La semana pasada, me reuní con mi amiga Lupita a desayunar. Entre los múltiples temas de conversación, tocamos el de la Semana Santa. Comentamos la forma en que se vive ahora, y cómo la vivíamos nosotras en nuestra niñez. Los recuerdos surgieron, cuando hablamos del menú que tendríamos en nuestras casas el viernes de esa semana. Lupita comentó lo que guisaría para su familia.
─ Haré ceviche de pescado, tortas de huanzontle, ensalada de atún, y de postre, capirotada, ─ menú de lujo amiga, te vas a lucir, expresé.
─ ¿Y, tú que vas a cocinar?, Tere.
─ Prepararé una pasta a los tres quesos, camarones al coco en salsa de mango, ensalada verde, y de postre helado del que hacen en Hércules.
─ Nada mal, amiga, que pena que vivamos en los extremos de la ciudad, porque me gustaría que compartiéramos nuestros guisos. ─ Muy buena idea Lupita.
Ambas nos felicitamos por nuestras dotes culinarias, y continuamos nuestra conversación.
─ Cómo cambian las tradiciones, el sentido religioso se ha perdido, ahora Semana Santa se relaciona más con el espacio para la diversión y embriagarse entre otras cosas.
─ Vivimos en la era del caos, Lupita, con poco tiempo para pensar, invadidos por la mercadotecnia, se ha corrompido la palabra, seguido se escuchan falsas verdades. También debemos considerar que las tradiciones son dinámicas, cada generación aporta lo suyo. Algunos aspectos de los ritos se diluyen a través de los años; como la visita a los siete altares en jueves santo.
─Cuando fuimos niñas, no comíamos carne los Miércoles de Ceniza, los viernes de cuaresma y los jueves y vienes santos. Mi mamá me prohibía comer algunas golosinas a manera de penitencia, ─comentó Lupita.
─ El permiso para ir al cine era un rotundo no, a más de una buena regañada por el solo hecho de atreverme a pedirlo. “¿Qué no tiene temor de Dios?” Con esa frase terminaba el monólogo de mi madre.
─ Bueno Tere, en mi casa obedecía las órdenes de mi mamá, pero en la escuela aceptaba el dulce si me lo regalaba alguna amiguita, no me sentía tan pecadora, porque yo, no lo había comprado. Llegaba a la conclusión que, mi amiga también tenía cierta culpa. Así es que, el pecado lo repartíamos entre las dos.
─ ¿Tú qué hacías en esos días? ─Cuestionó Lupita.
─ Mi madre nos llevaba a rezar el viacrucis en una capilla cercana a la casa. A mi hermanita y a mí nos daba mucho sueño, empezábamos a cerrar los ojos, hasta que mamá con un fuerte pellizco, se encargaba de regresarnos al rezo. En otras ocasiones estábamos hincadas, el rezo nos iba adormeciendo, hasta darnos un frentazo sobre la banca.
Seguimos contando anécdotas vividas en nuestra infancia, dentro de una tradición religiosa celosamente vigilada por los padres y abuelos.
Realmente disfrutamos al recordar las peripecias que hacíamos para evadir la vigilancia materna y realizar una que otra travesurilla. Nuestra risa llamó la atención a las personas cercanas a nuestra mesa, una de ellas nos dijo que si estábamos festejando algo.
Bajamos el volumen de nuestra voz y continuamos.
─ Para que te rías más Lupita, voy a contarte lo que me sucedió un Miércoles de Ceniza. Desde temprano mi mamá había dicho que bañara a mi hermanita y luego lo hiciera yo, al fin niña, lo que más me interesaba era jugar, cada vez que mi madre preguntaba a qué hora haría lo que me había ordenado, mi respuesta era la misma: “ya voy mami”. El baño podía esperar, yo estaba feliz trepada en uno de los grandes árboles que había en casa. La diversión fue interrumpida abruptamente.
─ ¡Muchacha desobediente, te dije que no te subieras al árbol, te voy a castigar!
─ Como mi mamá era muy cariñosita, se quitó un zapato y cual pitcher de las grandes ligas lo lanzó, me pasó zumbando por una oreja. Hice lo que el perico, si no me agacho me atinan…
─Ya me duele el estómago de tanta risa expresó Lupita, ─ cálmate, que todavía no termino.
─ Al ver que mi santa madre iba por otros objetos para castigarme, opté por bajarme al estilo Tarzán, por una gruesa cuerda que servía de columpio, con tan mala pata, que se me atoró una de ellas entre la cuerda y una rama, quedando colgada. Mi mamá al verme, dejó el palo que traía y se rio a carcajadas, luego regresó a la cocina dejándome ahí colgada y agregó.
─ Es un castigo de Dios.
─ Estaba buscando la forma de sacar el pie, cuando escuché la voz de mi hermano. Me puse a temblar, él, era muy travieso. Había llegado en un mal momento para mí.
─ ¡Aguanta hermanita ya te voy a bajar!
─ Sentí miedo, algo tramaba, subió al árbol, sacó la cuerda de la rama, y ésta cayó al piso junto conmigo, dándome un tremendo porrazo… Los moretones duraron más de tres semanas.
─ Lupita, ya no te rías tanto. ─ ¿Y qué pasó después? ─ dijo mi amiga.
─ Que, a las seis de la tarde, cuando nuestra madre nos llevó a tomar ceniza, a mí, ya me habían tiznado.
Por: Teresita Balderas y Rico