Remontando exuberantes cerros y transitando fecundos valles, muchos caminos que parten de la costa y ganan el altiplano, conforman: una maraña. Entre ellos se incluye uno, que atraviesa el pequeño pueblo que aparece en los mapas, pero no en los presupuestos.
Pocas familias habitan en las cinco calles empedradas que lo entretejen de norte a sur, y en las cuatro embarradas, que lo hacen de oriente a poniente. Las altas autoridades nunca visitan el lugar, no importándoles la suerte, ni el progreso, ni los votos de tan breve pueblo. Por ser región de plantaciones, dejaron plantados a todos los pobladores, en la toma de posesión del presidente municipal y su gabinete adjunto. Las votaciones y sus resultados motivan: indiferencia. Sabido es, que el nombre del ungido trasciende de la mesa de la cafetería en donde todas las mañanas sorben sus tazas los jerarcas del pueblo, mientras expresan la última palabra: la de sus esposas.
La fuente de ingresos municipal, proviene principalmente de lo tributado por los comerciantes que, cada jueves de tianguis, adquieren un espacio en la plaza principal para establecer su puesto. Estos magros aranceles solo sirven para pagar los sueldos: del presidente municipal, en primerísimo lugar, con un honroso ochenta por ciento; del inspector de mercados, quien devenga un diez por ciento, y para la señorita encargada del registro civil, el restante diez.
El puesto de director de policía y tránsito, por incógnitas razones, es honorario. Por cierto, muy peleado y ambicionado, incluso más que el de presidente municipal.
Al tomar el cargo, cada estrenado edil, por no tener presupuesto para obras que realizar o que prometer, ni chicas ni grandes, y mucho menos faraónicas, hace notar su presencia y su poder, con lo único a su alcance y que es gratuito: cambiar el sentido de las calles.
Ese día, ante los miembros del cabildo, quienes conforman la mitad de la población, expone sus planes de trabajo, es decir, sus adecuaciones viales. Con gran expectación se atiende el anuncio, que influirá en las rutinarias vidas de los vecinos, para los próximos cuatro años. Y sobre todo, como ya se dijo: por incógnitas razones, en la vida del director de policía y tránsito.
Múltiples y creativas fórmulas se aplican en cada nueva administración. En las calles por donde se circulaba de sur a norte, o bien, si de oriente a poniente se trataba, se ve al flamante jefe de tránsito, con escalera y martillo en mano, cambiar sonriente las señales: a la inversa.
Hubo un alcalde ocurrente, quien decidió que todas las calles tendrían un único sentido poniente, o norte, según fuera el caso. El rodeo para regresar al lugar deseado, era por demás largo. El plan fracasó.
Pero, sin duda, el mandatario de más antipática memoria fue aquel que, inspirado, después de ver un filme de la lejana Inglaterra, convenció a sus paisanos de que, para estar a la altura de las grandes capitales del orbe, en la calle principal, única con doble sentido, los automóviles debían circular por el lado izquierdo. Sobra decir que la cantidad de accidentes y atropellamientos fue ridículamente alta, y que no se hizo nada al respecto.
Para acallar las críticas hacia su persona y con el fin de dar una lección a sus detractores, decidió mudar su pequeña oficina al salón de eventos del palacio municipal que, con cien metros cuadrados, era decididamente un espacio más digno de su alta investidura. Las discusiones posteriores del cabildo se tornaron acaloradas, y no solo por los encendidos argumentos, sino por los rayos del sol que, en el patio, caían a plomo sobre las cabezas de los regidores.
Como es de suponerse, por ser ahijado de los patriarcas del pueblo y como prueba de que la realidad supera a la ficción, a pesar del desprecio del electorado, fue elegido para otros cuatro años.
Contrasentidos del poder, que cada cuatro años se pone creativo y que gracias a las costumbres y al descuido de los despistados automovilistas, sobre todo visitantes, sorprende con multas que, por circular en sentido contrario, aplica el director de tránsito y que tiene a bien ingresar a las arcas municipales, o lo olvida, como ya se dijo dos veces: por incógnitas razones.
En la cafetería del jardín principal, como todas las mañanas a las once, sesionan los miembros del senado pueblerino. Los vecinos atestiguan la escena, mientras saborean con largueza su café con leche. Escuchando en la rocola a Sir Paul McCartney, entonan resignados: “Let it be, let it be”.