Hace tres semanas, caminaba por los alrededores de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, Campus Juriquilla de la UNAM.
Llevaba conmigo todo lo necesario para hacer mi colecta de basura. Pensé que la ciudad que hace algunos años ganara la “Escoba de Oro” por la limpieza de sus calles y áreas públicas, ahora me aparecía como una de las ciudades más sucias que he visto en los últimos años.
¿Qué le pasó a Querétaro? me pregunté. Hace diez años que vine a vivir en esta capital, y me llamó la atención por lo bonita que es, y por su limpieza.
El Querétaro de hoy nada tiene que ver con la imagen de aquel entonces.
Las universidades no escapan de sufrir el mismo problema.
Iba absorta en mis pensamientos y en mi actividad de recolección, cuando vi a una jovencita sentada en la pequeña barda de piedra que rodea a las jardineras.
No suelo hablar con la gente que encuentro, pero esa tarde, la visión de la chica me sedujo, y lo hice. Me detuve a platicar con ella.
—Hola —la saludé.
—Hola —me respondió.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Sí.
—¿Eres alumna de la UNAM?
—Sí.
—Y, ¿qué te parecen los alrededores de la universidad? ¿Notas algún cambio?
Pareció no entender mi pregunta, así que le ayudé:
—¿Lo ves más sucio?, ¿menos sucio?
Miró a su alrededor y me dijo:
—Ahora que lo dice, lo noto más limpio. ¿Usted está lo limpiando? —me preguntó.
—Sí —respondí.
Tomé de nuevo la palabra para preguntarle qué le hacía sentir el ver su universidad limpia.
La respuesta me tomó por sorpresa. Podría haber imaginado que me dijera muchas cosas, pero no esperaba lo que respondió:
—Me hace sentir segura.
Debí tal vez preguntarle más, pedirle que me dijera en qué sentido la limpieza le daba seguridad. Sin embargo, no lo hice.
Me despedí, dándole las gracias por responder a mis preguntas y deseándole buena tarde.
Dijo adiós y agregó:
—Muchas gracias por su granito de arena.
Entonces le propuse que ella aportara otro granito, haciendo conciencia entre los estudiantes, para no tirar basura en la universidad.
Retomó la conversación diciéndome que es geóloga, y que tiene siempre en su coche una bolsa donde pone toda la basura para después tirarla en un basurero.
Sí —le dije—, pero puedes hacer labor de concientización cuando veas que alguien la tira en la calle o en la universidad.
—Sí, señora —contestó.
Nos despedimos de nuevo, y seguí caminando de regreso a casa.
Hago este preámbulo, porque tiene gran importancia para lo que escribo a continuación.
El domingo 17 de noviembre, Punto Bajío publicó una columna escrita por mí, en la que me dolía del estado de abandono y maltrato de las universidades de Juriquilla. Era la primera vez que tocaba yo este tema de la basura, y tenía la esperanza de colaborar con la comunidad, tratando con mis palabras escritas, de despertar un poco las conciencias de aquellos que las leyeran, en cuanto a la necesidad de cooperar, cada quien a su manera, para tener las universidades, vialidades y áreas públicas limpias y seguras.
Al día siguiente, lunes por la mañana, recibí el link para entrar a Punto Bajío.
La nota había sido publicada. Yo hice lo propio, y la reenvié a cuanta gente pude.
No tardaron mucho en llegarme mensajes de ánimo y felicitación por esta labor de mujer de la basura, y por escribir sobre el tema.
Ahora, lo mejor: por la tarde, salí a caminar y a hacer mi expedición de limpieza por las universidades y calles aledañas. Caminaba igual que siempre, escuchando música y presta para la labor, cuando llegué a la esquina de la UNAM.
La rodeé y no tardé en ver lo que había ocurrido entre el día anterior y la mañana del lunes. En primer lugar, mis ojos detectaron que la hierba que antes cubría toda la superficie, había sido podada. ¡Qué maravilla de visión aquella!
Entonces, busqué con la mirada el embrollo de cables eléctricos que solía estar en la esquina, y también alrededor de los cactus, y era notorio que se habían encargado también de ellos. Seguí caminando con el gusto de ver los efectos de la recolección y de la poda.
Este mensaje está dedicado a la doctora Miriam Estévez, del Centro de Física Aplicada y Tecnología Avanzada de la UNAM y tal vez a otros directivos:
“Honor a quien honor merece”, dice la frase, y yo diría: honor y agradecimiento a quien lo merece, por el oído atento, sensible, y por la respuesta rápida, efectiva y motivadora a la publicación del día anterior.
Debe ser motivo de gran orgullo para todos ustedes comprobar que, en todo sentido, su trabajo y gestiones para la UNAM y sus estudiantes, hacen realidad el sentimiento de seguridad que le regalamos a la chica de aquel día.
Muchas gracias, porque son la prueba de que es cierto…
Juntos podemos SER el cambio que deseamos.