En la Biblia hay una historia muy impactante. Se la comparto:
Mientras hablaba, los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio; la pusieron en medio de la multitud. «Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?». Intentaban tenderle una trampa para que dijera algo que pudieran usar en su contra, pero Jesús se inclinó y escribió con el dedo en el polvo. Como ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo: «¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!». Luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el polvo. Al oír eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron sólo Jesús y la mujer en medio de la multitud. Entonces Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer: —¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó? —Ni uno, Señor —dijo ella. —Yo tampoco —le dijo Jesús —. Vete y no peques más. (Juan 8:3-11)
Los ciegos a sus propias faltas son terribles con las faltas de otros. Se convierten en acusadores y jueces, sin ver sus propias fallas, pero las palabras de Jesús son una bomba que los desafiaba: “el que nunca haya pecado que tire la primera piedra”.
Y lo que no dice es también impactante. ¿Qué escribió Jesús a la vista de todos? Tal vez comenzó a escribir en el piso lo que Él sabía que los acusadores eran: adúltero, ladrón, mentiroso, orgulloso, corrupto. Entonces los acusadores se fueron retirando hasta que no quedó ninguno.
Finalmente, Jesús le dice a la mujer: “—¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó? —Ni uno, Señor —dijo ella. —Yo tampoco —le dijo Jesús —. Vete y no peques más”.
Los religiosos y los hipócritas no entienden la obra de Dios. La biblia dice:
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:17)
Jesús, por amor, fue a morir a la cruz a pagar por nuestros pecados que merecían el castigo de sufrimiento eterno. La Biblia dice:
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16)
En una ocasión, fuiste llevado ante Dios por el acusador, Satanás. Ibas encadenado y te arrojó al piso. Tu estabas consciente de que eras culpable de mil delitos y ni siquiera te atrevías a levantar la cabeza, estabas angustiado y sabías que merecías la pena de muerte. Entonces Satanás le dijo a Jesús: “a este me lo caché en pecado y según tu propia ley es digno de muerte”. Jesús se agachó a donde estabas tirado, te miró a los ojos, te mostró sus heridas y te dijo “¿Crees en mi?”. Tú sentiste al instante un rayo de esperanza y vida y le dijiste “Si Señor”.
Entonces Jesús empezó a escribir en el piso, bien clarito para que el diablo lo viera: Como bien sabes, el precio de su rescate ya lo pague con mi sangre.
Entonces el diablo lo vio y se retiró. Jesús se levantó y te preguntó: “¿Dónde está el que te acusa y te condena?” “Ya se retiró Señor”. “Entonces yo tampoco te condeno, ven a mis brazos hijo mío y disfruta de mi amor”.
Pastor Jorge Cupido
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