Mi amiga Heidi llegó de Alemania hace cuarenta años y se instaló en una preciosa casa en la mejor zona de Polanco, en la Ciudad de México.
Desde entonces, ha sido una exitosa empresaria.
Tiene tres hijos casados e independientes. Desde la muerte de su marido y hasta hace unos meses, vivía acompañada sólo por su noble perra Gold, con la que salía dos veces al día a disfrutar largos paseos.
Algunas de las cualidades de Heidi, casi rayando en obsesiones, son la honestidad, la amabilidad, la ética, el servicio y, sobre todo… la limpieza.
Dos veces a la semana, recibía a Rosa para hacer, a fondo, el aseo de la casa.
Cuando yo, al fin, logré cambiar mi lugar de residencia a Querétaro, opuesto a lo que pensaba, extrañaba la Ciudad de México, por lo que regresaba a la capital hasta dos veces por semana. Con el objeto de poder convivir con mis amistades y familiares que ahí residen, me quedaba hasta tres días. Mi estadía siempre era en casa de Heidi.
Durante el desayuno, nunca nos faltaba una deliciosa y bien fría mimosa. Un día, yo preparaba la fruta, el cereal, los huevos o los sándwiches, otro día le tocaba a Heidi.
Esas convivencias nos unieron mucho. Pasamos de ser amigas, a confidentes y hasta cómplices.
Durante el día, cada una cumplía con sus obligaciones o compromisos y al anochecer volvíamos a convivir y cenar juntas, sentadas a la mesa de su terraza, sobre la que pendían las ramas de una preciosa y floreada jacaranda que subía desde el prado de la calle.
Llegar a esa casa era un verdadero gusto. La toalla de baño siempre tenía una deliciosa fragancia, que me obligaba, al terminar de bañarme, a enredarme en ella para que me inundara su delicioso y relajante aroma.
El moderno y cómodo sofá-cama en el que yo dormía, siempre tenía sábanas, no sólo lavadas, sino perfectamente planchadas y con un delicioso aroma a lavanda que me hacían sentir como si estuviera en el más lujoso spa.
Uno de los tantos fines de semana en que tenía planeado ir a Ciudad de México y alojarme en casa de Heidi, hubo contingencia ambiental, por lo que, gracias a Dios, cancelé mi viaje.
A pesar de haberme quedado muy frustrada, confirmé que… ¡No hay mal que por bien no venga!
Dos días después, Heidi me comentó que de emergencia debía mudarse a un departamento rentado. La razón: plaga de chinches en sus muebles, cortinas, ropa y alfombras.
¡En una noche, su espalda quedó deshecha por la cantidad de piquetes de esos peligrosos animales!
¡Yo me salvé!
Cuando Heidi me comentó que no tenía idea de cómo había entrado esa plaga a su casa, yo de inmediato y de forma irresponsable, le respondí que seguro la había llevado Rosa, o su dócil y bien cuidado perro.
¿Acaso me equivoqué?
Pasado un mes de que Heidi había salido de su casa y después de que fumigaron cinco veces su residencia… regresó. Ese mismo día, regaló sus colchones, cortinas y sillones. Acto seguido, despidió a Rosa, culpándola de haber introducido a su casa a tan peligrosos animales.
Pasados seis meses de esa horrible pesadilla, Heidi me comentó que estaba feliz porque sus dos hermanas llegarían de Alemania en solo quince días, a quedarse en su casa.
La felicidad duró poco, ya que faltando solamente ocho días para la llegada de sus hermanas, su espalda, nuevamente, estaba deforme por la cantidad de piquetes de las temibles chinches. Heidi, desesperada, no dejaba de llorar y preguntarme: “¿Qué les voy a decir a mis hermanas cuando vean mi espalda?
¿Les dará asco quedarse en mi casa? ¿Creerán que soy muy cochina?”
Durante la semana que faltaba para que llegaran las hermanas de Heidi, nuevamente fumigó cuatro veces su casa. Aún así, era un misterio saber si con eso había erradicado a las chinches. Estaba desesperada al no saber de dónde llegaban estos asquerosos animales.
En su casa ya no había perro, pues había muerto dos meses atrás. La chica que le ayudaba al aseo de la residencia, no era la misma que trabajaba con ella cuando la plaga anterior invadió su casa.
Recuento de los daños causado por las chinches:
- Heidi tuvo que hacer fuertes e inesperados gastos para pagar tantas fumigaciones y el cambio de gran parte del mobiliario de su casa.
- Despidió a la chica del aseo que había trabajado ya tantos años con ella.
- Yo espacié mucho mis estancias en su casa, así como nuestras valiosas convivencias.
- Suspendí las invitaciones para que Heidi viniera a Querétaro y se quedara en mi casa.
- Mi amiga dejó de gozar su residencia como solía hacerlo.
- Las hermanas de Heidi regresaron a Alemania sin haber gozado su estancia en México y con su espalda dañada por cientos de piquetes.
- Ellas, durante su vuelo de regreso, exportaron a su país a estos amenazadores y asquerosos animales.
¡Tantos daños fueron causados por las diminutas y peligrosas chinches!
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