Carlos de Mucha Icazbalceta
Por : Araceli Ardón
La primera impresión que tuve del ingeniero De Mucha fue de encontrarme frente a la
grandeza humana en un entorno de sencillez. En aquel tiempo, él dirigía la empresa Vidriera y
lo entrevisté para mi revista, Ventana de Querétaro. Su oficina no podía ser más austera y
sencilla: cada cosa en su lugar, un escritorio limpio, el aire lleno de la intensa luz que él
proyectaba.
Nació el 26 de agosto de 1930 en la Ciudad de México, hijo de Isidoro de Mucha Correa y de
María del Carmen Icazbalceta. Se graduó como ingeniero industrial militar en 1959; fue
contratado por el Grupo Vitro, que lo designó a laborar en la industria Vidriera Los Reyes de
Tlalnepantla, Estado de México, como supervisor de planta. En 1979, ya había ascendido a
director general, por méritos propios. Más adelante, trabajó en el corporativo del grupo, en
Monterrey, Nuevo León. Desde ahí, recibió la encomienda de dirigir la Vidriera Querétaro, que
en su tiempo fue una de las plantas de manufactura más importantes del estado.
Interesado en impulsar el desarrollo económico, tuvo oportunidad de conocer al gobernador
Rafael Camacho Guzmán, quien con el tiempo se convirtió en gran amigo suyo.
De Mucha tuvo el acierto de estimular a los trabajadores para lograr los mejores resultados
posibles mediante un sistema de control total de calidad que pronto fue emulado por otros
empresarios para alcanzar metas cuantificables de mejora continua.
La estricta disciplina que forjó para sí desde el Heroico Colegio Militar le permitió trasladar a la
empresa nociones que giraban en torno del cumplimiento del deber, el trabajo honrado y el
respeto hacia los compañeros de trabajo, de manera que bajo su dirección la compañía alcanzó
y sobrepasó las metas propuestas por el Grupo Vitro.

Don Carlos, con Martha Apango, su esposa, y sus siete hijos se establecieron en Querétaro; los
jóvenes estudiaron en instituciones locales y se graduaron en diversas disciplinas. El
matrimonio duró toda la vida: cumplieron 54 años de casados.
Movido por su interés por colaborar en el bienestar de la comunidad, pronto cosechó la
amistad de personas claves en la política y el desarrollo. Formó parte de varios organismos y al
proyectar buenos resultados, lo invitaron a dirigir el Club de Industriales, dos veces fue
presidente de Canacintra y también coordinó el Consejo de Concertación Ciudadana de la
Industria. Fue elegido vicepresidente de Coparmex; todos estos cargos, de naturaleza
honoraria, le permitieron conocer a fondo el panorama económico del estado.
El gobernador Ignacio Loyola le solicitó que se hiciera cargo de la coordinación de los trece
consejos estatales. Por otra parte, asumió la presidencia de los patronatos del Honorable
Cuerpo de Bomberos Voluntarios y el de la Universidad Autónoma de Querétaro, de 1992 a
1994.
Impulsado por este último nombramiento, que para don Carlos significó un honor y un
privilegio, se convirtió en docente de la Facultad de Contaduría y Administración. Ofrecía
cátedra en el nivel de maestría y con ello se propuso estudiar el doctorado en administración,
para concluirlo al cumplir setenta años de vida.
Tanto empeño puso en su labor honorífica, que al dirigir el Patronato de la UAQ creó la
campaña “Soy Universitario”, vigente a la fecha. Amante del estudio y la concentración, estudió
varios diplomados, tres maestrías y un doctorado, amén de ser catedrático.
En cuanto al arte, dedicó años a la pintura, en particular la acuarela, que le llevó a montar una
exposición individual en el Club de Industriales.
En el terreno deportivo, fue jugador de futbol americano en las décadas de 1940 y 1950; fue
coach de equipos y procuró que sus cuatro hijos varones fueran jugadores y sus tres hijas,
elementos de la porra.
Durante el tiempo en que dirigió los Consejos de Concertación Ciudadana, cuya sede era la casa
que había habitado en el siglo XVIII Francisco Martínez Gudiño, gran escultor de retablos, tuve
ocasión de verlo dirigir las sesiones. Desde los balcones de esa residencia de estilo barroco,
ubicada en la esquina de Hidalgo y Guerrero, se detenía a contemplar el paisaje urbano: el
templo de Teresitas, una parte del Museo de la Ciudad y las señoriales mansiones de la zona.
Don Carlos recibía a los miembros de los consejos con afecto y amabilidad. Se sentía queretano
al cien por ciento.
Participó con varios grupos, cámaras, asociaciones y clubes. Era golfista aficionado y buscaba la
compañía de los amigos para trasmitir sus conceptos sobre la justicia, la honestidad, la verdad y
la honradez.
Su hijo Héctor de Mucha Apango escribió: “Quienes tuvimos la oportunidad de tenerlo cerca,
siempre consideramos un regalo su plática, sus anécdotas, sus enseñanzas, su cariño. Él
mencionaba que todo hombre debiera tener la suficiente inteligencia emocional para recibir
tanto buenas como malas noticias. Así lo hacía, las asimilaba, las procesaba y actuaba en
consecuencia, tenía siempre la frase exacta para orientar a la resolución de un problema o dar
un consejo. Amante del vino tinto y el tequila, de la compañía de su familia, orgulloso de sus
trece nietos, era el centro, el que unía, el que ponía orden”.
Murió en 2008, a la edad de 78 años, víctima del cáncer. Vivió su enfermedad con integridad y
sosiego, aceptando los dictámenes de la vida.
Da mucho gusto rendir este breve homenaje a un hombre bueno, una persona íntegra,
comprometido con su familia, recordado en sus facetas de esposo, padre y abuelo. Don Carlos
fue un hombre feliz, honesto servidor público, profesor universitario e industrial de primera
línea.