No hay duda, la sociedad cambia. La infancia y el entorno en el que crecieron nuestros abuelos es distinto al que experimentaron nuestros padres, y nosotros crecimos en una sociedad diferente a la de nuestros hijos.
Tristemente, ‘diferente’ no siempre significa ‘mejor’, ni significa ‘igualdad’ ni tampoco ‘seguridad’.
A todos nos gustaría tener la certeza que saldremos de casa y regresaremos en cuanto queramos, de pasear en las noches y que cada extraño que nos topemos sea sólo otra persona disfrutando de una caminata, que cada camioneta que se nos acerque sea solo un amigo o alguien pidiendo instrucciones antes de continuar su camino.
Pero esa certeza no existe… sin importar la edad que tengamos.
Y eso quedó demostrado con el caso de la pequeña Victoria, secuestrada y finada siendo sólo una pequeña niña que iba a la papelería.
Una niña a la que no se le puede acusar de irse de fiesta nocturna sin avisar, una pequeña a la que no se puede acusar de andar en malas compañías ni en malos pasos, ni tampoco se le podía describir como una niña faltada de amor familiar.
Pero el sentimiento de culpa y responsabilidad es fácil de compartirse, de señalarse. Quizás los padres debieron cuidarla mejor, los vecinos pudieron prestar más atención, el gobierno podría haber actuado más rápido…
Sin embargo, no hay que olvidar que la verdadera culpa recae en los perpetradores de este terrible acto.
Después de todo, ¿por qué ir a la papelería, a la panadería, a la escuela o visitar a un amigo debe ser primero un peligro para niños o jóvenes o mujeres en lugar de ser sólo un trayecto? ¿Por qué debemos sospechar que hay monstruos viviendo como nuestros vecinos o como transeúntes o como conocidos?
¿Por qué querríamos creer que la maldad puede estar a nuestro lado y dañar a nuestro seres queridos?
¿Por qué vivimos en una época en la que nuestros hijos, nuestras niñas, nuestras amigas son un sector fácil de vulnerar, de sexualizar y de agredir?
Las desgracias no tienen consideraciones, especialmente en una sociedad donde las personas parecen creer que el individualismo y el beneficio propio son más importantes que un sentimiento de comunidad y apoyo mutuo.
Es lamentable, es triste, es desconsolador, y es una realidad que se debe enfrentar, pero nunca aceptar como normal.
Es una realidad en la que los gobiernos deben poner su esfuerzo. Es cierto que el gobierno estatal de Mauricio Kuri ha respondido pronta y consecuentemente, impulsando y exigiendo que las instituciones trabajen arduamente y sean un factor estratégico para estructurar y desarrollar programas preventivos contra la violencia, para fortalecer sus acciones de atención y respuesta a la violencia de género.
Pero su trabajo sólo puede llegar hasta ahí, hasta la creación de programas de prevención, de atención y respuesta.
Si queremos un cambio en las personas y nuestra sociedad, eso está en las manos de los ciudadanos, de los padres, de las madres, de todos los que tienen y tenemos la responsabilidad no sólo de educar a las generaciones futuras en los grandes valores del respeto, del amor a la vida y de la buena convivencia; también debemos ser el ejemplo a seguir, tomando decisiones más amables, más comprensivas, más respetuosas y tener una conducta que (si bien no siempre será intachable) siempre se base en valores bien cimentados.
Si queremos crear una sociedad en la que podamos caminar sin miedo, en la que los niños puedan jugar en la calles sin preocupaciones, en la que las noches no signifiquen inseguridad; se debe hacer un trabajo en conjunto, se debe dar una mejor enseñanza en casa, tener una mejor convivencia con vecinos, amigos y desconocidos, y que eso pueda resulte en cuidarnos mutuamente.
Está en nuestras manos que la sociedad en la que vivirán nuestros nietos y nietas sea diferente a la de nuestros hijos e hijas, estamos a tiempo de legarles un futuro en que ‘diferente’ sí signifique ‘igualdad’, ‘seguridad’ y ´paz’.