lunes, diciembre 23, 2024

Ansiado mundo laboral – Sandra Fernández 

Es como entrar a una dimensión desconocida, un agujero negro que te engulle, te consume y te devuelve al mundo algunas décadas después.

Moría por pertenecer a ese mundo laboral que se me antojaba fascinante, inspirador y hasta exclusivo. Destinado solo para unos pocos. Ni más ni menos, porque entre tantas almas en búsqueda de una oportunidad laboral y tan pocas empresas dispuestas a abrir sus puertas a jóvenes inexpertos, la búsqueda se convertía en una odisea. De un día para otro deje de ser una estudiante para convertirme en una desempleada. 

Ese vacío en el estómago al encarar las primeras entrevistas de trabajo, en donde el fulano o fulana en cuestión atravesaban mi currículum con la mirada desconfiada, preguntándome cosas tan absurdas como, porque deseaba trabajar ahí, cual era mi pasatiempo favorito y alguna que otra trivialidad. Además de lanzarme como un misil la última pregunta acerca de mi experiencia laboral. Lo que me llevaba a pensar, sin evitar sentir vergüenza ajena, que no se tomaban ni la molestia de leerlo.  Mientras tanto yo, entrelazada mis dedos y ponía mi mejor cara de saber un montón.

Mundo competido ¿Estamos preparados para ello? 

Escritorios atiborrados de papeles, juntas de trabajo. Metas, presupuestos. Macros de Excel. Minutas. Gráficas. Archivos. 

Sueños diluidos con el café de la mañana, teñidos con la ilusión descolorida de que disfrutamos la vida. ¿Espejismo vano?

El confort que proporciona te ahorra pensar si era lo que querías, por fortuna, no hay tiempo para eso. Te levantas, sales de prisa y tienes un lugar a donde llegar. El contrato lo dice con cada una de las letras y está firmado por ti.

Bendito viernes, placebo que garantiza unas horas de libertad, de tiempo libre. Sin tener que escuchar el, taca, taca de los teclados, ni las exigencias de tu jefe. Sales exaltado como un lobo hambriento en búsqueda de diversión. Sobreviste la semana. Y mereces un premio. El bar del centro, el restaurante de moda o los tacos de la esquina, cualquier opción es aceptable. A estas alturas, no se puede rechazar un poco de disfrute.

Con el sábado, el aburrimiento y  el tedio se van. La cuenta en el banco lo compensa y mejor si es quincena. Pero el domingo, antes de anochecer, es el peor momento, te encuentras despidiéndote de tu tiempo libre y queriendo escapar de la realidad.

Mientras plancho mi camisa con los colores institucionales como si fuera un disfraz de un anuncio publicitario, me pregunto si la vida es eso. Solo eso. Y esa idea, es un pensamiento fugaz porque la realidad me responde que sí, eso es la vida. Se ríe de mi ingenuidad.

Suena el despertador, lunes por la mañana.  Mientras abotono mi camisa voy olvidando que de pequeña me gustaba tocar la guitarra y quería tocar en una banda de rock. También, olvido mi sueño nocturno; la playa, el rojo atardecer; la libertad archivada en el cajón. 

Se abren las puertas del elevador. La torre de papeles esperándome. La taza de café. 

Me saluda una chica que no había visto antes.

¿Es tu primer día?, le preguntó.  Si, afirma, radiante de felicidad.

Bienvenida, le digo. Quiero agregar algo más, pero, no.

Al mundo laboral hay que conocerlo primero para después amarlo y odiarlo por igual.

Por: Sandra Fernández

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