jueves, diciembre 26, 2024

Exploradora por vocación

Por: Monica Olea

Recordé que tengo vocación de exploradora. Lo olvido con frecuencia. Pero siempre vuelvo al redil de esos seres, que se interesan en conocerse y conocer un poco más el mundo.

Soy exploradora. Acepté el consejo del gran Platón: “Conócete a ti mismo”.

Escucho consejos, pero pocos son como este, con peso de verdad, profundo y certero.


La frase me ha seducido, tanto como mi vocación de nómada exploradora de mi orografía, y de otras geografías.

Como los exploradores, camino. Salgo a las calles. Sigo diferentes rutas. Hay una que me gusta por sobre las otras.

La expedición inicia dentro de La Cañada, en Juriquilla, continúa por Fray Antonio de Monroy, y me lleva hasta la esquina de la UNAM. Rodeo la Universidad hasta llegar al campus de la UAQ. Lo rodeo también, y emprendo el camino de regreso en el lugar donde la acera termina.


Subo y cruzo los dos puentes peatonales que encuentro en mi ruta, al acecho de los atardeceres queretanos.


A veces, vuelve a mí el recuerdo de cuando estaba por iniciar mis estudios universitarios. Le expresé a mi padre mi deseo de estudiar la carrera de Biología en la UNAM. Necesitó tres segundos para pensarlo, o ninguno, antes de responderme con un rotundo no. ¿Qué iba yo a hacer yendo a estudiar a la Ciudad de México, cuando mi hermano mayor estudiaba en Guadalajara, y otros dos hermanos estaban por hacer lo mismo?


Se mostró firme en su respuesta. Yo no tenía la fuerza para esgrimir argumentos, que eran en realidad uno solo: mi deseo de estudiar en la UNAM. Tuve que conformarme con su plan.


Mi visión era respetable pero corta y débil. No pudo cambiar la suya.
A la vuelta de muchos años de mi juventud universitaria, no dejo de sentir un profundo respeto y algo de añoranza por lo que no pudo ser, cuando paso por la UNAM.


Lo he hecho decenas de veces, pero, recorrer sus linderos con atención y ojos bien abiertos, hace relativamente poco.


Y la visión que he tenido me entristece, me duele. Lo mismo me pasa cuando rodeo la UAQ, y contemplo un paisaje tan similar como desolador.


Maleza creciendo sin control, basura tirada sin piedad, materiales de antiguas construcciones abandonados con total desinterés, como si fueran restos arqueológicos, o elementos estrambóticos de decoración moderna.


Así pasé muchas veces, hasta que un día me pregunté: ¿Qué nadie ve, y a nadie le importa el estado en que se encuentran las inmediaciones de nuestras universidades?, ¿qué pasa por las mentes, o, qué no pasa por las mentes de las personas que dejan a su paso estas muestras de descuido, falta de respeto y civilidad?


Un día, solo una pregunta fue importante: ¿Qué esperas, Mónica, para tomar acción en este tema?


No podía seguir siendo una ciega exploradora, ni testigo impasible de nuestra capacidad de destrucción y falta de respeto.


Decidí convertirme en pepenadora de basura.


En ese mismo instante empecé a ejercer mi función.


Las dos primeras tardes, la misma basura tirada por acá y por allá, me proveyó de bolsas donde ir poniendo lo que iba encontrando por el camino.


La tercera vez, salí de casa armada con bolsas gigantes para basura y guantes de goma para protegerme.


Apenas creo lo que he ido descubriendo como mujer de la basura: envases pet de refrescos, bebidas energéticas y sueros ricos en metabolitos. Latas, botellas de vidrio de cerveza, refrescos y alcohol. Envolturas de papas fritas, dulces y demás chatarra. Cajetillas de cigarros y guantes de todo tipo.


Recogí una cubierta protectora para colchón, una chamarra y otras ropas. Sacos de papel para cemento. Bolsas de plástico, papeles, suelas de zapatos y zapatos completos, pantallas de lámpara de luz de bicicleta. Cuatro llantas de automóvil, acomodadas estratégicamente a lo largo del costado de la UAQ. Cubrebocas de todos los modelos.


Lo más insólito son los kilos de alambre eléctrico que he colectado. Pienso en los usos que puedo darles, también a las envolturas, para que se transformen en arte, y dejen de ser muestras del poco respeto que nos inspiran nuestras calles y lugares públicos.


Todavía no he reunido el valor suficiente para recoger los metros de cable negro eléctrico que rodean ambas esquinas universitarias. Algunos de ellos están conectados a los cables sostenidos por los postes. Creo que están activos y convertidos en un riesgo para quienes transitamos por esa vía peatonal.


Entonces viene la siguiente pregunta: ¿Qué nos pasa?


Caminamos como seres inconscientes. Somos parte de una población de ciegos satisfechos de no ver, plácidos en la inactividad y conformes con el estado actual de las cosas.


Ultima pregunta: si no nos hacemos cargo, como habitantes civiles de nuestras ciudades y país… ¿Quién va a hacerlo?


Si todos nos comprometiéramos a responderla…


Otro México tendríamos.

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