Las historias de éxito son dignas de admiración; nos fascinan y sorprenden.
Pero me pregunto si realmente es así.
¿Por qué sucede que a veces cuando vemos a alguien triunfar no podemos evitar sentir esa punzada en el estómago que nos pone en alerta y que nos avinagra el día? Claro, como toda regla tiene sus excepciones, pero lo cierto es que pasa hasta en las mejores familias.
Hace unos días escuchaba la historia de éxito de una chica que tuvo que enfrentar distintos obstáculos para salir adelante, incluso dentro del propio seno familiar; como el machismo, la ignorancia y la pobreza. Frases como: “para qué estudias si tu marido te va a mantener”, “tu lugar está en la casa”, “vas a andar de loca”, etc. Y muchas otras linduras que eran el pan de cada día, además de la discriminación que sufrió al enfrentar al mundo por su forma de hablar y de vestir.
Pero lejos de desanimarla, los obstáculos la desafiaron para alcanzar sus metas y así fue como logró estudiar una carrera profesional, emprender un negocio, destacar en el extranjero y hasta recibir varios premios. Muy loable, sin duda.
Y en contrasentido, en el seno familiar es en donde se permea una falsa y equivocada creencia de que el fracaso se debe perpetuar, como si formara parte del legado que se viene arrastrando generación tras generación y por lo tanto hay que tenerle lealtad. Porque, para eso somos familia, ¿que no? Y si algún avispado logra romper con ese modelo, los demás lo miran con recelo, envidia y, por qué no decirlo, hasta con maldad, además de acribillarlo con expresiones como: “ya te crees mucho”, “a quién asaltaste” “míralo, quien iba a decir”.
Octavio Paz lo expreso muy bien en su ensayo El laberinto de la soledad, en donde describe a los mexicanos unidos en el festejo, muy dicharacheros, pero, acostumbrados a perder.
Lo que me lleva a pensar que quizá en el fondo no creemos en nosotros mismos ni en nuestra grandeza. Y, por ende, demeritamos a aquellos qué si lograron subir un peldaño, ya sea emprendiendo una empresa exitosa, ganando un trofeo, obteniendo una beca o un mejor empleo. Y lo atribuimos a la “suerte”, a las “palancas”, a que “se acostó con el jefe”, a que el universo lo privilegió y terminamos devaluando el esfuerzo y el crédito que se merecen.
¿Y qué hay detrás del éxito?
Muchas cosas, pero más que nada educación y trabajo. Qué más puede haber sino desvelos, horas de entrenamiento, de estudio, tiempo invertido. Pero, como esa parte no la podemos ver, tampoco estamos dispuestos a pagar el precio.
Y de nuevo regreso a la familia, porque ahí es donde todo parte y a donde todo regresa. Acostumbrarnos a ganar y a recibir el éxito con entusiasmo, da igual que sea el diez del “matado” de la clase, el aumento de sueldo del compañero, el negocio próspero. Son historias que nos inspiran y motivan.
A veces sólo tener claro que es lo que no queremos ser, para entonces, emprender el vuelo, atrevernos a cruzar el puente, porque seguro que del otro lado nos espera quienes sí queremos ser. Pero antes debemos tomar el riesgo y lanzarnos.
Porque al final, disfrutar del éxito, cualquiera que sea la concepción personal de éste, nos dejará una enorme satisfacción de haberlo logrado y nos acercará un poco a eso que llaman felicidad.
Por: Sandra Fernández