Tiburón blanco: el asesino de los mares. Orca: la llamamos ballena asesina. Viuda negra: una de las arañas más venenosas y destructivas. Mantarraya asesina: la que mató con su aguijón al naturalista australiano Steve Irwin.
La lista puede seguir y ser muy larga, nombrando especies animales y vegetales que poseen enorme poder mortífero.
La naturaleza ha dotado a cada uno de sus reinos, con inteligencias particulares y peculiares. En el caso del reino animal, la inteligencia que rige a todas sus especies, desde la mayor hasta la más pequeña, es el instinto. ¿Qué es el instinto animal?
El instinto es una respuesta a situaciones que pueden llegar a ser y pueden poner en riesgo la existencia de la especie (definición de Wikipedia). Este concepto puede resultar, y de hecho es, demasiado simplista, dada la enorme complicación de relaciones y eventos que la ecología trata de estudiar. Esta es solo una rama, entre muchas, de la biología.
Pero hablar de una especie en particular, la única no sometida solamente al instinto animal, merece una reflexión más extensa.
Me refiero a la especie humana, bien y mal calificada por sí misma, (¿por quién más si no?) como la especie más avanzada y el culmen de la creación. No deja de ser cierto que la raza humana es la única, por lo menos en el planeta Tierra, dotada, además del instinto, con la capacidad del raciocinio.
Establecer y comprender la diferencia entre inteligencia y raciocinio es crucial, porque indudablemente, la inteligencia no es privativa de los seres humanos. Todas las especies animales poseen una mayor o menor inteligencia, que les proporciona, al margen del instinto, la capacidad de interactuar con el ser humano, pero tener la capacidad de razonar con conciencia de sí mismo, solo el ser humano.
Razón y conciencia (no hablo de conciencia moral ni religiosa) deberían, en teoría, habernos capacitado para ejercer como promotores de la vida, como los encargados de velar por el equilibrio, la protección y la subsistencia de todo tipo de criaturas que existen en el planeta.
Podríamos también hacer una lista muy larga con los nombres de personas e instituciones, muchas ampliamente conocidas, y otras que silenciosa e incansablemente luchan por llevar a cabo esta función que solo es atribuible a nuestra especie.
La naturaleza es sabia, y en su sabiduría ha creado todos los mecanismos y relaciones necesarios para perpetuar la vida. Y lo hace de manera excelente.
Sin embargo, cuando el mayor éxito de la creación culmina (por lo menos hasta el momento), con la emergencia del Homo sapiens (sabio, capaz de conocer), es cuando comienzan a verse comprometidas todas esas maravillosas invenciones naturales.
Se estrena el Homo en su capacidad de raciocinio, de consciencia de sí y de su entorno, y comienzan las dificultades no sólo para él mismo, sino para la creación completa.
Formamos parte de esta especie paradójica que habita el planeta… ¿buena suerte, mala suerte?… habría que reflexionarlo larga y profundamente.
En este tipo de elucubraciones me descubro con frecuencia, y cada vez más. Nunca logro grandes avances, porque comprender al Homo sapiens, como decía mi madre…son palabras mayores. Es tarea imposible, agregaría yo.
Hago todo este rodeo para llegar al punto de origen de este texto: la única especie asesina de la creación.
Terrible frase para ser dicha y escuchada, pero más terrible es su veracidad.
Hace unos días, hacía mi caminata y recogía la basura que encontraba a mi paso, cuando observé entre la maleza que cubre los linderos del campus Juriquilla de la UAQ, un lunar oscuro, negro, que debía su color a que alguien encendió fuego en una pequeña área de las inmediaciones. Por lo menos, eso pensé: que había sido un fuego local, y que no había llegado a extenderse a más de uno o dos metros.
Segundos después, cuando el evento ya había salido de mi conciencia, al levantar la vista del suelo para meter en mi bolsa la basura que recogí, algo atrajo mi atención. A poca distancia de donde me encontraba, descubrí una pequeña palmera, de muchas que fueron plantadas como ornamento en el área, tal vez cuando se inauguró el campus.
Es difícil transmitir el sentimiento de dolor que experimenté al mirar el pequeño penacho verde coronando un tronco que había sido quemado en su totalidad. Literal: varias hojas verdes sobre un tronco quemado. Me dolió el corazón, pero más me dolió a medida que mi vista fue captando otra palmera cercana en las mismas condiciones, y una tercera y una cuarta y ya no quise contar más…
¿Así o más claro: es el hombre, el prestigioso Homo sapiens, la única especie verdaderamente asesina de la creación?