domingo, diciembre 22, 2024

El jefe que se convirtió en mi padre

Las personas pueden aparecer inadvertidamente, las oportunidades pasar sigilosamente, pero uno mismo debe estar dispuesto a tomar el paso, tener confianza y recordar que ‘lo peor que podría pasar’ muchas veces resulta en continuar con una vida sin cambios. Esta semana, Virginia comparte un poco de su experiencia, tal vez de su suerte, pero ésta vino acompañada de una gran actitud. 

Virginia GM nos comenta cómo todo el día de ayer (digamos que fue un viernes, pues no se sabe cuándo el lector está presente) tuvo en la mente a Max Burgeff, un hombre quien hace más de treinta años fue su jefe, después su padre y, al final, su amigo. ¡Sí! ¡Justo en ese orden!

Lo curioso es que, sin que ella misma sepa el porqué, pues diversas teorías existen para explicarlo (sin que ninguna parezca más plausible que la otra), frecuentemente cuando piensa en una persona, de pronto ella la contacta por una llamada o un mensaje. ¿Será energía, transmisión de pensamiento o simple casualidad?… ¿En realidad importa la respuesta?

Justo eso pasó con Max, no sólo estaba pensando en él, sino que, cuando se disponía a marcarle a su celular, le entró una llamada de él. Virginia se preguntó si esa llamada se debía a que ella estaba pensando en él o, perceptivamente a la inversa, ella lo tenía en mente porque Max fue quien la tuvo primero en sus pensamientos, con la intención de contactarla. La razón es incierta.

Entre el señor Burgeff y yo siempre ha habido coincidencias difíciles de explicar

Es una relación que empezó hace muchos años, cuando Virginia regresó de Anaheim, también conocido como: el exilio obligatorio que sus padres le habían impuesto para evitar que se casara. Lo primero que hizo fue buscar en la sección de empleos del periódico alguno que se adecuara a sus necesidades y del que ella cumpliera sus requerimientos. 

El anuncio de un prestigiado laboratorio, fabricante de medicamentos, captó su atención por el salario que ofrecían y la cercanía a su domicilio. En aquel anuncio resaltaba la leyenda: ‘inútil presentarse si no cubre los ocho requisitos aquí mencionados’. ¡Ella sólo cubría uno de los mencionados! Pero tenía otro, que era su principal herramienta, aunque no estaba enlistado.

Cuando se presentó a la cita, había en la lista de espera otras ocho personas. Mientras esperaba su turno para la entrevista con el alemán que posiblemente sería su jefe, escuchó las pláticas de los demás aspirantes, quienes tenían una experiencia laboral infinitamente mayor a la suya. Aun así, nunca le asaltó un miedo o inseguridad que le hicieran desistir de su propósito. 

Al llegar su turno, entró a la oficina del Sr. Burgeff. Él no levantó la vista para saludarla ni para ofrecerle asiento, sólo tenía ojos para la solicitud y documentos que tenía en sus manos. En tono frío y algo altanero hizo la primera pregunta, que era: ‘¿experiencia en compras?’, Virginia respondió: ‘Ninguna, Sr. Burgeff’.

Siguiente pregunta: ‘¿experiencia en permisos ante la Secretaría de Salubridad?’. Siguiente respuesta: ‘Ninguna, señor’.  

Tercera pregunta: ‘¿experiencia en control de inventarios?’. Tercera respuesta: ‘ninguna, señor’.

A la sexta pregunta, en la que se repetía esta interacción, al fin el Sr. Burgeff levantó la mirada y, bastante molesto, le preguntó: ‘¿qué no sabe leer? ¿No se fijó que el anuncio muy claro especifica que no se presente nadie que no tenga experiencia en lo que el puesto requiere?”. A lo que ella, en tono moderado, pero seguro, le expresó: ‘yo, a usted, le tengo una propuesta. Que me dé oportunidad de quedarme en el puesto durante un mes, sin goce de sueldo; si yo, en ese tiempo, no aprendo ni cubro sus necesidades, me corre sin pagarme el mes, pero si las cubro, me contrata pagándome el salario estipulado’.

A pesar de lo improbable que parezca, él aceptó la propuesta y Virginia se quedó en el puesto… por varios años. Y no sería la única sorpresa que obtendría, no sólo de su jefe, también de la vida. 

Antes de continuar, es importante mencionar que esa experiencia le confirmó la importancia que tiene confianza en uno mismo a lo largo de la vida (¡ojo! No confundir confianza con prepotencia), y aún más importante ¡tener actitud!

Resultó que, ese hombre frío, que a la hora del coffee break o de la comida, tomaba su charola con los alimentos y se sentaba solo en la mesa más alejada del resto de los empleados, cuando menos se lo esperaba, se convirtió en su padre.

Varias veces ocurrió que, al llegar ella muy temprano para trabajar, sabiendo que no había más empleados, se desahogaba mediante el llanto. Los padres de Virginia no aceptaban a su novio, y se oponían a su próximo matrimonio, una y otra vez le alegaban su decisión de no estar presentes en la ceremonia (quien haya leído las anteriores historias de G. Virginia sabrá si asistieron o no).

En algunas de las ocasiones en que también llegaba temprano el Sr. Burgeff, la encontró llorando. Uno de esos días la llamó a su oficina y le pidió que le contara el porqué de su llanto; cuando lo puso al tanto de su situación y de los bárbaros castigos que le imponían sus padres, la interrumpió diciéndole: ‘Usted es una buena chica y no se merece ese trato, no se preocupe por el tema de quién la va a entregar en la iglesia, yo lo haré. Y desde hoy tómeme como su papá’.

Ha pasado media vida y hasta la fecha, seguimos siendo excelentes amigos

Por experiencias como la anterior, regularmente, las terapias que imparte las termina con la siguiente reflexión:

Nunca olvides que el presente es el principio del futuro

G. Virginia SM

Correo: g.virginiasm@yahoo.com

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