La melancolía ha acompañado al hombre desde hace siglos y ha sido un tema de análisis y reflexión más importante través de las épocas. La historia de sus explicaciones médicas, expresiones literarias, representaciones artísticas y diversas interpretaciones es, al mismo tiempo un recorrido por la cultura occidental.
Y con sus continuas metamorfosis como la tristeza, el miedo, la angustia, el dolor y aunque parezca extraño también está asociado al amor porque, ¿no es la ausencia de la pérdida de un ser amado una de las causas más comunes de la noche oscura del alma?
Era medio día de marzo, habíamos sido flanqueados por una lluvia inesperada en la Ciudad de México, entramos empapados al Museo Nacional de Arte para ver la exposición Melancolía la cual recopilaba más de 135 obras que suponen analizarían el temperamento melancólico en el arte. Cuando vi esta pieza, tuve que sentarme para contemplarla, abrió en mi una fuente interna de reflexión y una profunda melancolía, tuve la sensación de recrear mi perdida una y otra vez, era incapaz de verla, pero también estaba hechizada, porque muy a mi pesar he de reconocer que cuando me abraza la melancolía también me abraza mi energía creativa.
Manuel Ocaranza Hinojosa nació en Uruapan, Michoacán, México en 1841. Fue un pintor costumbrista de la segunda mitad del siglo XIX, quien plasmó recurrentemente a la figura femenina como principal protagonista de sus obras, desde una perspectiva académica y romántica, cargándola de elementos simbólicos y situándola en el ámbito doméstico burgués. Manuel Ocaranza renovó los temas tradicionales del arte de su época y es considerado uno de los primeros artistas modernos del siglo XIX.
Inició sus estudios en la Academia de San Carlos en la década de los años sesenta, alrededor de los veinte años, de la mano de Pelegrín Clavé, Santiago Rebull y José Salomé Piña, de quienes aprendió los recursos de la escuela clásica que él desarrolló a su modo, debido a su carácter independiente y gran personalidad.
La obra artística de Manuel Ocaranza se caracterizó por tener una narrativa en algunos de sus cuadros, en obras como El amor del colibrí (1869) donde se narra el proceso del cortejo y posteriormente en La flor muerta (1868) donde ya se dio un engaño amoroso y la temática cambia de la emoción por un nuevo amor a la pérdida de valores reflejada en una atmósfera azul y fría. Algo similar sucede cuando comparamos El costurero (1873) y La cuna vacía (1871), la primera mostrando la emoción por la futura maternidad tiene un tono acogedor y cálido, mientras que la segunda se aleja totalmente de esto y presenta la ausencia.
Ocaranza pinta a una mujer en luto mientras solloza junto a la cuna de un bebé, no es complicado imaginar que se trataba de su hijo, quien probablemente falleció después de una enfermedad, como parecen indicar los frascos en la mesa de noche junto a la cama. Aquí Ocaranza plasma otro lado de la maternidad, el lado de la pérdida, ausencia, que también fue un tema muy sensible para las mujeres de la época ya que la tasa de muertes infantiles era alta.
Para darle más dramatismo a la obra, el autor nos coloca indicios de la presencia del bebé como el gorrito en uno de los postes de la cuna, la cobija que lo abrigaba, el zapato en la silla detrás de la madre y el juguete en el piso. Aunque La cuna vacía fue realizada antes que El costurero, Ocaranza nos coloca en escena la realidad de las costumbres mexicanas y lo que tampoco podría ser controlado, aunque se siguieran al pie de la letra las tradiciones más recatadas, ahí es donde podemos encontrar un diálogo muy claro entre ambas pinturas.
Obras como estas y autores que no son tan conocidos, nos dan una lectura clara de los sentimientos más arraigados en nuestra personalidad humana, no puede ser una lectura feliz, pero deja al espectador con una sutil sensación de pérdida y expectativas no resueltas, sueños que no se cumplen, alaridos de dolor que no se escuchan en medio de la noche, que se ahogan en una almohada empapada por las lágrimas, las cuales también son liberadoras y sanan cualquier dolor.
Es por eso que el arte debería cumplir como parte de sus propósitos ( si es que para muchos lo tienen) la premisa de mover fibras y hacer que al ver una obra como esta uno no pueda retener un pensamiento, un recuerdo, un miedo asomado con una lagrima, en recuerdo de la noche oscura del alma.
E&N
Licenciada en Administración de Empresas, Artista visual, Docente en Artes plásticas y Terapeuta enfocada en terapia familiar y prevención del suicidio
Contacto: Esmeralda.gaia@hotmail.com