lunes, diciembre 23, 2024

Agradecimiento a la música… mi compañera de vida – Virginia Sánchez Morfín

La música me ha acompañado en cada etapa de mi vida. Sin el gusto por ésta (lo heredé de mi padre), mi vida hubiera sido triste y muy aburrida. 

La música ha sido mi paño de lágrimas, terapeuta y cómplice. Entre ella y yo no hay secretos.

De muy niña cuando recibía algún regaño o castigo por parte de mis padres, me encerraba en mi recámara a escuchar desde canciones de cuna, hasta las preciosas y filosóficas de CriCri, que además,  hacían volar mi imaginación y vivir la historia que contenía cada una.

Al escucharlas, evadía de la realidad y me convertía, en la patita que va al mercado o el grillito cantor. En las noches mi compañero era Juan Pestañas.  A la fecha, cuando por las tardes riego las plantas de mi terraza y escucho al grillo que se esconde entre la bugambilia, 

de inmediato retrocede el tiempo y recuerdo a  CriCri. 

En mi época de adolescente, esperaba con impaciencia el fin de cursos, ya que la mayoría de las escuelas cerraban el ciclo escolar con un “Té Danzante” en el Salón Riviera y en el que amenizaban las mejores orquestas de moda como:  Luis Alcaraz, Pérez Prado, Mariano Mercerón, Pablo Beltrán Ruiz y muchas más.  

¡En una tarde bailaba tanto, que me quedaba tan contenta que,  casi podía esperar hasta el siguiente año!

El adorado de mi hermano mayor era mi cómplice y sabiendo lo que disfrutaba bailar, continuamente inventaba que lo tenía que ayudar en su oficina,  pero lo que sucedía era que, aunque Emmanuel detesta bailar, me llevaba a las celebraciones de Price  Waterhouse, donde él laboraba.  

Para estas escapadas, salía yo de casa vestida con ropa  como 20 cm. abajo  de la rodilla, porque aunque estaban de moda las minifaldas, yo las tenía prohibidas,  pero antes de entrar a la fiesta me amarraba un resorte a la cintura y con él remangaba  la falda hasta convertirla en muy corta.  

Disfrutaba doblemente: “La bailada con los amigos de Emmanuel y haberme burlado de las normas de mis padres”. 

Cuando ya mis padres me prohibían tener a José como novio, él los desafiaba y continuamente me llevaba preciosas y emotivas serenatas que provocaban que me sintiera la mujer más amada.  Algunas veces el trío alcanzaba a tocar hasta seis  boleros, otras no, porque mis papás llamaban a una patrulla y tenían que suspender. 

Cuando,  a los diez y ocho años,  mis padres me enviaron por un año exiliada a Anaheim, mi compañero inseparable era un radiecito Sony que ponía con poco volumen durante el día, ya que les molestaba a la familia con la que vivía. En las noches lo colocaba bajo mi almohada y escuchaba los boleros de moda, aunque estos me hacían llorar y extrañar más a m país y a mi novio. 

Al  regresar  a casa  de mis padres,  mi hermano y yo acostumbrábamos acostarnos en la alfombra de la sala contemplando el candil del techo.  Mientras  platicábamos nuestras vivencias del día, escuchábamos  discos con  música de moda como Ray Coniff,  Chicago, The Doors, Los Impala y otros. 

Ya casada, por varios años, Jose continuó llevando serenata, algunas veces era para mi y otras para mi hija. 

Estas serenatas me emocionaban tanto, que provocaban que yo perdonara los muy frecuentes errores de mi marido. 

A mi hija, se le celebraron varios cumpleaños, contratando al grupo de moda: “Confetti”. 

Los disfrutaba élla…pero más yo.  Hasta la fecha, desde que despierta, hasta que se duerme, escucha música. 

Mi hijo, además de las dos carreras y maestrías que cursó, como también es amante de la música, estudió para DJ. 

Tengo tal gusto por la música, que ya  elegí la pieza  con la que me despidan  el día de mi muerte…”Nabucco de Verdi”. Esto lo decidí  pensando que sea verdad que el oído es lo último que se pierde al morir. He leído que hasta setenta y dos horas después de declarada la muerte,  se sigue escuchando. 

Terminó este escrito con una de mis más grandes satisfacciones en la vida.  Esta fue  cuando, organizando eventos para Amigos de Bellas Artes, estuve a cargo del que se realizó en El Alcazar del Castillo de Chapultepec y en el que, durante una preciosa noche de septiembre con luna llena y la bandera de Mexico ondeando, la sinfónica formada por músicos alemanes interpretó, nada menos,  que La Novena de Beethoven. 

A este magno evento asistieron todos los miembros de mi familia y muchos amigos. 

Reservé  y dediqué los dos asientos del centro de la primera fila,  a mis padres, que ya habían muerto, pero aún así, eran mis invitados de honor. 

¡Quería que desde donde estuvieran, se sintieran orgullosos de mi!

g.virginiasm@yahoo.com

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