Me pregunto acerca de las preferencias sexuales que tenían nuestros cantantes favoritos durante las décadas de los ochenta y noventa, como Elton John, Freddie Mercury, George Michael, los de Culture Club y David Bowie, por mencionar algunos. Pertenezco a esa generación y no recuerdo haberlas cuestionado. Era otra forma de ver el mundo, otra época. Otra forma de mirarnos los unos a los otros.
En aquel momento nos limitábamos a disfrutar de su música sin tomar partido acerca de sus extravagantes devaneos o preferencias sexuales. Quizá era que nosotros no estábamos influenciados en un contexto sexualizado o nuestra tolerancia o hasta indiferencia hacía que nos limitáramos a ser felices mientras los escuchábamos a través de su música. Era que lográbamos ser felices. Difícil saberlo.
Bailábamos, nos enamorábamos, tarareábamos sus canciones, sin dejar de admirarlos ni por un instante por cumplir ciertos estándares que dictaba la sociedad o juzgarlos. Incluso me atrevería a pensar que inmiscuirnos en su vida personal era invasivo. Podrían haberse vestido como lo hacen las mujeres, maquillarse, o besarse entre ellos y lo considerábamos como un rasgo más de su personalidad, sin tener un prejuicio acusador por ello.
¿De cuantos colores nos perdemos en etiquetar en blanco y en negro, lo bueno y lo malo, sin mirar la gama que está en el medio y que al final son la mezcla? Ahí en esas diferencias es en donde se esconde el encanto, la belleza, lo auténtico y lo que nos hace ser diferentes.
Tampoco ellos lo gritaban a los cuatro vientos, queriendo tener protagonismo ni ganar adeptos o tomando partida. No era un recurso que trataran de explotar o le dieran un significado. Ni amenazaban si no eran aceptados. Simplemente eran lo que eran: amantes del arte, de la música, de lo que hacían. Se mostraban al mundo con lo que tenían y sin tapujos. Personalidades diversas, naturales, auténticas, pero, eso sí, con un derroche de talento tremendo. Sin trucos o artificios.
La tolerancia no era un tema, porque se asumía como tal, porque no era necesario explicarlo. La homofobia, la misoginia, el racismo, el credo distinto se hacen claros abusos al pretender o, más aún, tratar de imponer que otros miren al mundo a través de nuestros lentes. Tan importante es dejar ser al otro.
La esclavitud física se abolió hace muchos años, afortunadamente. Sin embargo, ¿qué hay con la esclavitud mental? ¿Vivimos siendo esclavos de nuestros propios pensamientos o queremos coartar la libertad de los pensamientos de los demás?
“I want to break free”, gritaba Freddie Mercury.
Por :Sandra Fernández