Como padres de familia tenemos doble responsabilidad con nuestros hijos, no se trata nada más de educarlos corrigiendo una mala actitud o acción; también debemos dar un buen ejemplo en el que sea congruente lo que digo con lo que hago. Como padres también aprendemos al enseñar a nuestros hijos, y a la vez echamos mano de las enseñanzas que nuestros padres nos dieron con tanto cariño. Algo que debemos enseñar a nuestros pequeños y adolescentes, es a darle valor a lo que decimos. Nuestra palabra vale, y vale mucho. Debemos aprender a cumplir lo que prometemos, pero además debemos ser cuidadosos en que NUESTRA PALABRA sea inteligente, respetuosa, responsable, prudente, empática, y al mismo tiempo positiva, valiente, sincera, humilde, y sencilla, entre otras. Si decimos algo a nuestros hijos hay que cumplirlo, y en nuestra relación con los demás sean familiares, amigos, vecinos, gente que trabaja con nosotros y conocidos, también hay que procurar no caer en mentiras, en promesas sin cumplir, en usar la boca para herir o insultar, para presumir, para fanfarronear, para ser altanero, para opinar en algo que no nos corresponde, para humillar, para gritar, criticar, etc.
Por el contrario usemos nuestras palabras para decir y defender la verdad, para cumplir, para sanar, para alabar, para felicitar, para orar, aconsejar, reconocer, consolar, ayudar, dar libertad…para amar. Me preguntaba mi hijo alguna vez: «Mamá, ¿para qué hablamos?» A lo que le respondí en ese momento, que hablamos para decir lo que sentimos, lo que llevamos dentro, para expresar lo que deseamos. Por medio del lenguaje nos comunicamos. Esto me hizo profundizar en éste valioso tema y quise compartirlo.
Hablemos con inteligencia y dejemos expresar nuestra alma que a veces grita y no se escucha; pensemos dos veces antes de hablar y reflexionemos, porque siempre será nuestro corazón el que ponga nuestras palabras en la boca.