domingo, diciembre 22, 2024

Era necesario un colibrí – Rodolfo Lira Montalbán

Para incorporar un texto a la antología dedicada a los milagros encontrados en el jardín, era necesario un colibrí. Sin la complicidad de aquella ave, le sería en verdad difícil lograr una descripción fiel de su vuelo, inexplicable a simple vista. Era todo un reto, sería prestigioso lograrlo.  

Hasta el más indiferente lo sabe: dejar de admirar el vuelo de un colibrí es imposible, es insensato. Por fortuna, no sería preciso atraparlo: todos los dioses hasta hoy invocados aplican penas rigurosas a la atrocidad de cometer colibricidio. Estas aves merecen la libertad, la exigen.

¿Cómo describir la maravilla de su vuelo, sin la presencia de un colibrí? Es complicado. Era necesario un colibrí. Un bebedero con agua y azúcar: indispensable. Colgarlo de un árbol que regale una generosa sombra: recomendable.

Reunidos los ingredientes, preparado el señuelo, puesta a punto la paciencia, nada podía fallar. Pasaron horas, pasaron días, casi pasa una semana, y la maravilla aconteció:
Previamente, fueron un acercamiento tímido, un vuelo de reconocimiento, un descartar de gatos ociosos. Dio comienzo el espectáculo a domicilio. El zigzagueante prodigio, el enervante zumbido, fueron tan perfectos como indescriptibles. 

Absorto en la contemplación del milagro, el cronista no se percató de la llegada de otros zumbidos. Las abejas, en numeroso enjambre, también fueron atraídas por el agua azucarada.  

Al advertir su presencia, por precaución, se vio obligado a recular, fea palabra, pero más feo el potencial piquete. La pareja de colibríes que hasta ese momento volaba alrededor, se alejó atemorizada. Los insectos se apropiaron del bebedero. 

Hizo varios intentos por alejar a las intrusas. Los consejos consultados en el ciberespacio de su teléfono celular fueron aplicados. El primer remedio infalible: una pócima de agua con Jabón Roma. Tuvo que ser esparcida desde una prudente distancia, con la ayuda de la botellita utilizada para rociar la ropa de planchar, que tomada sin el permiso de la más alta autoridad del hogar, se llenó con la lejía exterminadora. Funcionó de inmediato, pero con pobres resultados; al cabo de cinco minutos, las abejas habían regresado.  

Los tutoriales daban cuenta de nuevas posibles soluciones: el ajo: garantizado. El vinagre: la panacea. El repelente de insectos: efímero y muy caro. El insecticida: ecológicamente impensable.

Las abejas hicieron mofa de los remedios perfectos. Cuando todos creyeron que se habían ido, hasta de los tiempos pluscuamperfectos del indicativo se pitorrearon. Desoyeron, incluso, las malas palabras y hasta las filípicas vertidas en su contra.

Como último recurso, se recurrió al agua y al ajo, es decir, a aguantarse y a joderse. Durante una semana, el bebedero tuvo que ser retirado, mientras las abejas encontrasen otra fuente de abastecimiento. 

Su retorno funcionó, pero sólo durante el horario de descanso de las abejas que es, a saber: durante la puesta del sol. Tiempo perentorio, en el que los colibríes disfrutan del agua azucarada sin impedimentos.

Ahora sí: a atrapar el vuelo, a incluirlo en el texto, teniendo absoluto cuidado de dejarlos ser, de olvidar las malas intenciones. Una jaula para pájaros es una penosa cárcel, pero una jaula para colibríes sería la muerte súbita.

Su amor por estas asombrosas aves comenzó el día en que, a la salida de una sucursal bancaria, escuchó un golpe en la vidriera. En la banqueta, un rebotado colibrí aleteaba desorientado. Lo tomó con cuidado, soplando con suavidad; trató de reanimarlo, nada parecía lograr que recuperase el aliento. Lo subió al auto, lo llevó a casa. En la mesa de la cocina, preparó un cálido nido con servilletas. Al cabo de unos minutos, sin previo aviso: el supuesto moribundo emprendió el vuelo. Fue prodigioso. Por la ventana abierta que da al jardín, el ave ganó de nuevo la libertad, mientras que su bienhechor sufría de un ataque de poesía. 

Un colibrí atrapado
es un triste despojo
no es colibrí
no es necesario
es un triste despojo

El dominio de su vuelo
de su libertad
de su energía
ponerlo en palabras
ponerlo en blanco y negro
es una gran pretensión
la libertad pertenece a los colibríes.

Siendo las tantas horas, del día tal, del presente año, se dan por clausurados los intentos por atrapar el vuelo de un colibrí en un texto. Queda detenido el conductor de este relato, por carecer de licencia poética, por ser un cursi irredento y por haber reprobado el examen de manejo del verso. El tribunal da por juzgado este crimen, al evidenciar una total carencia de magia, cualidad que, en este relato, concierne solo a los colibríes.

www.paranohacerteeltextolargo.com

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