viernes, marzo 29, 2024

La novia del mar – Teresita Balderas y Rico

Desde que era niña, Andrea deseaba conocer el mar. Un tío abuelo materno vino de España a vivir en México. Él comentaba, feliz, lo emocionante que fue viajar en barco. En esa larga travesía sucedían grandes aventuras.

Al escuchar a su mamá lo que le había sucedido al tío, despertaba la imaginación de Andrea.

Ella soñaba con navegar en un barco en aquella inmensidad. 

Un día, su padre llegó a casa con un calendario que lucía un enorme barco navegando en el océano, pintado por Helguera. Sus aguas tenían tres colores: blanco en la espuma, azul claro, y en lontananza, azul ultramar. 

Su madre ya había estado en la playa. Una hermana de Andrea la llevó a Acapulco, cuando el puerto era visitado por turismo internacional, atraído por los festivales artísticos y comerciales.

La niña continuaba pensando en el mar. Soñaba que caminaba en la playa. Tuvieron que pasar muchos años para que pudiera hacerlo. 

La primera vez que visitó el mar fue en 1975, cuando fueron a conocer a la familia de su esposo, en la ciudad de Xalapa. La visita obligada era ir al puerto de Veracruz. Le gustó la espuma blanquecina que llegaba a la playa. Quedó un poco desilusionada, al no encontrar el tono azul del calendario de su infancia.

Andrea se impresionó con la inmensidad del mar. Esa noche, soñó que navegaba en un barco parecido al del calendario de su niñez.

Zarparon al amanecer, las nubes se esparcían como velo acariciando la marea. Los navegantes, en la popa, veían cómo dejaban el puerto, esfumándose entre la bruma y la lejanía, mientras el barco se internaba en altamar.

La chica se registró para que le indicaran su camarote, advirtieron que lo compartiría con otra joven. Con dieciocho años a cuestas, la idea le agradó. ¿Quién será su compañera? Al verse, quedaron sorprendidas: era Judith, una amiga de la primaria. Se abrazaron, tenían historias para contar, disfrutarían el viaje.  

Durante su travesía, visitaron islas cuya belleza jamás habrían imaginado.

Playas con arenas suaves, como terciopelo. En otras, la arena era tornasolada. 

“Esto es realmente bello, creo que estoy soñando” expresaba Judith, feliz.

Visitaron una playa con exuberante vegetación, aves parlantes de plumaje multicolor, loros cantarinos. 

La gente era amable y festiva. Presenciarían la ceremonia de los nativos: un homenaje al amor.

Una hermosa chica, ataviada con un collar de flores naturales que despedían un exótico perfume, ofreció bebidas antes de la cena y el festival. 

─Mi nombre es Alondra. Será un placer atenderlas, elijan su bebida. ¿Es su primera visita? 

─Sí, es la primera vez; no conocíamos este bellísimo lugar ─dijo Judith.

─Voy por sus bebidas y les cuento la historia ─dijo la chica al retirarse, moviendo con ritmo la cadera.

Judith y Andrea estaban radiantes. 

Alondra narró la historia de una pareja de novios, que a través de los años se había convertido en leyenda.

Los jóvenes estaban muy enamorados, pronto se casarían. Sus padres estaban felices, Lo mismo sucedía con la gente del pueblo, no se hablaba de otra cosa que no fuera la boda de Sophie y Daniel. Se casarían en el mes de octubre. Las jovencitas se dedicaban a crear prendas dignas del evento.

Todo estaba listo: el bellísimo vestido de novia fue confeccionado por un grupo de mujeres expertas en el arte del diseño y bordado. 

 En septiembre, dos amigos de Daniel lo invitaron a salir de pesca. Un gran cardumen de atún estaba cerca de la isla. 

Daniel dudaba en acompañarlos, pues se avecinaba una tormenta. Pero, con la venta de la pesca, podría comprar algunos muebles para su hogar. 

La novia no quería que Daniel saliera. Él la reconfortó, explicándole que el cardumen estaba cerca y podrían regresar antes de la tormenta.

Sophie y los padres de los pescadores estaban angustiados. La tormenta pronto llegó, y con mayor fuerza de la que se esperaba.

La noche era densa, los familiares de los jóvenes y otros hombres del pueblo, arriesgándose, llegaron al atracadero con mechones y linternas. Gritaban los nombres de los jóvenes pescadores. En la madrugada, la tormenta había perdió potencia. Los hombres se hicieron a la mar. 

Mar adentro, encontraron fragmentos de la pequeña embarcación; de sus ocupantes nada. Un grupo de buzos peinaba la zona. Las semanas pasaron, no encontraron rastro de los desaparecidos.

Sophie sufría la pérdida de su amado. Por las tardes, salía a caminar en la playa, siempre mirando el mar. Sus padres sufrían, estaban muy preocupados por la frágil salud de su hija.  

La gente ya se había acostumbrado a verla tiste y solitaria. 

En octubre, el día en que se casaría, Sophie se vistió con su traje de novia, y caminó rumbo al mar. Los niños que jugaban en la playa, vieron a la bella novia caminar un rato.
La gente empezó a llegar, miraban de lejos, respetando su dolor.

Al oscurecer, se paró frente al mar. En lontananza, se veía una pequeña luz, como la que usan los pescadores al regresar de noche a casa. 

Sophie se arregló el velo, tomó su ramo de novia y caminó hacia el horizonte. Su padre llegó corriendo a la playa. La mamá de la novia estaba enferma.

Cuando ella se internó en las aguas, los jóvenes se lanzaron al mar para evitar que se ahogara, eran expertos nadadores. Nada pudieron hacer. De pronto, se levantaron grandes olas que los regresaron a la orilla. La novia, poco a poco, se perdía en el mar en busca de Dany. 

Un fuerte aguacero despertó a Andrea.  

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