El poder de la palabra – Monica Olea

“La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Así dice el Génesis, primer libro de la Biblia, que coincide con el pensamiento de muchos otros sabios en otorgar especial valor y poder de creación a la palabra. Por algo lo hacen.
Y es que la palabra es potente, la palabra nace de nosotros, de nuestra energía y materia, la creamos, tiene voz y emerge iluminada por nuestra luz.

Ella está en el origen de todas las cosas, porque no puede existir aquello que no se nombra, y todo lo que lleva un nombre es palabra.

Pienso en esto mientras escribo y no puedo evitar que me lleve a recordar desde cuándo escribo. Empecé a hacerlo cuando era una niña de diez años, o tal vez menos, pues no conservo una memoria clara de mis primeras experiencias escribiendo.

Lo que sí recuerdo y con gran claridad es que yo era una niña confundida, asustada, y que mis escritos eran peticiones de ayuda, dirigidas a Dios.

Vivía en un estado de constante alteración, sentía miedo por todo, y no encontraba descanso en mi interior. Mi manera de sacar todo aquello que sentía era escribiendo y haciéndolo, por supuesto, a aquél que yo pensaba era el único que podría ayudarme.

“La palabra ata y desata”, reza otra famosa sentencia, y algo de razón tiene, o mucha, mejor decir.
Cito este segundo enunciado porque durante muchos años, el sufrimiento fue el motor de mis textos. Tal vez creía que si escribía lo que pasaba dentro de mí, aquellos dolorosos sentimientos serían exorcizados, y esto ocurriría gracias a las palabras que iba enlazando en frases sobre el papel. Como si cada palabra que salía de mí, arrastrara la pena que me invadía. Así, la hoja donde escribía recibía mi sufrimiento y yo me liberaba de él.

Muchos años después, décadas incluso, pude ver con claridad que desde niña, en mis textos, intuía algo importante, que confirmé ya siendo adulta.

La palabra quedó atada en mí a sentimientos dolorosos y sufrientes, y en ocasiones, a momentos de gozo en los que experimentaba descanso interior.

Ahora, a mi avanzada edad, veo cómo la mente humana ata y desata al corazón con palabras. Muy frecuentemente, cuando deseo escribir, me encuentro inmersa en un desierto donde las frases no fluyen, donde habito un vacío de letras que me amordaza y no me permite expresarme.
Me he preguntado si no será que en mi psique quedó atada la palabra a estados sufrientes o gozosos, y desatada de todo otro estado interior …¿Será?

Hoy desperté y recordé mi consigna de escribir a primera hora de la mañana. De inmediato distinguí una incómoda sensación que se expandía desde mi pecho, y me inundaba hasta el estómago.
¿Qué me pasa?, me pregunté, y fui consciente de que tenía miedo de enfrentarme al papel y no encontrar en mi interior las palabras necesarias para escribir algo, lo que fuera, tan solo escribir.
Así fue como se me ocurrió describir el sentimiento de miedo que experimento cada vez que me dispongo a escribir cuando no hay un dolor dentro de mí que me impulse, o un gozo que me provea de las palabras para componer un texto.

Y sí, la palabra ata y desata, así que el día de hoy, expresando mis dificultades, es que rompo los lazos que ataban mis textos al pesar y a la alegría, y abro el espacio para escribir sin importar mi estado interior, solo por el placer de hacerlo, solo por la deliciosa sensación que me reporta el hecho de sentarme frente a la pantalla en blanco, vencer ese miedo inicial, que a cualquiera ataca, y fluir desde dentro vertiendo en libertad mis pensamientos y reflexiones, mis sentimientos de cualquier tipo, y me dejo ir en ellos, así tal y como son, como soy yo, una mujer engendrada de la palabra, y nacida con este deseo inherente de escribir y ser …de palabra.