Damas y caballeros
Por : Araceli Ardon
Ángela Moyano Pahissa: una vida de novela
La Ciudad de México fue la cuna de Ángela Moyano, nacida el 3 de marzo de 1935, hija de un ingeniero egresado de MIT quien dirigió la construcción de bases aéreas militares, por lo cual Ángela y sus tres hermanas vivieron la adolescencia en Manila, Filipinas, después de la Segunda Guerra Mundial.
Como adulta joven, vivió en Madrid, donde cultivó amistades que pertenecían a la comunidad internacional, como diplomáticos, intelectuales y artistas. Eran tiempos de la dictadura de Francisco Franco. Ahí, la jovencita rubia, de expresivos ojos azules, tuvo un novio que era rey de Bulgaria. Por ser de la nobleza, no podía comprometerse con una mexicana.
Siendo todavía muy joven, Ángela ingresó al convento de las monjas asuncionistas y estudió Historia en la Universidad de Miami, Florida entre 1959 y 1963, siendo testigo de la migración cubana.
Regresando a México, se convirtió en una profesora que dejó huella en la formación de sus estudiantes, que a lo largo de las décadas fueron miles. Dejó el convento en 1970 y comenzó sus estudios de maestría en la UNAM. Al mismo tiempo, era profesora Asociada B, en la Facultad de Filosofía y Letras, de donde pasó al Instituto de Investigaciones Históricas José María Luis Mora. Todos sus estudios se refieren a la Historia de las relaciones México-Estados Unidos.
Al concluir el capítulo dedicado a la vida conventual, se casó con un buen hombre, el arquitecto Héctor Guevara, y tuvieron un hijo llamado Íñigo en 1976. Mi marido y yo tuvimos el privilegio de la amistad de este matrimonio bien avenido; ellos viajaron por muchos países y gozaban de su mutua compañía. Cuando Héctor concluyó su ciclo vital, Ángela me citó en su casa y me regaló en nombre de su esposo sus libros de texto, porque lo sustituí como profesora de Historia del Arte en la Preparatoria Anáhuac.
La familia llegó a vivir a Ensenada en 1979, donde Ángela dedicó su tiempo a revisar documentos en microfilm en su archivo y desde ahí desplazarse a las grandes bibliotecas, entre ellas la del Congreso en Washington. Vivió en varias ocasiones en los Estados Unidos, país que estudió a profundidad. Obtuvo la beca Fullbright para realizar una estancia de investigación en la Universidad de Chicago en 1986.
De vuelta en México, termino su doctorado en la UNAM y fue miembro fundador del Sistema Nacional de Investigadores. Fue reconocida por la SEP con el premio Clementina Díaz y de Ovando a la Trayectoria en Historia Social, Cultural y de Género.
En 1991 se mudó con su familia a Querétaro y se integró como docente al Tec de Monterrey. En 1995, recibió el premio internacional Frontera, otorgado por la Fundación Mascareñas. En 1999, la invité al grupo fundador de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras, Delegación Querétaro; también aceptó mi invitación para participar en el Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Querétaro. Ella fue presidenta de este organismo en los años 2007 y 2008. Esos lazos me ofrecieron la gran oportunidad de recibir su cariño y escuchar su visión sobre la vida, como testigo de primera fila, para abrevar de su sabiduría.
La doctora publicó 23 libros en autoría individual y 10 más en coautoría. Algunos títulos son: California y sus relaciones con Baja California; El comercio de Santa Fe y la Guerra del ’47; EUA: una nación de naciones; Frontera; La resistencia de las Californias a la invasión norteamericana; Las regiones de los Estados Unidos de Norteamérica; México y Estados Unidos: orígenes de una relación; Querétaro en la guerra con los Estados Unidos; La pérdida de Texas.
En 1998, llegó a la Facultad de Filosofía, Historia y Antropología de la UAQ como docente e investigadora; luego amplió su docencia a las licenciaturas de Desarrollo Humano y Gastronomía.
La Universidad Autónoma de Querétaro organizó un homenaje a la historiadora al cumplir 50 años de docencia; se realizó en marzo de 2012, en el patio central del Archivo Histórico del Estado. Esa mañana, Ángela había ido al salón de belleza, donde la maquillaron y peinaron. Le dije: “Luces muy hermosa”. Refunfuñó: “Me parezco a Margaret Thatcher”. La apariencia nunca fue su prioridad, sino la vida del espíritu, el conocimiento y la investigación. Entre los funcionarios y profesores, oculto tras un pilar, se encontraba un invitado especial, que avanzó en un momento acordado para sumarse al acto: su hijo Íñigo, que había viajado desde Washington para estar presente. “Soy el único que puede llamarle mamá”, dijo con orgullo desbordado.
Hurgando en cajas de documentos antiguos en los archivos históricos de varios países, Ángela encontraba la felicidad; salía con las pruebas en la mano para confrontar a sus colegas en la cuestión de la temporalidad histórica, uno de sus principales intereses. Como académica, revisaba a fondo planes de estudio y compartía sus juicios con bases firmes y datos estadísticos. Alérgica a la mentira y la simulación, emitía opiniones de manera directa, sin ambages ni fisuras.
Alguien me dijo que estaba dictando sus memorias, libro que anhelo leer.
Íñigo vive en Washington, está casado con una queretana, Marcela, y tienen dos hijos, Patricio y Mateo, quienes disfrutaban de las historias de su abuela cada verano y todas las navidades. Íñigo es profesor adjunto en la Universidad de Georgetown y dedicó su primer libro a Ángela, su mamá.
Un día de los meses finales, cuando convalecía en su casa, la encontré recostada, su blanco pelo sobre la almohada, los ojos cerrados y un rosario de perlas en sus manos. Dedicaba a la oración sus momentos de lucidez. Murió como mueren los santos.
El 13 de junio de 2023, a los 88 años de su vida terrenal, el alma de mi querida amiga Ángela Moyano partió al paraíso.