Dalia y Rubén son dos jóvenes que han tenido una vida azarosa. Dalia nació en una familia de pocos recursos económicos: su padre falleció antes de que ella naciera. Su madre trabajaba en diferentes hogares para obtener algo de dinero y alimentar a su pequeño Rafael, de tres años.
El nacimiento de Dalia fue difícil. Después de cuatro horas de labor de parto, la pequeña nació. Imelda, la madre de la bebita, sonrió al escuchar el llanto de su hijita: ¡estaba viva!
La debilidad de la madre de Dalia se agravó. Estaba desesperada, carecía de los medios para alimentar a sus dos hijitos. Los vecinos la ayudaban, pero no podía depender de ellos. No contaba con alguien que la ayudara, pues se había casado sin el permiso de sus padres. Le habían dicho que no querían volver a verla.
Su desesperación fue minando su energía. Habló con Elena, su vecina y amiga, suplicándole que, si ella moría, criara a sus hijos. Elena prometió que lo haría. Imelda murió tres meses después. Elena no podía criar a los dos niños, la bebé era quien requería mayores atenciones.
Adoptó legalmente a Rafita y llevó a la bebé a la Casa de Cuna Nueva Esperanza.
Una historia similar se tejía en otro lugar, donde el amor no tenía cabida.
Rubén nació en un pequeño hospital de una comunidad en la sierra de Puebla donde vivían sus padres; hubo dificultades en el parto. La salud del bebé era precaria, tenía dificultades para respirar. De inmediato lo pusieron en una incubadora. Los padres lo visitaban dos veces por semana, después una, terminaron por abandonarlo. Las autoridades trataron de localizarlos, sin éxito.
El pequeño logró recuperarse. Lo llevaron a la Casa de Cuna Nueva Esperanza, donde sería atendido hasta que alguna pareja quisiera adoptarlo. Era un hermoso bebé, pronto fue muy querido por el personal de la institución.
Por circunstancias de la vida, quienes se interesaban en un bebé veían y acariciaban a Rubén y también a Dalia, permanecían algunos minutos con ellos. Sin embargo, adoptaban a otros niños.
Así pasaron los años.
Dalia, desde el preescolar, demostró cualidades para los números y las artes. Era una niña muy aplicada, querida por todos.
En la Nueva Esperanza, los niños podían cursar la Educación Básica, de preescolar a secundaria. En la primaria, empezó una bella amistad entre Rubén y Dalia. Eran muy inteligentes y bondadosos. Sabían que era probable que no los adoptaran. Al terminar sus estudios, solicitaron al director de la Nueva Esperanza, que les asignara alguna tarea para apoyar al personal en el cuidado de los niños pequeños.
Los chicos fueron un gran apoyo en las diversas actividades. Consideraban a La Nueva Esperanza como su hogar. Cuando tuvieran los recursos monetarios, harían donaciones a la institución.
Por su inteligencia y dedicación al estudio, fueron acreedores a una beca para estudiar la preparatoria en el Tecnológico de Monterrey, la que terminaron con alto promedio. El director y los maestros de la casa hogar estaban orgullosos, los consideraban hijos de esa institución.
Dalia estudió ingeniería en robótica en la UNAM, gestionó una beca para un posgrado en Francia.
Rubén estudio la licenciatura en medicina, también en la UNAM. Quería investigar las causas de ciertas enfermedades en los niños y desarrollar el antibiótico para su cura. Al estar en contacto con los bebés del cunero, había observado lo que sufrían.
Los jóvenes, al trabajar en equipo en la casa hogar y estudiar en la misma universidad, tuvieron un amor juvenil.
Los chicos estudiaban hasta el amanecer, querían obtener sus becas. Volvieron a tener éxito. Rubén la haría en lo prestigiada universidad de Cambridge y Dalia en la Sorbona de París.
Los proyectos presentados llamaron la atención de profesores y algunos empresarios. En la Nueva Esperanza estaban felices por el éxito de los chicos.
Tras dos años de noviazgo, habían prometido casarse en diciembre al término del posgrado, los padrinos serían el personal de la casa hogar.
La capilla de Nueva Esperanza estaba adornada con rosas y tulipanes. Los padrinos, muy elegantes. La boda sería ese 24 de diciembre las once de la mañana. Los vuelos de Dalia y Rubén llegarían a la Ciudad de México con dos horas de diferencia: primero el de Dalia que venía de París, más tarde el de Rubén, desde Londres.
Se casarían en la casa que había sido su hogar. Dalia, vestida de novia, estaba bellísima, nerviosa y emocionada, esperaba a quien sería su esposo. La hora de la boda se acercaba y Rubén no llegaba ni se había comunicado. Dalia sintió una opresión en el pecho, algo malo había sucedido, ya que Rubén era puntual.
Esteban, el director, se paseaba nervioso en su oficina, trataba de comunicarse con Rubén. En ese momento, escuchó la noticia: el avión que había salido de Londres con destino a México, había sido secuestrado por terroristas.
─¡Dios, salva a esa gente! Que Rubén pueda venir a su boda, esos chicos merecen ser felices ─decía Esteban.
Al enterarse de la situación, Dalia lloraba inconsolable.
─Dios, no me quites a la única persona que me ha amado.
En otra noticia se informaba que la nave había aterrizado para cargar combustible. Varios aviones habían despegado para ayudar a la tripulación.
Los terroristas fueron capturados. Los pasajeros y tripulación fueron rescatados, aunque algunos pasajeros fueron atendidos por los enfermeros, debido a los golpes que habían recibido.
Eran las once de la noche cuando se escuchó la sirena de un camión de bomberos; se asustaron cuando el vehículo paró frente a la casa hogar. Bajó un joven corriendo, vestido con un elegante traje.
─¡Dalia, aquí estoy, no podía faltar a nuestra boda! Este es un milagro de Navidad.
─Sabía que vendrías, Rubén, tenemos un largo camino por recorrer.
Los novios, radiantes, entraron a la capilla. La luz iluminaba el alma.
La novia depositó su ramo en el pesebre, junto al Niño Dios.