Ahí estaba yo, en el centro de Avándaro, con la imperiosa necesidad de probar la libertad, la perdición, el desenfreno de la explosiva y efímera juventud.
“¡Quiero morirme!” gritaba Luigi a mitad de la calle, le gritaba al fantasma de Sofía que se escondía detrás de la luna, su recuerdo recorría los caminos de su mente, infringiéndole un dolor sordo, así, como ráfagas de viento en una noche helada.
Escuché sus sollozos y su respiración entrecortada que se confundía con las risas de mis amigas. Las burbujas etílicas que dirigían mis pasos me llevaron como un imán hacia él.
“Luigi”, le dije. Me miró perplejo.” Ven conmigo”, añadí. Apretando con fuerza su mano.
Seguimos hacía un mal trazado callejón, de pronto, se detuvo. Sus manos frías apartaron los cabellos dorados de mi rostro y sus labios delgados me succionaron, mordieron mis labios. Sus ojos ámbar brillaban como el oro; viajando de la tristeza a la furia más rápido que la luz.
“Espera”, susurré, con el corazón palpitante y la sangre en ebullición, como solo a los 18 años es capaz de hervir. Lo intenté apartar.
—Mañana cumpliré 60 años. — me dijo — No hay tiempo que perder.
—¿60?, pero, si tienes 21, ¿De qué me hablas?
—¿Vendrás conmigo? — me preguntó. —Tendrás mucho dinero Martina, serás millonaria a cambio de tu juventud. Sofia me ha abandonado. Se ha ido. — Su aliento me asfixiaba.
—¡Detente Luigi! — le dije, apartándolo de mí. Él perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre la calle empedrada.
Asustada, me acerque, arrodillándome a su lado. Acaricié sus cabellos oscuros que caían sobre su rostro.
—No me crees ¿verdad? —me dijo. Hace tiempo, ayudamos a un anciano, era algo así como un mago, un hechicero. Él nos dio a cambio un regalo; era una pastilla azul; nos dijo que, después de tomarla, tendríamos muchísimo dinero, pero también habríamos envejecido.
Incrédula, lo escuchaba. Podía ver la noche a través de sus ojos.
—¿Y…? —le pregunté.
—Venimos a este lugar para llevar a cabo nuestro extraño ritual. Yo me tomé la pastilla azul, ella me la devolvió con el llanto en sus ojos. — Luigi ya no pudo terminar la frase, su voz se le quebró. —Me dijo que no podía perder los mejores años de su vida, así de un día para otro, sólo por dinero, ella quería tener hijos, viajar, estudiar, ser joven. Y, se fue, me abandono. Lo comprendí, ella no me amaba. — dijo Luigi, levantándose y extendiendo sus manos para que yo me incorporara también. Me sujeté de él.
“Regresemos al hotel, mis amigas deben estarme buscando”, le dije. Me había contagiado su tristeza, aunque tampoco estaba segura de lo que me había dicho fuera verdad. Me sentí cansada y con mucho frío.
Seguimos caminando, el silencio nos invadió. Al llegar a la puerta de la habitación, tomó mi cara entre sus manos, me rozó los labios y me rodeó en un abrazo. Nos despedimos.
Al día siguiente, en el hotel había un alboroto. Los amigos de Luigi lo buscaban por todas partes. No había rastros de él. Solo había dejado una nota sobre las sábanas desordenadas de su cama. Quise ver la nota. Pablo, su mejor amigo me la mostró: “Fui a hacer un viaje en el tiempo, los espero en la eternidad”, decía la nota con una caligrafía improvisada.
Nadie entendía nada. Quizá solo yo, un poco.
Al llegar a casa, encontré algo en el bolsillo de mi chaqueta: era una pastilla azul.
Hoy 23 de enero del 2021, apagué las velitas de mi pastel de cumpleaños. Cumplí 60 años. No soy millonaria. Me enamoré, estudié, viaje, me casé…viví.
Confieso que deseaba imaginar que Luigi había sido un sueño, pero la pastilla azul en mi cajón me recordaba que no había sido así. Estuve tentada a tomarla muchas veces, sin embargo, sabía que, de haberlo hecho, me habría perdido de vivir mi vida tal y como fue.
Por: Sandra Fernández