Puede ser el destino, puede ser el remolino de nuestras acciones y pensamientos, pero en algún punto de la vida siempre está a la mano esa persona, ese libro, ese sendero que nos llevará a lo que más necesitamos, si no para la vida, sí para nosotros y nuestro bienestar. ¿Qué historia nos tendrá Virginia esta semana para reflejarlo? ¿Quieren descubrirlo?
Érase una vez, hace muchos años, que G. Virginia se encontraba en una conocida tienda de ropa para damas en Polanco. En un momento en que estaba platicando con Ruth, la gerente, se les acercó una muy guapa señora con la única intención de comentarle: “Ese vestido que te estás probando, te queda sensacional”. Ella agradeció la observación antes de dirigirse al vestidor para probarse otra prenda, cuando salió para preguntar la opinión de la gerente, la misma mujer volvió a acercarse para decirle: “Esa falda fue hecha para ti”. Virginia volvió a agradecer el comentario, pero continúo hablando con Ruth, con una buena copa de vino blanco en mano, que le habían ofrecido.
La señora se mantenía un poco retirada, pero estaba muy atenta a la conversación entre ambas (¿cómo estaba tan segura? ¡Por lo que sucedió después!). Virginia empezó a sentir cierta molestia, cierta incomodidad, por lo que le preguntó a Ruth si esa persona era una empleada cuya labor se definía en decirle a todas las personas que todas las prendas les quedaban bien. Ruth, con una risa, le contestó que solamente era una muy buena clienta.
La señora, al escuchar esto último, se acercó, se presentó como Paolina y dijo: “He estado escuchando tu conversación con Ruth. Percibo que eres una persona humana, con actitud positiva y muy sincera, por lo que me gustaría tener tu número celular, ponernos de acuerdo e invitarte a desayunar o a tomar un café… quiero ser tu amiga”. Virginia le dictó su número un poco a fuerzas (después de todo, enseñanzas como no confiar en extraños o dar nuestro número a toda persona es una enseñanza que no sirve sólo a los niños).
El día siguiente y el siguiente y el otro también, le llamó a Virginia, pero lo último que ella quería era convivir con esta curiosa señora. Tal vez fue por los prejuicios inculcados por las generaciones anteriores, que llegó a pensar que esa mujer era lesbiana.
“¡Sorpresa que me dio la vida!”
Semanas después, en las que seguía negándose a la invitación de esta conocida desconocida, una mañana en la que estaba en la universidad, tomando una de las clases de Desarrollo Humano, entró Paolina como oyente. La sorpresa de Virginia fue mayúscula, y Paolina también se sorprendió de verla ahí. Al terminar la clase, ambas fueron a tomar un café, donde Paolina coqueteó desde con el mesero hasta con tres señores tipo ejecutivos que estaban en la siguiente mesa, aprovechando dos de sus cualidades: ser muy guapa y en extremo simpática o traviesa.
Ya con el grifo abierto, tuvieron más oportunidades de ir juntas a desayunar. En una de esas ocasiones, Paolina le comentó que el siguiente mes comenzaría un curso de Logoterapia en un instituto en la colonia Lomas de Chapultepec. Fue ese mismo y preciso día y gracias a Paolina que su vida tomó el rumbo que ella, inconscientemente, buscaba.
“Tú, amable lector, y yo, ¿cuántas y cuántas veces, por miedo, apatía o desconfianza hemos perdido oportunidades que se nos han presentado?”
Antes de inscribirse al curso de tres meses de Logoterapia, asistió como oyente a una clase. Esa misma noche leyó el libro del creador de esta ciencia que cambió su vida, ‘El hombre en busca del sentido’, de Viktor Frankl. Este señor estudió junto a Sigmund Freud (creador del psicoanálisis), fue sobreviviente del holocausto y de cuatro campos de concentración nazis, en los que estuvo entre 1942 y 1945; pero sus padres y familiares cercanos no tuvieron el mismo sino.
Al terminar de leer este libro, Virginia se preguntó: si Frankl, entre todo el dolor y sufrimiento que vivió, pudo salir adelante y con una actitud positiva, ¿por qué ella no iba a poder tener la misma actitud y contagiarla a los demás?
G. Virginia comenta que la Logoterapia es la parte humanista de la Psicología, se basa en hallar un propósito y un sentido a la vida, usando el diálogo socrático, es decir, en hacer preguntas a la persona que acude a terapia y ayudarle a rescatar las respuestas que ella misma siempre tiene.
Entendiendo la base de la Logoterapia y con la fresca lectura de ‘El hombre en busca del sentido’, Virginia supo (y Paolina también lo descubrió) que no se conformaría con un curso de tan corta duración. De hecho, estudió los cuatro años obligatorios para titularse como Logoterapeuta, poder dar terapia y ayudar a otros, actividad que sigue haciendo hasta la actualidad.
Por haber estudiado esta ciencia, por poner en práctica una actitud positiva, ha logrado salir adelante, muchas veces sola, de algunas situaciones que se podrían clasificar como ‘catastróficas’. Y las mayores alegrías las ha vivido cuando (en no más de diez sesiones) la persona que acudió a terapia se siente dada de alta y se despide de ella.
“Gracias a la Logoterapia, dos personas que llegaron a mí, con decisión de suicidio, ahora están seguras de que hubiera sido un error haberlo concretarlo”
G.Virginia SM
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