Las guerras, siempre las guerras. Unas, en defensa de la nación. Otras, por apoderarse de un pueblo más débil. El origen se desdibuja ante las cruentas batallas.
En una guerra no hay ganadores. Habrá pérdidas humanas y materiales en ambos bandos. Familias mutiladas llorarán sus duelos.
Lo más doloroso en estos enfrentamientos es la orfandad o muerte de niños, a quienes se ha robado el derecho a vivir.
En homenaje a esos niños:
La niña de la guerra
¿Qué te pasa? ¿Por qué tiemblas, niña hermosa?
¿Qué haces despierta de madrugada, en esta densa neblina?
¿A quién esperas antes del alba?
¡No llores, niña mía, o ya no podré cantar!
¡Oh, mi dulce ruiseñor, por tu canto es que vivo todavía!
solo en él encuentro consuelo a mi profunda tristeza
tú sabes, que a mis padres me los ha quitado la guerra
huérfana he quedado y solo espero el final.
Ven, siéntate, no temas, alguien vendrá por ti
ahora debo irme, te veré al atardecer, y cantaremos los dos.
Antes de emprender el vuelo, le dedicó una sinfonía de amor.
Lágrimas convertidas en diamantes, la niña derramó.
Las horas son densas para un espíritu atormentado.
quiso la niña jugar un poco, y olvidar la soledad.
Sus piernas no respondieron, la debilidad aniquilaba al movimiento.
Ya no recordaba cuándo había comido, y tomado un poco de agua.
Azules, rojos, naranjas, y violetas, fueron los tonos del cielo al atardecer
pareciera que todos los elementos de la naturaleza
se conjugaban para alegrar a la pequeña.
El ruiseñor regresó, anunciando su llegada.
Voló directo hacia ella, con sus alas acarició su cara.
Despierta, mi bella niña, he traído de comer.
Abrió su pico, al tiempo que depositaba
un minúsculo trozo de manzana en la boca de la niña.
Con dulce sonrisa, ella lo agradeció.
Solo te esperaba, fuerza no tengo ya.
No me dejes en este paraje, amigo ruiseñor,
no quiero morir aquí.
¡Enséñame a volar!
A lo lejos se escuchan las armas detonar.
Toda la gente se ha ido. Solo los perros se asoman por ahí.
Pronto los soldados llegarán, dijo la niña desamparada.
Ellos vendrán y me matarán.
No te dejaré, niña mía, con nosotros tú volarás.
Mira, sobre aquel gran encino, cientos de aves nos esperan.
Los ruiseñores, con armoniosos trinos, a la niña acompañaban
con rumbo hacia el infinito, un lugar para vivir.
Los soldados llegaron y la vieron volar.
Le apuntaron con sus armas, no pudieron disparar.
Los músculos se tensaron, los fusiles de sus manos cayeron.
Unos, temerosos, sus rostros escondieron,
otros, de rodillas, se pusieron a llorar.
Si quieres saber, ¿en dónde la niña está?
dirige tu mirada en la noche al cielo.
Ahí, entre las estrellas, feliz la verás jugar.
Es el lucero más brillante
que jamás podrás olvidar.