zapote blanco e higos, tan dulces y jugosos.

¿Cómo olvidar aquella extensa nopalera con diversos tipos de tunas?, anexa a la vieja casona, herencia de los abuelos maternos. En ella se podían ver tortugas, conejos y ardillas.  

Había magueyes de dos metros de altura, cactus, arbustos, plantas medicinales, aromáticas y flores de ornato, de todo tipo.

Ángela cerró los ojos. Recordó los arroyuelos en que se convertían las calles en época de lluvia, en donde se podía jugar después de la tormenta, imaginando que estaban en alta mar. Se vio jugando en las noches de luna llena, tan esperadas por los niños del barrio.

Las mamás de los chiquillos salían por la tarde a la puerta de su casa, hablaban de las peripecias que hacían con el dinero, en la manutención de la numerosa familia. De alguna manera, ellas desahogaban sus penas mientras la chiquillada se divertía contando cuentos, adivinanzas, jugando a la roña, encantados y rondas. Los niños, al bote pateado, burro castigado, o construían linternas: con ellas formaban diversas figuras, semejaban cientos de luciérnagas. Los adultos disfrutaban el espectáculo. 

Ángela rememoraba su pasado, saboreando los grandes momentos de triunfos y felicidad. Recordó que en diversas ocasiones tuvo que aparentar una fortaleza inexistente, para lograr sus propósitos.

Los minutos pasaban. Ella seguía despierta. Volteó a ver su taza, estaba vacía. Cambiaría la estrategia: pensó en la botella de un vino tinto italiano que una amiga le regaló en 2018. Este 2022 era el momento ideal para probarlo. Dio un sorbo a su bebida y dejó correr su pensamiento.

En su mente se hizo presente la ocasión en que, nerviosa y asustada, se atrevió a decirle al maestro Miguel Barrón, director de la escuela Primaria Miguel Hidalgo y Costilla: “Ya no quiero estar en primer grado, porque ya lo sé todo”. El director sonrió ante el atrevimiento de la chiquilla. Bromeando, le preguntó si quería estar en quinto o en sexto grado.

La niña permaneció en silencio. El director, al observar su actitud, la citó en la dirección de la escuela después del recreo, para hacerle exámenes de conocimiento y aptitudes. Los cuestionarios fueron resueltos correctamente. La siguiente semana inició el segundo grado con Antonia Martínez, la “maestra Toñita”.

“¡Qué grandes maestros he tenido en mi vida, siempre estaré agradecida con ellos!” se dijo Ángela, recordando que las actitudes de Toñita sembraron en ella la ilusión de ser profesora.

Continuó viendo las fotografías. Se detuvo a observar detenidamente una en blanco y negro: una pareja de jóvenes escuálidos tomados de la mano. Son ella y su esposo, cuando eran novios. Pensó en aquellos maravillosos años de su matrimonio. Con el tiempo, las acciones cambian, los recuerdos permanecen.

El nacimiento de sus hijos ha sido lo más grandioso en su vida. Verlos crecer, observar el desarrollo de la personalidad de cada uno, que hayan culminado sus estudios universitarios, realizarse como adultos responsables, ahora padres de familia, y verse convertida en abuela, le proporciona gran felicidad.

“Me siento una mujer plena, tengo mucho por agradecer”, pensaba Ángela. 

Siguió hojeando el álbum. ¡Qué joven y esbelta estaba en esa foto con los niños de primer grado!

Algunos de sus alumnos se han destacado en sus profesiones, aún la recuerdan. 

Ángela está viviendo una etapa con actividades orientadas al desarrollo de la palabra escrita y la pintura, sin olvidar la ciencia; a decir suyo, solo la está dejando reposar.

Se congratula por las amistades que conserva de muchos años y las que están llegando a su vida. Considera a la amistad una fuente de energía, amor, comprensión; elíxir necesario en la vida de todo ser humano.

“Grandiosos seres han estado en mi vida en los espacios y tiempos requeridos, fortaleciendo mi espíritu. A ellos mi eterna gratitud. Gracias por los años que me han regalado”, fue el pensamiento de Ángela, antes de ser cubierta por el suave velo del sueño.  

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