viernes, noviembre 15, 2024

Irresponsabilidad o meta lograda – Virginia Sánchez Morfín

Cuando al fin, al tercer intento, logré mudarme de la Ciudad de México a Querétaro, siempre encontraba un pretexto o una razón para ir a la capital. Algunas veces sola, otras con mi esposo, pero siempre manejando yo. 

Las empresas para las que trabajo desde hace más de veinte años están en la   Ciudad de México,  y los compromisos sociales o familiares que tanto extrañaba, también. 

Conforme pasaba el tiempo y debido a la enfermedad de mi marido, esas escapadas fueron disminuyendo. Cuando él murió, suspendí mis traslados y si los hacía, eran por autobús.

 El núcleo de nuevos amigos, el Club Rotario Jurica al que orgullosamente pertenezco, las reuniones y el tomar clases de diferentes materias, me fueron anclando a Querétaro, pero este encierro y suspensión de todas las actividades por la pandemia, ya me tenían desesperada; por lo que encontré un pretexto para escaparme a la capital.

Decidí ir por la mañana a cubrir un “Compromiso” que me inventé: comer con algunos amigos y regresar por la tarde… obviamente manejando yo. 

Era una prueba, ya que desde hacía más de dos años no lo hacía y mi familia se había encargado de hacerme dudar sobre si era una buena decisión. Sus razones eran: la carretera es peligrosa por la inseguridad, se puede ponchar una llanta o descomponer el coche, con el tiempo y la falta de práctica, se van perdiendo habilidades, al ir sola te puedes quedar dormida, etcétera.

Por varios días dudé si en verdad era yo una persona irresponsable, o había salido a flote mi característica determinación de lograr lo que me propongo. 

Un día antes de mi viaje,  chequé presión de las llantas de mi auto, cargué gasolina y revisaron niveles, puse saldo al Tag y dejé a la mano el comprobante del seguro del carro. ¡Cualquiera pensaría que por primera vez iba a manejar en carretera!

 Me dormí temprano y no dudé que había tomado una buena decisión, que me haría recobrar la poca falta de seguridad que había perdido. 

Sonó el despertador a las 5:30 de la mañana, me bañé con agua casi fría. A las seis y media salí rumbo a la Ciudad de México. Me propuse no voltear a ver nunca mi celular y dirigí el aire acondicionado muy frío hacia mí. 

Conforme avanzaba en la carretera, me fue invadiendo la seguridad de que había tomado una buena decisión. Volví a sentir el gozo que fluye al ver la naturaleza. 

El precio de mi alegría era la angustia y coraje de mis hijos, pero la dueña de mi vida soy yo. 

¿Existe alguna decisión, cualquiera que sea, que no lleve implícita una alternativa que probablemente sea mejor? Lo que he aprendido es que una vez que se ha tomado, ya no se debe dudar, solo hay que ver al frente y al precio que haya que pagar, llegar a la meta. 

Al ir manejando, me asaltó el recuerdo de cuando a mis dieciocho años y debido a la oposición de mis padres a casarme, una noche en que mi madre decidió que iba a quemar todas mis pertenencias, tomé la decisión de, en lo que arreglaba todo para la boda, salir de inmediato de esa casa e irme a vivir a la sucursal del infierno, llamada Instituto Social de la Mujer, ubicada en la calle de Oaxaca 89 en la colonia Roma. 

Antes de abandonar la casa de mis padres y mientras empacaba mis pocas pertenencias, me di el tiempo para proponerle a mi madre: “Mamá, dime que vas a poner algo de tu parte, que me van a tratar como a cualquier ser humano y yo me quedo luchando por una convivencia armónica”.

Respuesta: “Por mí te puedes largar en este momento… no voy a cambiar”.

Una vez que lo hice, nunca pasó por mi mente la alternativa de dar marcha atrás. Al precio que fuera, lucharía por lograr mi propósito. 

Trayendo esa experiencia al presente, ya que había recorrido varios kilómetros rumbo a la Ciudad de México, nunca hubiera tomado el siguiente retorno y regresado a Querétaro. 

Una vez más, comprobé que después de tomar todas las precauciones para llegar a una meta o lograr un propósito, no se debe dudar, ni retroceder. 

Pasando la caseta de Tepotzotlán, me estacioné y avisé a mis hijos que había llegado bien.

Estuve puntual en el desayuno al que había sido invitada, gocé de una maravillosa mimosa bien fría, de un delicioso buffet y de la redituable convivencia. 

Visité a dos de mis antiguos vecinos. Al medio día, uno de ellos me dio a elegir el restaurante para comer. Mientras degustaba la rica comida y fluía la plática, estuve atenta de no tomar más de un tequila y al final… mi delicioso carajillo. 

Cuando, de acuerdo con lo que tenía planeado, subí al carro, seleccioné la música que había grabado para que fuera mi compañera en los trayectos  y, antes de emprender mi recorrido de regreso, reflexioné: “Si la nueva realidad hay que vivirla, renunciando a estos pequeños o grandes placeres…no me interesa ”. Una vez más, como tantas otras, estuve convencida de que yo no quiero cantidad, sino calidad.

Avisé a mi familia que empezaba mi recorrido de regreso. 

¡Este no fue tan tranquilo y sin incidentes,  como mi trayecto anterior!.

g.virginiasm@yahoo.com

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