domingo, diciembre 22, 2024

Las Hadas Mágicas de la Despensa – Rox Urbiola

No es frecuente, pero en algunas ocasiones, como parte de mis actividades laborales doy clases. Honestamente no es una actividad que disfrute; todavía muchas personas son hostiles a abordar la brecha de desigualdad entre mujeres y hombres, la discriminación y la violencia de género, por lo que la exposición de estos temas se torna una actividad harto ingrata. 

La última vez que di clases presenciales tuve por alumna a una joven abogada -defensora de oficio, por cierto- quien durante toda la sesión se dedicó a cuchichear y soltar risitas con la compañera sentada a un lado. Intenté recuperar su atención, preguntándole en cuánto valorizaba el tiempo empeñado en realizar la despensa del hogar, a propósito del tema del trabajo doméstico no remunerado. 

—En nada. —respondió con una mueca de fastidio.

—¿Por qué crees que no tiene valor? —inquirí, a lo que sonrió, como si se tratara de una obviedad.

—Pues porque basta con pedirla a la tienda y te la llevan a tu domicilio por el mismo precio, o inclusive hay empresas que te hacen la compra sin costo.

En este punto debo recalcar que la anécdota es verídica, y que todo lo asentado sucedió tal y como lo narro, por más absurda que parezca la respuesta.

¿Cómo es posible que una mujer hecha y derecha, profesionista, con un empleo de tanta responsabilidad y especialización, soslaye que aunque se realice el pedido a la tienda y te lo lleven a tu hogar, las listas de compras no se elaboran solas, y tampoco el atento personal de la tienda va a abrir la puerta de tu casa, guardar todos los víveres en la alacena y el refrigerador, y de una vez, ya que anda por allí, tirar a la basura el bote vacío del yogurt, limpiar el cajón de las verduras, meter el detergente debajo del fregadero, el shampú en la regadera, poner las bolsas de basura en el bote, sacar los papeles sucios del baño, y además, al darse cuenta de que ya casi se acaba el papel higiénico, salir corriendo a la miscelánea y traer un paquete? (¡qué susto, justo a tiempo!). Podría seguir durante todas estas páginas enlistando todas las tareas, pequeñas y grandes, que implican en realidad “hacer la despensa de un hogar”, y me faltaría toda una enciclopedia para enumerar también las complejas actividades, relaciones y afectos que son necesarios para mantener a un ser humano vivo. 

La única explicación congruente que se me ocurre a la desvalorización de estas labores reside en una sola palabra: privilegio. El privilegio de desempeñar un trabajo que no solamente es pagado con dinero, sino también es apreciado social y culturalmente -recordemos que la profesionista aludida es licenciada en derecho y se desempeña como defensora de oficio. El privilegio de no ser la persona quien tiene que realizar un trabajo tan extenuante, tan despreciado, tan invisible, como es el trabajo del hogar. Dada su total ignorancia y desprecio por dichos quehaceres, no me parece descabellado suponer que la alumna interpelada cuenta con una o dos personas (muy probablemente mujeres y de piel morena) a quienes les paga por cuidar de sus necesidades y vigilar que siempre tenga papel en su baño. Mujeres que son una especie de hadas mágicas que realizan labores indispensables para su subsistencia, pero que ella considera ínfimas e inexistentes. Hadas mágicamente invisibles y precarizadas.

APORTACION AL PIB DEL TRABAJO DOMÉSTICO Y DE CUIDADOS

Acorde con el anuario estadístico “Mujeres y Hombres en México 2019” (Instituto Nacional de Estadística y Geografía INEGI, 2019), a lo largo del periodo 2010 a 2017, se constató que el valor económico del trabajo no remunerado doméstico y de cuidados de los hogares constituye la quinta parte del Producto Interno Bruto (PIB) nacional; sin más, en 2017 su valor ascendió a 5.1 billones de pesos, es decir, el 23.3% del total de PIB de ese año. De dicha cantidad, las tres cuartas partes fueron aportadas por las mujeres y el cuarto restante por los hombres: las mujeres utilizan 39.1 horas a la semana en efectuar trabajo no remunerado en el hogar, y los hombres, solamente 14.1 horas, es decir, por cada hora que los hombres ocupan en realizar trabajo en el hogar, las mujeres trabajan casi tres horas. 

