viernes, abril 19, 2024

Destino, casualidad o sincronicidad – g.virginia SÁNCHEZ MORFÍN

En alguna ocasión, ¿te ha sucedido que tenías en mente a una persona o habías soñado con ella y de pronto suena el teléfono y era la misma?, o ¿alguna vez en la que ibas caminando pensando en un número y de pronto volteaste y lo viste en la numeración de una casa o las placas del carro de adelante?

En el año 1952, Carl Gustav Jung, el reconocido psiquiatra suizo, le dio el nombre de “sincronicidad” a dos sucesos simultáneos que están vinculados por el sentido, pero no de forma casual.

PRIMER CASO

Joaquín, con sesenta años de edad, había quedado viudo hacía dos años.  No soportando la soledad, un día decidió buscar a Rosy, quien fue su primera novia cuando ella tenía quince años y él diecisiete. Aquel fugaz noviazgo duró menos de un año. 

Joaquín preguntó por ella a cuanta persona encontraba; un compañero de la secundaria le informó del lugar en el que estaba casi seguro que vivía Rosy a partir de la muerte de su esposo.  Le comentó que su única compañía era una de sus hijas y además tenía dos hijos ya casados. 

Confirmar que Rosy estaba viuda, provocó un gran gusto a Joaquín. ¡Le podría pedir que fuera su esposa!  

Joaquín se había impuesto la tarea de buscar a Rosy en una de las unidades habitacionales más grandes y pobladas de la Ciudad de México. 

Con el orden y la disciplina que caracterizan a los contadores, un día recorría el edificio “A” preguntando en cada departamento si ahí vivía ella o si la conocían. Cuando terminaba de checar en todos los pisos, seguía con otro edificio.  ¡Eran veinte!

Anotaba las respuestas que recibía en su cuaderno dividido en columnas cuyos títulos eran:

Fecha / Hora  / Edificio / Número de departamento / Sí o no encontró a alguien. / Respuestas a la pregunta de si la conocían.

Una lluviosa tarde, en la que Joaquín había preguntado en todos los departamentos del sexto edificio que visitaba, un poco triste, pero sin que lo invadiera el pesimismo, decidió dar por terminada la labor de ese día. 

Se encaminó hacia el elevador, oprimió el botón para bajar. Cuando se abrió la puerta del mismo, recordó que no había anotado en su cuaderno el resultado de su visita al último departamento. Decidió esperar al próximo y con calma hacer sus anotaciones. 

Así lo hizo.  Esperó casi cinco minutos a que llegara el siguiente.  En la segunda vez que se detuvo el elevador para que subiera otra persona, entraron dos mujeres; una de ellas llevaba una canasta de gran tamaño llena de verduras, frutas y una bolsa con pan; esto hizo que todos los presentes se corrieran hasta al fondo y quedaran muy juntos. 

Habían pasado unos segundos cuando la señora de la canasta, muy sorprendida, le preguntó al hombre más cercano a ella: “¿No eres tú, Joaquín?”

Así se reencontraron, después de más de cuarenta años.  Pasados algunos meses, se casaron y permanecieron “juntos y felices” hasta la muerte de Joaquín.  Solo ellos sabrían si se casaron por amor o por evitar su triste soledad. 

Este reencuentro, ¿fue destino, casualidad o sincronicidad?

La diferencia entre destino y casualidad es que, cuando hablamos de destino, creemos que nuestra historia y los sucesos en ella están escritos en algún lugar que desconocemos desde el momento en que llegamos al mundo. Por otra parte, a la casualidad se le acreditan esos sucesos o circunstancias inesperadas, que resultan imposibles de anticipar. 

SEGUNDO CASO

Bernardo, después de cerrar su importante notaría en el Estado de México, desde hacía veinte años vivía en el hermoso y paradisíaco Cancún.  A su llegada, abrió otra notaría que ahora ya contaba con una importante clientela. 

Aprovechando su gusto, casi obsesión, por los autos, hacía seis años que había empezado a organizar una original carrera de automóviles que poco a poco se había convertido en un evento internacional. 

Viajaba continuamente a la Ciudad de México con el objeto de reunirse con el grupo de notarios que eran sus amigos desde que estudiaban en la universidad. 

Era el mes de diciembre. Tenía proyectado viajar el siguiente fin de semana a la Ciudad de México, para asistir a la tradicional reunión navideña de los notarios.  

Con su boleto de avión comprado y su maleta preparada, un día antes del viaje recibió la llamada que tanto tiempo había esperado.  Fue informado de que un alto funcionario del gobierno lo recibiría el viernes; casualmente coincidía con la fecha de su reunión.  Con frustración, pero convencido de su elección, aceptó la cita en las oficinas de gobierno en un municipio de Quintana Roo. 

De inmediato, Bernardo citó a su chofer para que al día siguiente lo llevara muy temprano a su cita.  Había que tomar un largo tramo de carretera. 

Lo inesperado sucedió: el chofer se equivocó y en un tramo de la carretera,  equivocadamente, dio vuelta en un retorno, quedando en sentido contrario.  Esto trajo como consecuencia chocar de frente con un camión cargado de caballos. 

El accidente fue tan grave, que Bernardo estuvo hospitalizado por quince largos días en los que se debatió entre la vida y la muerte.  Una de las consecuencias del accidente fue que le tuvieran que extirpar un riñón, que había quedado totalmente deshecho. 

Aunque parezca increíble, al no asistir a la celebración con sus compañeros, este accidente le salvó la vida… en el riñón existía un inmenso tumor canceroso, sin que Bernardo tuviera la mínima molestia o señal de esta enfermedad. 

Ahora lleva una vida normal… asiste a las celebraciones anuales de los notarios y continúa organizando, cada año con más éxito, la carrera que tanto le apasiona. 

¿Fue destino o casualidad?

g.virginia SÁNCHEZ MORFIN

g.virginiasm@yahoo.com

@gvirginiaSM

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