¿Alguna vez se han preguntado qué los mueve en este mundo? Tal vez sea un sentimiento, una convicción, una meta. No, no tiene que ser algo tan ‘vistoso’ como convertirse en el mejor deportista del mundo o la estrella mejor pagada del cine. Disfrutar de los paisajes o vivir por los momentos de calma y felicidad es tan válido como la meta más ambiciosa.
Nuevamente G. Virginia SM compartirá un poco de su historia, de sus pensamientos y reflexiones. Tal vez pueda servirle a alguien para tener un momento de auto-reflexión.
G. Virginia SM Siempre se ha preguntado qué es lo que conforma su ser, si la persona que es hoy surgió por la educación que le dieron sus padres y maestros, por las experiencias que ha vivido o, tal vez, por lo que ha aprendido entre las páginas de los mundos posibles y los mundos reales.
Desde niña, Virginia disfruta de la lectura, apasionándose de todos los géneros, siempre y cuando no incluyan violencia ni terror. Los libros han sido sus aliados, psicólogos, compañeros, amigos y sabios guías; siempre a la disposición de uno, sin importar la hora o el lugar, sólo hay que abrirlos, y estar dispuesto a sumergirse en ellos. “Ya sea en momentos de tristeza y soledad, como de deseo de crecimiento y aprendizaje. Son compañeros incondicionales” afirma con devoción.
La música es otro elemento sin el que no puede vivir, porque es una de las mejores acompañantes que, en su opinión, nunca debe faltar, pues tiene la cualidad de cambiar los estados de ánimo o de profundizar las emociones. Por eso es que la música la acompaña (no importa cuál género decida presentarse y que corre el riesgo de ponerse a bailar) cuando maneja, cocina, escribe para cumplir con el objetivo de su primer libro o mientras trabaja. Eso sin mencionar que los sonidos y las sinfonías son pieza clave cuando tiene reuniones en casa.
Con este amor o, quizá, con una verdadera comprensión por esta arte, G. Virginia puede decir:
“A quien esté leyendo este artículo, le pido que pruebe hacer de la música una de sus mejores compañías. Tiene la virtud de cambiar estados de ánimo negativos, melancólicos o tristes, a positivos y alegres”
Y ella bien sabe el poder que existe en las melodías, pues fueron las serenatas que su novio le llevaba las culpables de que decidiera casarse con él, fueron las cómplices de José Luis. Aun si estaba disgustada, escuchas las letras tan románticas de los preciosos boleros mexicanos, y el dolor o el enojo se transformaban en amor y convencimiento de que era el hombre que quería a su lado por siempre.
Muchos años más tarde, cuando su matrimonio se caía a pedazos, volvió a comprobar el poder de la música… y no en su lado positivo. José Luis adoptó la melodía ‘A mi manera’ como un himno personal. Esta canción, reflexiona Virginia, dependiendo de la situación en que se escuche, tiene una letra preciosa o puede expresar egoísmo, aislamiento y reto. ¿El mensaje de José Luis para ella? Esta canción le hablaba de todo lo que él no podía expresarle de frente, de un plan de abandonar a su esposa e hijos, que sólo pensaba en él y su nuevo amor… que ya todo era ‘A su manera’.
Fue un tiempo de congoja, en el que no podía contener las lágrimas de dolor que le provocaba el escucharla esa melodía… y era la canción de moda que, como una maldición, se escuchaba en los restaurantes, en las reuniones, en el radio y en todas las celebraciones.
Así que, un día decidió que ya no le iba a dañar el escucharla, tomó la determinación de ir a una tienda de música y comprar todas las versiones que existieran de esta melodía, la escuchaba decenas de veces al día, si estaba en algún lugar en el que hubiera música en vivo, pedía que tocaran ‘A mi manera’. Y poco a poco dejó de taladrarle el corazón.
Por experiencias como esa, G. Virginia aprendió que, si se saben afrontar las tristezas o los golpes de la vida, sale uno de ellos quedando fortalecido… y que ‘Nada es para siempre’.
Además de lo anterior, otra parte muy importante de su vida es la familia y la amistad. Está segura de que, a través de los ejemplos y vivencias que hay entre estos grupos y uno mismo, todos somos y compartimos un pedazo de los demás.
Ella misma, por muchos años se dedicó a hacer amigos, pero desde una visión de túnel que sólo le dejaba ver sus cualidades, nunca sus defectos o sus intenciones. Y, por diez años, tuvo a un sabio alemán como pareja, a quien le tomó mucho tiempo convencerla de que no a todas las amistades se les puede llamar amigos. No se cansaba de repetirles que hay tres niveles o etiquetas para quienes uno conoce: los conocidos, las amistades y los (más escasos) amigos.
Después de varias desilusiones, aprendió que Wolfgang tenía razón. Por ello es que esos verdaderos amigos, así como su familia, son un tesoro que le aportan buenos momentos, a quienes, a través de su compañía, opiniones sinceras y ayuda en momentos oportunos, puede retribuirles lo recibido.
Otra enseñanza que le ha dado la vida es no quedarse en la maldición del hubiera. Claro que es una de las más difíciles de lograr.
Sus hermanos y ella siempre se quejaron de lo poco cariñosa o participativa que era su madre con ellos. Fue hasta su muerte que comprendió que era ella quien necesitaba más cariño de sus hijos, y no al revés.
Cuando su madre tenía escasos cinco años, en Cotija, Michoacán, vio la muerte impuesta a su padre, arrastrado por un caballo, castigo al que fue sometido porque el gobierno descubrió que, a escondidas, él llevaba la comunión a los presos. Vio cómo quemaban su rancho, fue regalada, junto a sus trece hermanos, a familias de la Ciudad de México. Cuando creció, las dos viejitas mochas que la adoptaron, la casaron con el hijo de uno de sus vecinos, ¡porque era tan buen muchacho! Un marido que nunca fue cariñoso o comprensivo con ella.
Cuando murió, Virginia se quedó a solas con ella, ya amortajada, en la cama del hospital, no quiso ver ese recuerdo de frialdad. Se sentó a su lado y acarició sus helados pies. En ese momento, como un rayo, rápido, violento, pero iluminador, comprendió que era su madre quien más necesitaba el cariño de sus hijos, de su familia.
Fue ése el momento, demasiado tardío, en que pensó que le hubiera dado todo su cariño y apoyo. Fue por ese momento tan indescriptible que, queriéndolo evitar por el resto de su vida, vive atenta de actuar a tiempo y no tener que cargar con otro hubiera. Llevan demasiado peso.
¡Felizmente lo ha logrado!