Para efectos prácticos, en este anuario clasificaron las actividades domésticas no remuneradas en: 

a) Proporcionar cuidados y apoyo 

b) Proporcionar alimentos

c) Limpiar y dar mantenimiento a la vivienda

d) Ayudar en otros hogares y trabajo voluntario 

e) Hacer compras y administrar el hogar 

f) Limpiar y cuidar la ropa y el calzado. 

De entre todas estas actividades, proporcionar cuidados y apoyo a las personas integrantes del hogar fue la que aportó más al PIB nacional con un 7.5% del total. De esta cifra, las mujeres contribuyeron con un 5.6% y los hombres con un 1.9%. 

De igual forma, este anuario evidencia que el 95.3% de las personas que cuidan no reciben remuneración económica por su labor, y solamente el 3.6% recibe alguna retribución.

Si bien en este estudio separaron la actividad de dar cuidados de las otras faenas, quienes brindamos cuidados sabemos de sobra que implica la satisfacción de las necesidades prácticas y emocionales de alguien más, por lo que están inextricablemente unidas y requieren una gran cantidad de esfuerzo físico, mental y emocional. Alejandra Eme Vázquez, en su libro Su cuerpo dejarán (Vázquez, 2019) define el oficio de cuidar como traer a la escena qué significa el bienestar y cómo podemos procurarlo en un cuerpo que no es el nuestro, pero de algún modo está a nuestro cargo y a nuestra carga (p.57). 

ORIGEN DE LA DESVALORIZACIÓN DEL TRABAJO DOMÉSTICO Y DE CUIDADOS

Resulta impensable desdeñar una labor tan compleja e indispensable para toda la humanidad, privarle de salario o remuneración alguna, y circunscribirle casi exclusivamente al ámbito de lo femenino. A fin de desentrañar el origen de dicha exclusión, es necesario remontarnos a los efectos de la revolución industrial. 

En El trabajo de cuidados- Historia, teoría y políticas (Carrasco, Borderías y Torns, 2011), se postula que anteriormente tanto mujeres como hombres participaban de las labores del hogar, tales como cocinar o hilar, y desempeñaban en pequeñas comunidades o talleres las actividades remunerables; sin embargo, desde finales del siglo XVIII, el pensamiento económico al asociar progresivamente el trabajo al mercado y al salario, contribuyó a la desvalorización económica de las faenas del hogar y el cuidado. Al situar a los varones en los trabajos industriales, extraerlos del núcleo familiar y de las pequeñas comunidades, se volvió necesario que alguien se quedara a cargo de la casa y de la progenie, labores que recayeron en las mujeres, quienes gradualmente pasaron del estatus de trabajadoras domésticas -productoras de una labor valiosa por sí misma-, a ser consideradas como dependientes de otro trabajador, el esposo, el cual laboraba en el mercado económico y percibía un salario en monetario. Con la redefinición del concepto, se invisibilizó una actividad sin la cual el trabajador remunerado no podría salir a ganar un salario. 

EL TRABAJO DOMÉSTICO Y DE CUIDADOS EN LA ACTUALIDAD

Desde entonces, además de borrarse la importancia del trabajo doméstico y de cuidados y privarle de una retribución monetaria, este trabajo se ha tornado aún más especializado. El avance en los conocimientos de salud, higiene y nutrición ha redundado en la necesidad de más cuidados a la infancia, su mayor supervivencia, y el consiguiente alargamiento de la vida humana. 

