Las flores marcan un principio y a veces también un final.
Las gardenias nos recuerdan un bolero, la suave brisa del verano y el viento que se agita con las olas del mar.
Las rosas que juegan con una copa de vino en la mesa del andén de un aeropuerto, mientras que las lágrimas se escapan de unos ojos verdes al ver un avión partir. Aquellas que reciben, que agradecen, que piden perdón y también perdonan.
Las flores tienen su propio lenguaje que transmiten a través de sus colores y de sus fragancias.
Los tulipanes amarillos dicen te admiro, los rojos, te amo, los blancos, te agradezco. Los girasoles siguen al sol, son signo de esperanza, de fe, de alegría. Las orquídeas tienen un pacto con la eternidad y prometen amor eterno. Los pensamientos evocan con nostalgia un recuerdo. Los alcatraces adornan hasta la más solitaria habitación. Las rosas rojas gritan te amo con cada pétalo y con cada espina. Las rosas blancas piden perdón. Algunas dicen que te vas a mejorar, que todo va a estar bien.
Las nochebuenas nos anuncian la navidad, las de cempasúchil celebran la muerte, las margaritas solo florecen en primavera, el aroma de los jazmines es limpio, único y especial. Son compañeras en una fría habitación de un hospital y en la soledad de una habitación.
Tienen sus propias leyendas, que evocan a castillos, princesas, encantos, dioses, guerras. Historias de orgullo, de pasión, de honor y también de venganza.
Las flores tienen el don de recordarnos lo efímero de la vida, son signo de esperanza y de nobleza, nos inspiran y nos demuestran el valor del momento de presente y el propósito de existir.
¿Qué sería del mundo sin ellas?