jueves, marzo 28, 2024

Labios morados – Rodolfo Lira Montalbán

Ya pasaron más de diecisiete años. Tal vez no lo recuerdas, o no quieres hacerlo. Sé que me vas a regañar y conozco tu respuesta: “me vale”. Pero para mí, la memoria de ese día es agria. Hoy llegó, necesito platicarlo contigo, desahogar ese dolor. Sería muy bueno organizar una comida como en los buenos tiempos, necesito tus consejos y reír, reír mucho, no sabes cuánta falta me hace. 

 Era un sábado a mediodía, ibas en tú coche, Roberto venía contigo. Nos encontramos a una cuadra de mi negocio, en espera de la luz del semáforo para entrar a la avenida. Yo venía en la camioneta y mis hijos conmigo. Traíamos al “Monti”, el muy estúpido se comió un cochecito de juguete. Ya había comido piedras y calcetines, pero salían solos. El veterinario, que me cobró caro, ya me lo había advertido: los Beagle no son una raza confiable. Y tú, que también viste venir el problema desde que era un cachorro, te burlabas de mi mal humor con cada travesura del maldito. 

¿Ya te acordaste? ¿No? Está bien, no te culpo. La verdad es que ése no fue un día agradable para los que te queremos. Es más, fue el peor día de tu vida. ¿O, sería el mejor? A veces lo dudo. No lo quiero comentar con nadie y menos con tus hijos, pero la duda me hace sentir culpable. He llegado a pensar que lo hiciste a propósito. Que ya estabas cansado de todo, que buscaste una salida. En todo caso, fue una salida feliz. Siempre de fiesta. Las fatalidades que te pronosticaban los médicos te tenían sin cuidado. 

Guardo una imagen tuya, en tu rancho, en medio de la polvareda. A tu espalda, la calzada de árboles que sembraste y que nunca terminó por detener el viento. Las piezas del tractor extendidas por el suelo eran un rompecabezas imposible, lo armabas con la ayuda de Cirilo, que entre acercar las herramientas, guardar el equilibrio en su perpetua borrachera, comer plátanos con todo y cáscara y hormigas vivas, más que ayudar, estorbaba.

En una mano la herramienta, en la otra, el vaso con ron, y en la cara, siempre una sonrisa. En cuestión de horas, el tractor como nuevo, listo para el arado. Y tu ánimo: listo para la fiesta. Tal vez el ron ayudó más que los medicamentos, o tal vez, hizo tus días menos difíciles.

El semáforo se puso en verde. Hiciste caso a mis señas y detuviste el coche frente al negocio del “inge” Benoit. Lo saludé de lejos. Siempre tan trabajador el hombre. 

Se lo dije bien clarito al “Rober”: “Oye: no veo bien a mi compadre. ¿No han dormido, verdad?” Y ya sabes cómo es: se rio de mí y tú me lo confirmaste: traían la fiesta desde ayer en la comida. No te hagas. 

A ver si te acuerdas: Me dijiste: “¡Síguenos! vamos a comer a los mariscos” Y te contesté: “¡Nombre! ¿Cómo se les ocurre? traigo a los niños y al perro. Déjenme los llevo a la casa, y luego los alcanzo”.  Nunca te lo dije y creo que tú no me viste, pero llamé al “Rober” aparte y, ¿sabes que le dije? Pues que no te veía nada bien. Que no me gustaban nada tus labios morados ni tu mirada perdida. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer y me duele hoy.  Le metí una de mis tarjetas en la bolsa de la camisa. Y le advertí: “Mira cabrón: no veo nada bien a mi compadre. Ya párenle a su fiestecita”.  Pero tú lo conoces bien: ni me peló

Comí con los hijos y con mi “gordis”. El “Monti”, con todo y sus heridas, comenzó a dar lata. No me di cuenta del tiempo que pasó, hasta que sonó el teléfono. Era la comadre. No recuerdo porqué nos decíamos compadres, que yo sepa, nunca bautizamos a ningún hijo. ¿O sí? Bueno, el caso es que me tocó contestar. Me dijo: “Oye compadrito, hazme un favor: me hablaron unos señores que quién sabe quiénes sean, pero me dicen que el gordo se puso mal en los mariscos que están en Constituyentes a la altura de Carretas. Tú vives cerca. No seas malito: ¿Te puedes ir a asomar?

Y me asomé. Reconocí tu panza desde lejos. Me pareció muy extraño verte recostado en el pasto, solo, con la cara tapada. La ambulancia que estaba a la orilla del camellón no era de la Cruz Roja, en la puerta decía: SEMEFO. Las siglas me parecieron conocidas. Cuando confirmé que eran del Servicio Médico Forense, el piso se me movió.

A ti, ya no te pude decir nada, pero al “Rober” se lo dije, se lo dije y se lo repetí: Mira cabrón: te dije que ya le pararan a su fiestecita. 

www.paranohacerteeltextolargo.com

Twitter: @LiraMontalban

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