Ahora se cuida a las personas quienes realizan trabajos al exterior del seno familiar (trabajos de verdad, les llaman), y que sí son remunerados económicamente y apreciados por la colectividad; se cuida también a las niñas y los niños, se cuida a las personas con discapacidades, a las ancianas y a los ancianos. Es decir, en la actualidad para brindar cuidados a otras personas, las mujeres ejecutamos más actividades, las desempeñamos con más especialización y durante más tiempo, y todo esto, sin reconocimiento social, y en la mayoría de los casos, sin remuneración. Claro, las personas receptoras de los cuidados lo agradecen con mucho cariño, pero como reflexiona Alejandra Eme Vázquez (Vázquez, 2019), ¿qué se recibe con ser una experta en trabajo doméstico? ¿un título, un premio, un galardón? ¿qué paga una con cincuenta mil millones de gracias? (p. 28).

Sin embargo, pese a su falta de reconocimiento, el trabajo doméstico y de cuidados produce valor en tres dimensiones diferentes, ya que no solamente contribuye al sostenimiento de las personas receptoras de éstos, sino a toda la sociedad y a la estructura económica. Esto es, contribuye a la reproducción social, a la reproducción biológica y a la reproducción de la fuerza de trabajo. 

El denominado proceso de reproducción social consiste en la reiteración de las condiciones que sostienen un sistema social, y se integra por un complejo proceso de tareas, trabajos y energías, orientadas a la reproducción de la población y de las relaciones sociales y, en particular, a la reproducción de la fuerza de trabajo. Es así que la familia es el “centro productor” de los afectos y las relaciones que constituyen los cuidados, y de los bienes materiales para el mantenimiento físico de las personas trabajadoras asalariadas, esto es, de la fuerza de trabajo; y también de la infancia, de las personas adultas mayores, de quienes no pueden trabajar por condiciones de salud o discapacidad. 

Sin los trabajos domésticos y de cuidados, no sería posible que existiera la estructura social y económica que da sostén a las fábricas, las tiendas, las profesiones, y hasta el gobierno. Tampoco existirían nuevos seres humanos, las personas adultas mayores morirían por falta de las atenciones que no se pudieran prodigar a sí mismas, y como tal, no existiría tampoco la fuerza de trabajo que impulsa esas industrias, que produce y vende las mercaderías, que atiende los bufetes jurídicos o imparte justicia. 

Pese a ello, cuando estos cuidados son provistos por alguien de la familia, se asume que se realizan por puro amor y costumbre, sin necesidad de otra retribución que la mera subsistencia, y cuando son contratados son subremunerados, por lo que solamente aceptan realizarlos personas que se encuentran en el escalón más bajo de la escalera económica: generalmente mujeres sin otras opciones laborales, discriminadas por su color de piel, su edad, su educación, o cualquier otra circunstancia. Mujeres invisibilizadas, mujeres colocadas en una situación precaria: Mujeres precarizadas.  

Parece imposible revertir la inercia que nos ha colocado en este impase: por un lado, se ha depositado en las mujeres de nuestro entorno familiar o más desfavorecidas el rol de sostener sobre sus hombros a la familia, base de la estructura de la sociedad y de la economía; por otro lado, tienen que sostenerse a sí mismas sin, o casi sin medios, cuando la vida misma cada vez resulta más difícil y cara.

Es indispensable repensar las relaciones humanas, revalorizar las labores domésticas y de cuidados, y hacernos corresponsables de nuestras vidas y las de quienes nos rodean, de las vidas de niñas y niños, las personas ancianas, de nuestro planeta. No existen las hadas mágicas que con solamente agitar sus varitas cocinen el desayuno, laven nuestra ropa, limpien nuestras casas; son mujeres de carne y hueso que batallan diariamente para satisfacer nuestras necesidades y al final, no obtienen ni siquiera lo indispensable para sobrevivir.

Debemos tomar acción y desde el conocimiento de nuestras propias circunstancias, transformar las estructuras que han dado origen a un mundo tan desigual e injusto, redistribuir los recursos y retribuir los esfuerzos. Ese es el impostergable deber que tenemos para con las mujeres de carne y hueso que realizan labores domésticas y nos cuidan, y a quienes se les ha privado de sus más elementales derechos: remunerarles económicamente la deuda de amor que la historia nos ha legado.  

Por Rox Urbiola

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