viernes, marzo 29, 2024

Gratitud – Sandra Fernández

Agradecer es aceptar con humildad que hemos recibido algo, que es más de lo que imaginamos y que nos toma por sorpresa, entonces nos embarga un sentimiento de alegría y nos sentimos afortunados. 

Es tan poderosa la gratitud que sin ella la vida sería insípida e insulsa. Al recibir un regalo, un favor, una caricia, una palabra, nos sentimos apreciados y conmovidos.  Nos fortalece para vivir.

Hasta ahí todo está bien y suena muy lindo; pero a veces pasa que perdemos perspectiva de lo que recibimos, dándolo por hecho e incluso lo olvidamos.

¿Por qué sucede esto? Por varias razones: una de ellas es que sentimos que somos merecedores de ello, por lo tanto, no hay mucho que agradecer. La soberbia juega un papel importante en ello, ya que nos eleva en un pedestal muy por encima de las circunstancias. Por otro lado, nuestra memoria tiene grietas; somos seres imperfectos y caemos fácilmente en el olvido. Por mucho que tengamos una firme intención de retribuir, a veces el tiempo cobra factura y cuando menos nos damos cuenta ya no lo recordamos con la misma vivacidad del momento. 

Lo que me lleva a pensar que la gratitud, más que un sentimiento, es una decisión que se debe cultivar y fomentar. Se aprende y se enseña. Y hasta casi creo que es cultural.

Estamos tan acostumbrados a decir “gracias”, como solo un mero formalismo y no como la llave que abre todas las puertas. Sería importante agradecer con esa emoción de sentirlo de a de veras. La gratitud se demuestra. A nadie le sirve una gratitud silenciosa. 

Será que valoramos aquello hasta que lo perdemos, hasta que ha desaparecido o hasta que estamos conscientes de que no lo vamos a tener más. Es en ese momento cuando todo adquiere sentido y nuestra arrogancia se desploma por el suelo.

A veces pienso que al nacer y a lo largo de nuestra vida recibimos tanto que es difícil terminar de agradecer y de retribuir. No serán suficientes nuestros actos para compensar la vida, el amor, la naturaleza, los hijos, los colores, las risas, el trabajo, el disfrute e incluso hasta el desamor y el sufrimiento, que son necesarios para crecer.

Al final, ser agradecidos es una cualidad que nos fortalece y nos distingue. Recibimos tanto que solo basta observar, aguzar la mirada humilde… y nunca dejar de agradecer. Ya lo dijo el Dalai Lama: “La raíz de todo bien crece en la tierra de la gratitud.” 

Por: Sandra Fernández

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